Igor Fernández

Sin sentido

Muy pocas veces lo que nos sucede en términos psicológicos carece de sentido. La aparente aleatoriedad a veces de nuestras emociones, pensamientos, sensaciones corporales o acciones no suele responder en realidad a una cualidad errática, desconectada; o a una suerte de locura transitoria. La mente, esa suerte de realidad virtual individual donde manejamos el mundo al que pertenecemos sin sufrir las consecuencias físicas o relacionales, al igual que el cuerpo y junto con él, es un sistema histórico, complejo y sofisticado que pretende replicar no la realidad, sino los aspectos relevantes de la misma para nuestra -y solo nuestra- experiencia de la vida. Es decir, que lo que imaginamos o analizamos de la realidad que nos sucede hoy no deja de ser un reflejo simplificado de las experiencias que hemos tenido, aplicadas a la vida actual. Lo que llamamos aprendizaje, vamos. Pero a veces parece darse una interferencia.

A veces sentimos cosas que otros no sienten ni entienden, o que para nosotros mismos o nosotras mismas aparentemente no encajan en la situación. Puede que me den una buena noticia y de pronto sienta miedo; o que me haya dejado mi pareja y me sienta enfadado. Cualquier persona pensaría a priori que las buenas noticias evocan alegría y las rupturas no deseadas, tristeza. Entonces, ¿qué pasa? Cabe pensar que lo que sentimos debe de estar relacionado con algo que ha sido relevante para nosotros, para nosotras, en algún momento importante o de una forma continua en nuestro camino por el mundo, esa incongruencia habla de nuestra historia.

Quizá hemos aprendido a enfadarnos en lugar de estar tristes, y ha sido útil para no sentir la fragilidad, pero nos hemos evitado hacer el duelo, digerir y no tener energía retenida. Quizá hemos aprendido a sentir miedo inmediatamente después de sentir alegría, porque alguien ha tenido envidia y ha hecho algo inesperado para destruir dicha alegría en el pasado. Sea como fuere, estas incongruencias individuales que a veces notamos ante nuestras propias emociones o las de otras personas, con esa pregunta “¿Y esa reacción a qué viene?”, rara vez son una locura, un capricho, sino más bien un testimonio de nuestra historia que se activa en un momento actual y nos invita a seguirla para actuar de la forma en que en momentos tan relevantes del pasado ha sido efectivo para mantener el equilibrio. De nuevo, lo que llamamos aprendizaje, vamos.

Por esta razón, antes de considerarnos una caja de resonancia o un mecanismo de reacción y juzgar la incongruencia como un mal funcionamiento, quizá merece la pena rascar un poquito, charlar con alguien de confianza sobre eso raro que uno siente, y quizá entre ambos preguntarse: ¿si esto no tiene sentido sentirlo en esta situación, en qué situación sí tuvo sentido sentirlo?