Recorridos
El arte, como el resto de ramas de la cultura, apela a nuestra mirada y nos brinda nuevas ópticas desde las que entender la realidad. La creación de obra, las exposiciones, la crítica o la mediación son solo algunos de los ámbitos que conviven para que el arte suceda. En este sentido, reseñamos hoy la exposición de Txema Salvans (Barcelona, 1971) en el Museo Universidad de Nafarroa. Inaugurada en noviembre, entra en su recta final y podrá visitarse hasta el 5 de marzo. Salvans es un fotógrafo con una obra en la que lo documental está muy presente. Sin embargo, a través de sus fotografías se identifica perfectamente la mirada de quien está detrás de la cámara. Frente a la idea de captación del momento subyace incluso una pre producción escénica hasta conseguir composiciones cuidadas, calculadas y formalmente muy bien ejecutadas. La muestra que nos ocupa, titulada “The waiting game III” forma parte de un proyecto de largo recorrido en el que el artista trabaja en torno al concepto de la espera. En todos los capítulos el paisaje se erige como protagonista de las series. Lugares carentes de personalidad, cruces de carreteras secundarias, zonas pantanosas y matorrales secos son algunos de los marcos que el fotógrafo plantea. En cada una de ellas, la figura humana nos transporta a diferentes formas de vida.
Temáticas como la familia o la prostitución están presentes en estas series que revelan las múltiples acepciones que la espera, como acto y como condición vital, tienen en las vidas de sus protagonistas. En esta tercera serie que se expone en Iruñea, volvemos a encontrarnos con acequias verdosas, casas en construcción, zonas de aparcamiento, chalets unifamiliares o solares repletos de matorrales y óxido. Sin embargo, la figura que sostiene la composición ya no es humana, sino que el autor dedica esta entrega a los perros. Atados con cadenas, dentro de casetas precarias o habitando terrazas, estos animales parecen condenados eternamente al cuidado de un territorio que constriñe su mundo. Lo más desafiante de la serie puede que sea que nos obliga a centrar nuestra reflexión en torno al concepto de paisaje. Como un constructo cultural en el que se depositan las consecuencias de nuestra forma de habitar el planeta y también como una instrumentalización de otras vidas para la garantía de nuestra tranquilidad.
El 4 de febrero, la Sala Kubo Kutxa de Donostia inauguró la exposición “Mi propio paisaje” de Soledad Sevilla (Valencia, 1944). La artista, Premio Nacional español de Artes Plásticas en 1993, comenzó en los años 70 un prolífico recorrido que ahora podemos conocer de primera mano. La pintura en gran formato y los estudios geométricos dieron paso en los años ochenta al interés espacial y a la creación de instalaciones. Para dar cuenta de su vasta producción, cuenta con el comisariado de Lola Durán Úcar. De esta colaboración nace esta retrospectiva, que se divide en cuatro capítulos en los que la geometría, el espacio y la luz resumen 50 años de dedicación. La instalación “Nada temas” juega con lo lumínico y la fragilidad de la construcción espacial a través de hilos de algodón. Una inmersión en una atmósfera íntima que altera nuestra percepción.
La abstracción geométrica de los 70 y los 80 podemos encontrarla en “Permutaciones y variaciones de una trama”. Las “Arquitecturas agrícolas” revelan una querencia por lo escultórico y el interés por la arquitectura precaria que conforma el paisaje, pues se trata de representaciones de secaderos de tabaco. En “Muros”, la geometría comienza a diluirse y los motivos asumen una condición mucho más orgánica sin abandonar la potencia de la abstracción. A pesar de ser etapas tan diferenciadas, encontramos una propuesta marcada por los grandes formatos. Si bien cada una de las fases podría ser una muestra en sí misma, esta compilación permite encontrar resonancias entre ellas y entender así el legado de la artista.