Daniel Galvalizi
Elkarrizketa
Gonzalo Velasco
Filósofo, investigador y autor de “Pensar la polarización”

«La derecha se ha hecho adicta a buscar un premio inmediato en el votante»

Gonzalo Velasco, filósofo e investigador nacido en Madrid en 1984, alerta de la «pornografía moral» a la que apela la derecha en busca de la excitación en base a una política emocional y «reactiva, con menos reflexión». Estamos «más polarizados» de lo que creemos y vivir en «burbujas epistémicas» no ayuda al debate público, asegura en esta entrevista.

Gonzalo Velasco
Gonzalo Velasco (Editorial Gedisa)

Mientras se prepara para partir unos meses a una estancia postdoctoral en la Sheffield University, el filósofo e investigador Gonzalo Velasco Arias da entrevistas sobre su libro “Pensar la Polarización” (Editorial Gedisa, 2023), en un momento político muy pertinente: el Estado español tendrá dos jornadas electorales clave con menos de dos meses de diferencia y en las que ya hubo (y quizás haya) notables cambios en el mapa político.

El también profesor de la UC3 de Madrid y doctor en Filosofía, advierte de que en esta fase histórica «todo el debate público se estructura como un patio de colegio» y que la derecha radical está haciendo «uso intencionado» de la polarización política, ante la pérdida de relevancia de algunos de sus posicionamientos históricos. «Ante eso, lo que pasa es la guerra cultural», señala en una entrevista con NAIZ y 7K.

El concepto «polarización» se usa mucho en los medios y se les escucha a los académicos. ¿De qué hablamos cuando hablamos de polarización? La primera idea, más intuitiva, es que permite entender el concepto como radicalización o extremismo, pero en realidad tiene que ver con la dinámica interactiva. Te puedes radicalizar por ti mismo de manera solitaria, pero la polarización requiere de un otro. Uno se polariza cuando después de esa interacción intersubjetiva acaba con ideas más fuertes, más convencidas. La polarización se da cuando en el momento que encuentras las definiciones del otro te reafirmas, en vez de buscar un punto en común. Es un fenómeno singular que merece atención, porque implica que la discusión pública no lleva a lugares de encuentro o nuevos lugares, sino lo que hace es reafirmar lo propio y hace que sea inútil el debate o solo útil en términos de radicalización.

Un subtítulo del libro dice «Polarizado lo estarás tú», ejemplificando que muchos no se ven en este proceso. Pero usted dice que haciéndose preguntas se descubre que sí. ¿Estamos más polarizados de lo que creemos? Creo que estamos más polarizados de lo que nos creemos, efectivamente, sí. Por distintos motivos, siempre hay una percepción de que el otro ideológico está mas radicalizado y creemos que sus ideas son fijas. El objetivismo en política y moral no es una actitud adecuada, porque los principios morales están sujetos a opinión. Y pensamos eso del otro, pero nosotros quizás estamos mucho en esa situación.

Son burbujas epistémicas, fenómenos catalizados por las redes sociales, en los cuales nos quedamos encerrados en redes de opinión en los que compartimos las mismas ideas, pensamos que nuestro acceso a la opinión publica es más o menos representativo cuando en realidad no lo es.

Estas dinámicas grupales siempre han pasado, hay un discurso liberal que dice que los individuos tenemos que ser autónomos y tenemos que pensar por uno mismo. Y eso nunca pasa, pensamos en grupo y tenemos instancias de mediación. Ahora todo el espacio público se estructura como un patio de colegio.

En el libro dice que «la discusión pública se ha degradado hasta el punto de minar las condiciones de posibilidad de nuestras democracias». Es fuerte. ¿Por qué? Sí, esta idea es una llamada de atención porque la democracia tiene condiciones de posibilidad. No alcanza con tener derechos y garantías y un sistema de elecciones. Para que haya un orden democrático, hace falta una transparencia comunicativa, como dice Habermas, en las conversaciones de bar y salón, que se tienen que trasladar luego a la sociedad civil elaborado en un discurso. Decir que mi jefe es un cabrón se traslada luego a la existencia en un sindicato, por ejemplo.

La opinión generalizada es que esto cada vez pasa menos y que esa esfera interior, el mundo de la vida cotidiana, está cada vez más cooptada y manipulada por la esfera de la política mediática. En lugar de ejercerse ese movimiento de abajo hacia arriba, la política mediática interviene de tal manera en la conversación del bar, que acabamos siendo casi títeres repitiendo lo que dijo Ayuso.

Los estudios evidencian que las élites están más polarizadas. Por ejemplo, un estudio sobre el aborto en EEUU muestra que los portavoces tienen posiciones más ultras que sus grupos y eso acaba en alineamientos más extremos y menos representativos. Hay una representación teatral en la política, donde se juegan roles, y la ciudadanía acaba asumiendo roles en la escena y restando autonomía a las demandas y necesidades de la ciudadanía.

La líder de Sumar, Yolanda Díaz, en una imagen tomada en el Día del Orgullo.

En la sociedad del Estado español, ¿los efectos polarizantes vienen de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba? Creo que de arriba hacia abajo, claramente. La sociedad española tiene una dificultad extra por su diversidad de ejes que se entrecruzan con el eje territorial. Las élites ponen en circulación una especie de mega-identidades que proponen asociaciones de ideologías y percepciones que no están necesariamente vinculadas unas con las otras. Uno podría compartir una posición o política de la otra mega-identidad sin que sea incompatible, pero ahora se están esclerotizando las mega-identidades, creo yo por las apuestas transversales.

En 2015-2016 se erosionaron las mega-identidades, parecía que se podían reconstituir las identidades políticas y tenía mucho que ver con la crisis de la socialdemocracia. Con la crisis económica surge la posibilidad de apostar por una cierta regeneración política no asociada con las identidades previas, que se manifestó con el primer Podemos. No tendría que hacer falta identificarse con una identidad de izquierda para defender un valor feminista o ecologista, pero acaba ocurriendo que sí, se terminan teniendo que comprar enteros los paquetes ideológicos.

¿Hay sectores que exacerban la polarización de manera intencionada? La está usando ahora de manera intencionada claramente la nueva derecha radical, y en esto el PP queda totalmente asimilado. La derecha ahora mismo se ve en una coyuntura global que sus políticas económicas se ven totalmente inútiles. El discurso de eficacia en la gestión ha quedado claramente desmentido en España, la inoperancia de un parlamento plural con múltiples alianzas ha quedado desmentida, a la derecha le queda muy poco discurso.

¿Entonces qué pasa? Pasa la guerra cultural. Y se tienen que legitimar posiciones que antes eran consideradas intolerantes y que está bien que lo sean. El problema es cuando las élites se convierten en relativistas y posmodernas y dicen que esas posturas son igualmente válidas, achacan la polarización al adversario para tratar de legitimar un consenso nuevo, desplazando el eje a la derecha, y para llegar al equilibrio fuerza al otro a moverse. La derecha, por tanto, usa esta polarización para generar un desplazamiento. Es la forma que han encontrado para ganar elecciones, aunque a veces creo que es una huida hacia adelante no siempre calculada.

Pedro Sánchez saliendo de la Moncloa. Pierre Philippe Marcou | AFP

¿En qué lo podemos percibir? Ahora cierta idea de tolerancia, derechos fundamentales y cierta redistribución son valores considerados ideológicos y, por tanto, extremos. Ese movimiento está haciendo una modificación de percepciones, funciona a nivel electoral, y se están movilizando valores morales reactivos, como la indignación o la rabia.

Lo que se está haciendo ahora es una especie de pornografía moral, como lo llaman algunos, porque genera gratificación inmediata. Por ejemplo, lo que pasó con Bildu en la campaña [en el Estado español], buscó generar una gratificación en el espectador, en el mirón, la gratificación de indignación rápida, intuitiva, que no hay que pensársela. El sujeto que se indigna se considera digno moralmente y lo gratifica, y eso genera una cierta adicción. Hay una especie de adicción a esto, la derecha se está volviendo adicta a generar esto que da réditos electorales rápidos en lugar de procesos que requerirían ideas más elaboradas y más tiempo.

Lo que hace la derecha ahora es activar nuestros instintos morales reactivos, reaccionar ante una reforma fiscal, por ejemplo, como si viéramos un asesinato, rabia ante cosas que requerirían cierto debate y reflexión. Es una colonización de nuestro cuerpo, porque no podemos evitar a veces reaccionar.

Díaz Ayuso y Feijóo saludan a sus seguidores durante un mitin. Javier Soriano | AFP

En el libro habla de que se impone un cierto «tribalismo moral»... El tribalismo moral tiene que ver con considerarte en una posición de verdad absoluta. Una cuestión importante es que el peligro no es tanto la afectividad o que las emociones políticas estén en juego, porque creo que las emociones forman parte de nuestra cognición y no hay que negarlo. Pero el problema es la moralización, mas allá del giro afectivo en el espacio público, porque acabamos moralizando cualquier esfera de acción política, toda propuesta, y la moral tiene una serie de afectos e instintos asociados. Entonces, el problema es que se moraliza todo.

En este contexto que todo está moralizado, consideramos que nuestra posición es objetivamente correcta y que, por tanto, la posición del otro en tanto es moralmente intolerable, inaceptable. Se invalida al otro de primeras. Pasa ahora mucho con esto del «sanchismo»: cualquier medida política está invalidada por una especie de contacto con el pecado original. Esta actitud también la puede haber en la izquierda, pero se da más con el resentimiento, una posición que tiene que ver con la posición de víctima, que Podemos ensalza mucho.

¿Dentro del Estado hay diferencias en torno a esto? ¿Es la misma polarización la de Madrid que la de Catalunya o Euskal Herria? Creo que se da menos en la periferia. Pero lo que está polarizado fundamentalmente es el debate nacional. El debate autonómico está diluido, más evidente en Madrid. Hay una percepción naturalizada que parece que es neutra y no lo es, que España es un país homogéneo, es uno de esos errores de la transición que no revisó esto. Hicieron una Constitución plural sin acompañamiento cultural, no cambió los imaginarios. Que todavía se recurra a ETA lo que hace es reavivar esa percepción centralista y genera más polarización. Tiene que ver con “los traidores de la patria”, utilizan esos recursos.

Hay gente cuya primera politización se dio con el ‘No a la guerra’ y el Prestige, y otra generación lo hizo en los 90, con el «aznarismo». Esa generación busca movilizar estas referencias permanentes a ETA. Además, puede ser para desmovilizar a un electorado socialdemócrata moderado que tiene memoria traumática en esto.

Al respecto, quiero decir que Bildu ejerce un papel histórico que no es reconocido, porque se están comportando con mucha responsabilidad, apoyando medidas sociales, y ejercen un papel de transición. En España hay mentalidad revanchista, hablan de un ‘se venció a ETA’, con mentalidad punitivista, pero Bildu ejerce un rol de transición para que haya todo un sector que vea la conveniencia de participar en el juego democrático y hay que tener cierta paciencia con este proceso.

El líder del partido ultraderechista Vox, Santiago Abascal, en un acto celebrado en Madrid. Thomas Coex | AFP

¿El crecimiento de Vox es producto de la polarización? Tendríamos que ver respecto a qué otro se está polarizando Vox, que seguramente sería el «sanchismo». Vox tiene una clave cultural potente, una psique subyacente española de la idea centralista del Estado, todo ese trabajo que quedó sin deconstruir en la transición lo están potenciando y exprimiendo bien. También tiene el atractivo del outsider, los «auténticos» que dicen la verdad sin inhibición, similar a la alt-right americana, contra lo políticamente correcto, contra un consenso democrático liberal que ha costado mucho construir y que ven producto de una élite burguesa y progre.

En la medida en la que Sánchez y los partidos a su izquierda están identificados con eso que deslegitiman, se explica su crecimiento. Vox es diferente al lepenismo en ese sentido, que crece porque se identifica con la precariedad. Vox no logra esto, es un voto reactivo, con negación absoluta de vínculos de solidaridad. Pero creo que tiene un tope que difícilmente seguirá aumentando, se ha demostrado que en algunos territorios no han logrado arraigar.

La tendencia de alinearse a paquetes ideológicos disuade a los políticos de apelar a un electorado transversal, dice en el libro. ¿Es la estrategia de la derecha radical? Sí. Esto va a seguir profundizándose. Cuando desaparecen las mediaciones a las que nos solíamos fiar, como los medios de comunicación en su función clásica y los partidos, que ya no se fían de ellos, empiezas a fiarte de diferentes cosas para los cuales no hay una prevención, como grupos individuales o redes sociales. Ahora somos más vulnerables a estas dinámicas agregadas, grupales, para los que no tenemos tantas capacidades de prevención.

El nuevo debate público genera más riesgo, tenemos menos elementos para juzgar si estamos en una burbuja. Y con esto ganan quienes no quieren vigilancia ni control ni rendición de cuenta, gana quien quiere ocultar un desmantelamiento de ciertos triunfos democráticos y sociales, sobre los cuales, preguntados individualmente, todos los ciudadanos están orgullosos y contentos y, sin embargo, están dejando pasar su destrucción.

Casi el 65% de los votantes de Ayuso dicen que es fundamental defender la sanidad pública. Es flipante. Vox y Ayuso se aprovechan de esto, juegan con el sentido común, de la verdad intuitiva, la que se ve, el sentido común y ya.