IKER FIDALGO
PANORAMIKA

Desde el presente

La obra de arte no pertenece a quien la crea. Una vez que la pieza sale del taller o del estudio, inicia un camino que se escapa al control de las manos que le dieron forma y sentido. Se convierte en estímulo, en un cuerpo que dialoga y que se relaciona con el mundo. Es por eso que el arte sobrevive en el tiempo. Gana la partida a la muerte y existe incluso cuando quién la creó ya ha desaparecido. Forma parte de un momento y de un contexto, pero el paso de los años hace que cada nueva época la asuma de forma muy diferente. Por tanto, no valoraremos igual trabajos realizados ahora o hace un siglo pero, sin embargo, en ambos momentos serán capaces de conectar con un público concreto. Las instituciones y museos han tenido tradicionalmente la labor de conservar el arte. Las colecciones públicas y privadas custodian aquellos legados que son claves para el desarrollo de la cultura y contribuyen a la construcción de nuestro presente tal y como lo conocemos. En esta función reside también la responsabilidad de proponer nuevas lecturas para poder reubicarlas desde nuestro día a día. La sociedad avanza conforme proyecta nuevos futuros, pero para eso es necesario conocer el pasado y revisarlo críticamente tantas veces como sea necesario. En la página de hoy proponemos dos exposiciones que presentan el trabajo de dos artistas que ya no están entre nosotros. Acercarnos a su producción nos ayudará a entender mejor el valor de su memoria.

El Museo Guggenheim de Bilbo inauguró a principios de febrero una exposición dedicada al artista Joan Miró (Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, 1983). “La realidad absoluta. París, 1920-1945” responde a una etapa marcada por el primer viaje del artista a la capital del Estado francés. Miró es uno de los artistas más relevantes del S.XX. Si bien sus inicios están ligados a la figuración, su evolución marcó pronto nuevos caminos. Esta muestra, que se extiende hasta el día 28 de mayo, propone un nuevo análisis de su extensa herencia artística y se centra en algunas de las cuestiones más relevantes de estos 25 años de creación. Este periplo conforma una etapa imprescindible para entender la evolución de un autor prolífico en la pintura y en la escultura y que normalmente relacionamos con la abstracción y el uso de una simbología propia. A través de más de 80 piezas, se muestran algunas de las derivas que le llevaron a relacionarse con movimientos de vanguardia tan importantes como el Dadaísmo o el Surrealismo. Si bien no se trata de una exposición retrospectiva, sí que podemos dar cuenta de un recorrido cronológico que nos ayuda a ordenar la evolución del artista catalán.

La Sala Menchu Gal de Irun inauguró a finales del mes pasado una muestra en torno a la obra de la pintora Aurora Bengoechea (Palencia, 1943- Donostia, 1991). “Revisitando a Aurora Bengoechea” es un proyecto expositivo con una doble intención. Por un lado, la reivindicación de un talento fallecido prematuramente. Por otro lado, la visibilización de su producción como un acto de justicia con muchas creadoras que quizás no contaron con la atención que merecieron. Para esto, se exponen más de una treintena de obras. La mayoría son trabajos pictóricos de diferentes formatos, aunque también se encuentran piezas como litografías y collages. Como un salvoconducto para acercarnos a entender mejor la personalidad de la artista, se exponen también algunos de sus diarios personales y una serie de documentos audiovisuales formados por imágenes de su vida. Su obra destaca por el uso de colores marcados por una fuerte potencia cromática. Los paisajes y las siluetas se mezclan en una relación casi onírica en la que se desdibujan los límites de la figuración y la evocación. Atmósferas coloristas que conforman un estilo reconocible y que nos permite rescatar del olvido el nombre de una interesante pintora perteneciente a nuestra historia reciente.