«Gelditasuna ekaitzean»
El cine sigue siendo algo vocacional, al menos en los inicios, y el donostiarra Alberto Gastesi empezó muy joven, apenas con trece años, a hacer cortometrajes. En su filmografía aparecen otros tantos, como “Tranpantojo” (2000), que lo realizó con tan sólo quince y participó en Cinema Jove. Le siguen “Itsmo” (2011), “Ekaitza” (2012), “Ahaztutako denboraren mapa” (2013), “Alejandra” (2015), “Miroirs” (2016), “Cactus” (2018) y “Las vacaciones” (2019). Toda una trayectoria formada y desarrollada desde la independencia, a través de su productora Vidania Films. Ya prepara su segundo largometraje “Singular”, seleccionado por el Pitchbox de Sitges, partiendo de un proyecto entre familiar y de amistades que le va a permitir crecer a partir de la presentación de su ópera-prima “Gelditasuna ekaitzean” (2022) en la 79ª edición del SSIFF, como no podía ser de otra forma para una película rodada en escenarios donostiarras muy reconocibles, y que demuestran, tal como supo ver Woody Allen, que se trata de una ciudad muy cinematográfica y romántica, un París a pequeña escala.
Las localizaciones no son un simple capricho, o una opción localista sin más, sino que definen muy bien las intenciones y dimensión expresiva de la película. Dado que “Gelditasuna ekaitzean” (2022) representa un tipo de cine pequeño y cercano, pero con mucho contenido vital, con mucho que contar. Por eso la historia que Gastesi quiere plasmar se mueve en la distancias cortas, y le basta un entorno conocido para manejar en él la anécdota de dos parejas cruzadas, sin necesidad de más elementos físicos. La complejidad, que la hay a nivel interno, procede del arco temporal, porque el emparejamiento o desemparejamiento, según se mire, transcurre en dos tiempos, jugando con el pasado y el presente.
La edad de los y las protagonistas es muy significante, ya que el enfoque generacional del autor es el de un treintañero, como alguien que se sitúa en una encrucijada existencial. Ha llegado el momento de la adultez, de tener que tomar decisiones en la vida, pero a la vez es inevitable el recopilar y mirar hacia atrás, al contemplar una juventud que se escapa, que ya no volverá, aunque no falten las coincidencias y las señales que parecen indicar lo contrario.
Por eso pasado y presente establecen un diálogo, con una especie de cálculo íntimo de probabilidades, entre lo que pudo ser y no fue, frente al destino que parece imponerse en otra dirección. Y en ese punto surgen las dudas, las preguntas a responder en silencio, dentro de la inercia imparable del camino trazado.
Lara (Loreto Mauleón) regresa de París con su actual pareja Telmo (Aitor Beltrán), para instalarse definitivamente en Donostia. Por su parte Daniel (Iñigo Gastesi) vive con su novia Vera (Vera Milán), trabaja en la inmobiliaria de su madre, y nunca ha salido de la ciudad. En un día tormentoso Daniel y Lara coinciden durante la visita a un piso en venta, situación que les retrotrae siete años atrás en otro día lluvioso en el que sus miradas se encontraron.
En palabras del propio Alberto Gastesi, el germen de la película era precisamente la idea de un piso vacío en el que un chico y una chica se reencuentran tiempo después de haberse conocido, lo que les lleva a pensar cómo hubieran sido sus respectivas vidas de haber fructificado aquel distante contacto inicial.
El sentido poético del título puede recordar al que ya utilizó el argentino Juan José Campanella en sus comienzos con “El mismo amor, la misma lluvia” (1999). Pero en cuanto concepto seguramente la película está más próxima al espíritu entre sentimental y existencial de Richard Linklater en la trilogía que arranca con “Antes de amanecer” (1995). La fluidez de los diálogos así lo acredita, pero la melancolía y la tristeza que Gastesi transmite son muy suyas, y se reflejan en las interpretaciones naturalistas y en el sentido de la improvisación a un ritmo jazzístico conjugado con la simbología de la lluvia-deseo en blanco y negro, con un formato cuatro tercios.