Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

En negativo

Normalmente pensamos que lo que hacemos tiene un objetivo en sí mismo que, metafóricamente, podríamos llamar ‘convexo’; es decir, que vemos sobresalir claramente como un volumen en positivo, identificable. Por ejemplo, pensamos que nos ocupamos intensamente en una tarea tras otra porque tenemos que ‘dejar las cosas hechas’, o que nos tiramos en la cama inmersos en el móvil porque ‘estamos muy cansados’. Acción, reacción; causa, efecto. Lo visible e identificable de nuestras razones es también el objetivo confesable, consciente, comprensible para el que mira sin más, sin conocer los entresijos. Algo que no necesitamos explicar.

Sin embargo, no todo lo hacemos para conseguir un resultado en ‘positivo’, sino que, al igual que la forma convexa contiene en sí la cóncava, muchas de las cosas que hacemos, pensamos o sentimos, tienen el objetivo de que algo no pase. Ese ‘no’ es escurridizo, difícil de pensar o de formular a veces, razón por la cual es más fácil traducirlo a motivaciones visibles que cualquiera pueda entender, en lugar de identificar que la motivación en la sombra es más bien evitativa, para que algo no suceda. Volviendo a nuestros ejemplos anteriores, igual podemos entenderlo mejor.

Como decíamos, a veces nos mostramos ocupados de más, intensamente involucrados en la consecución de una tarea tras otra hasta terminar el día, y puede que simplemente tengamos un ritmo de vida estresante que nos exija la efectividad al minuto, y nos mantengamos, por tanto, en un estado de alerta que deja fuera otro tipo de acciones que no sean ejecutivas, como el ocio, el descanso, o la contemplación. Sin embargo, el estrés es un estado excepcional en la naturaleza, reservado a momentos de caza o huida, de lucha o de defensa, y mantenerlo en nuestras vidas tiene un coste más que alto.

Así que, ¿por qué nos mantendríamos en un estado altamente costoso si no fuera por un resultado que prevemos beneficioso de algún modo? Así que la siguiente pregunta sería: ¿para qué no paro? O, ¿qué me pasaría si disminuyo el ritmo o paro? En la sociedad que vivimos estar muy ocupado u ocupada es a menudo reconocido como un signo de productividad, valorado, y tiene el beneficio de que, mientras tanto, uno tiene el permiso tácito para no ocuparse de otras cosas. Por ejemplo, tendría una excusa para no ocuparse de otros engorros como preguntarse si ese es el tipo de vida que uno quiere, qué hacer con una relación de pareja o familiar que también necesita atención, defender el propio tiempo libre o llenarlo cuando el rol laboral, por ejemplo, ha ido comiendo terreno a la vida en los últimos años.

A veces, las excusas que nos ponemos para ‘no hacer’ son estupendas coartadas, más allá de victimismos. Y es que, ese ‘no hacer’ puede dar pie a toda una revolución interna en algunos casos. En el segundo ejemplo de pasar horas frente al móvil, lo que obtenemos bien sabemos que no es algo ‘en positivo’, sino lo que no hacemos mientras tanto. De nuevo, en este escenario quizá estemos descansando, sí, pero a partir de un momento, el componente adictivo nos aleja de algo, nos da la excusa perfecta y socialmente aceptable quizá para no encargarnos de alguna tarea pendiente –la otra cara del primer ejemplo–, o quizá, y yendo más allá, para no sentir algo que sentiríamos si nos paráramos a notarnos. En ambos casos, la actividad más excitante o más pasiva puede permitirnos no sentir aspectos incómodos de la existencia y, soterradamente, justificar a otros y a nosotros, el que no nos estemos haciendo cargo.

Puede que si nos notamos sintiéramos una emoción incómoda, un equilibrio en nuestro entorno que tendría que cambiar, una confrontación que necesitamos hacer y nos da miedo o una herida que nadie nos va a ayudar a curar. En cualquiera de los casos, si notarnos va a cursar con falta de respuesta o de satisfacción del exterior, como no considerar lo que sea para no notar, además, la decepción.