Mikel Insausti
Crítico cinematográfico
CINE

«The Son»

El dramaturgo Florian Zeller se encarga personalmente de adaptar sus obras teatrales al cine, con la colaboración de su colega británico Christopher Hampton, que es quien traduce al inglés sus originales del francés. Así hicieron con la adaptación cinematográfica de “Le père”, la pieza escénica que dio lugar a “The Father” (2020), película con la que la pareja ganó el Óscar al Mejor Guion Adaptado, junto con una segunda estatuilla que fue a parar a manos de Anthony Hopkins como Mejor Actor. Como resulta fácil adivinar, “The Son” (2022) es una continuación, pero se presenta a modo de obra independiente. Igualmente proviene de su creación escénica homónima “Le fils”, estrenada en los teatros hace cinco años. Y la única conexión existente entre ambos títulos en su versión para la pantalla grande es la presencia actoral de Anthony Hopkins, aunque ya no es el padre de la anterior, sino más bien el abuelo, de acuerdo con un rol ya secundario.

En “The Father” (2020) la figura referencial, claro está, era la paterna, y era la hija la que tenía que lidiar con la demencia de su progenitor, con todas las dificultades que conlleva una relación paternofilial en tales circunstancias. Por lo tanto, en “The Son” (2022) es ahora otro padre el que tiene que vérselas con un hijo problemático como sujeto principal de interés.

De nuevo el reparto estelar adquiere la máxima importancia dentro de una puesta en escena aún más funcional si cabe que la de su directo precedente. Y al ser el australiano Hugh Jackman quien encabeza el cartel, se enfrenta aquí al mayor reto dramático de su carrera, rodeado de un gran elenco que le hace mejorar. De su actual pareja hace Vanessa Kirby, mientras que el papel de la exmujer recae en una extraordinaria Laura Dern. Es la madre del hijo del título, interpretado por el adolescente Zen McGrath. Alrededor de este cuarteto gira toda la dramaturgia, y da igual que se incluyan distintas localizaciones, porque los diálogos entre estas cuatro personas son los que delimitan todo el contenido.

En ese sentido Florian Zeller nunca defrauda, pues siempre logra dar que hablar a su audiencia por las muchas aristas que ofrece su complejo planteamiento. El debate se enreda al introducir, de la misma manera que antes lo hizo con la demencia senil, el controvertido asunto de la depresión juvenil. En realidad al autor no le interesa tratar el problema psicológico en sí, pero le sirve para retratar la actitud de impotencia que define hoy en día al tipo de paternidad que no sabe cómo ayudar a sus descendientes a superar sus taras y traumas infantiles derivados de la desestructuración familiar. Y ahí siempre entra en juego el complejo de culpa.

Peter es una padre que no acierta con la manera de sacar a su hijo del pozo, lo que le lleva a sentirse presa de la falta de conciliación de la vida laboral y familiar. Para colmo, su trabajo es el de asesor político, acostumbrado a dar discursos motivadores, pero que de nada le valen de puertas adentro. Es más, esa pose conciliadora suya, tan políticamente correcta, no hace sino agravar las cosas. Y, por si fuera poco, se encuentra dividido entre el recién nacido con su nueva pareja Beth, y su exmujer Kate, la cual le comunica en una visita sorpresa que su otro hijo Nicholas se ha dado al absentismo escolar, decidido a dejar los estudios.

Nicholas rinde culto en su habitación al malditismo generacional representado por el poeta Arthur Rimbaud, haciendo que su comportamiento sea también el de un enfant terrible. No ha superado la separación de sus padres, por lo que tuvo de ruptura con la única realidad a la que se podía agarrar.

En consecuencia, ve en Peter a un padre ausente, y su reacción es la de querer mudarse a vivir con él para recuperar el terreno perdido. Sin embargo, Peter está tan perdido como el propio Nicholas, lo que queda claro durante una visita al abuelo, y ya se sabe lo duro que resulta Anthony Hopkins cuando se expresa en plan cínico y desapegado.