Alessandro Ruta
100 AÑOS DE DISNEY

Disney, ese edulcorante de la literatura

El 16 de octubre de 1923, los hermanos Roy y Walt Disney fundaron su casa de producción cinematográfica, especializada en dibujos animados. Hasta hoy, en sus estudios se han llevado a cabo 61 películas, muchas de ellas inspiradas en cuentos o libros infantiles, y no siempre siendo adaptaciones fieles del original.

La compañía estadounidense cuenta con parques temáticos en California, Florida, Tokio y en las cercanías de París, en la imagen. Ian Langsdon | AFP
La compañía estadounidense cuenta con parques temáticos en California, Florida, Tokio y en las cercanías de París, en la imagen. Ian Langsdon | AFP

Este es un artículo con muchos spoilers, lo sentimos, pero también con descubrimientos. La historia empieza el 16 de octubre de 1923 -hace ahora un siglo-, en Los Ángeles (California), donde dos hermanos llamados Roy y Walt crean Disney Brothers Cartoon Studio. Cartoon, es decir, dibujos animados. Algunos, inventados desde la nada, como Mickey Mouse y su familia, o el Pato Donald; pero otros, inspirados en grandes novelas o cuentos del pasado, para entretener a un público joven y a sus familias.

Desde ahí llegaron grandes éxitos y escenas grabadas en nuestras memorias, historias siempre con final feliz, a pesar de que la obra original en la que se inspiraba tuviera un final triste o cruel. Disney impuso un estilo edulcorado o, más aún, azucarado, empalagoso, distorsionando el cuadro original. ¿Es bueno o malo? Probablemente ni lo uno ni lo otro, pero conviene recordar que se trata del mismo público, pero dos medios muy distintos: páginas contra pantallas.

Repasamos cinco de estos casos de películas que han sido totalmente alteradas respecto a la obra original.

BLANCANIEVES Y LOS 7 ENANITOS (1937)

Es la primera película de Disney de dibujos animados inspirada en un cuento, en este caso de los hermanos Grimm, alemanes, absoluta referencia en este ámbito. La reina malvada, en realidad una bruja, hablándole al «espejo mágico» para saber quién es la mas bella del reino, la respuesta inquietante, el cazador obligado a extirpar el corazón de Blancanieves como prueba de su homicidio, la fuga de la niña hacia el bosque donde se encuentra con los siete enanitos que van «silbando a trabajar» y se llaman Dormilón, Mudito, Timoteo, Gruñón, Feliz, Tímido y Mocoso. Y ese final inolvidable, el beso del príncipe para despertar a Blancanieves envenenada por la manzana.

No cabe nada más «disney», nada más almibarado, en un cuento infantil. Ese beso es un añadido que roza el acoso sexual si lo vemos con los ojos de hoy. Pero, por aquel entonces, se vendió como una acción de amor, quizás inspirada en las películas en blanco y negro o las de la era del cine mudo. Y lo cierto es que la historia de los Grimm era bastante distinta: no es un beso lo que despierta a Blancanieves, sino el tropiezo de una de las personas que llevan su ataúd de cristal. El resbalón lo hace caer y el golpe hace salir de la boca de la chica el trozo de manzana envenenada. Poca gracia para un final tan espectacular, en el que el amor triunfa.

PINOCHO (1940)

Un muñeco de madera bastante travieso, por no decir malo, aprende a respetar todas las reglas comunes, empezando por decir la verdad y, finalmente, se convierte en un chico de carne y hueso. Rodeado de personajes fantásticos, empezando por su «padre», el carpintero Geppetto, y un grillo que habla, símbolo de la conciencia, atraviesa momentos terribles, pero nos regala también momentos divertidos, sobre todo cuando miente y su nariz se alarga de manera exagerada.

Viendo el filme de Disney nadie podría imaginar que Pinocho, en primer lugar, tenía que morir víctima de sus malas conductas. De hecho, el objetivo de Carlo Collodi era dar un aviso a todos los adolescentes que habían leído su cuento, publicado por episodios en un periódico, y de estilo casi policiaco. Pinocchio («ojo de pino» en italiano, por el material con el cual había sido creado) era un verdadero canalla. En las primeras páginas era capaz de matar de un martillazo al grillo que trataba de aconsejarle: «Chetati, grillaccio del mal'augurio», le grita en dialecto toscano el muñeco (Cállate ya, maldito grillo). Podría haber sido una riña en una de aquellas viejas tabernas de Florencia donde corría el vino a mares.

Todo lo contrario del Pinocchio de dibujos animados, apacible y realmente más ingenuo que travieso, y del grillo que sobrevive hasta el final como coprotagonista. Es verdad también que Collodi tuvo que «resucitar» al muñeco tras las quejas de sus jóvenes lectores. El tono moralista y «naturalista» a lo Emile Zola, con detalles hasta repugnantes, se encuentra solamente en las páginas de esta novela traducida en todo el mundo, pero no en las pantallas.

LA SIRENITA (1989)

Hans Christian Andersen ha pasado a la historia como uno de los mejores escritores de cuentos infantiles de siempre. Pero solamente los máximos aficionados a la literatura universal se han interesado en saber que aquellas historias eran fruto de frustraciones personales: Andersen, un hombre tímido, demasiado alto y torpe, vivía su realidad como una pesadilla en una época y una sociedad que juzgaba todo lo que se salía de la norma. En aquel mismo periodo, la primera mitad del siglo XIX, en Dinamarca otro escritor y filósofo «raro» como Soren Kierkegaard era visto con bastante recelo.

“El soldadito de plomo”, “La pequeña cerillera”, “El patito feo” y “La sirenita” se parecen bastante entre sí y todos ellos son proyecciones de Andersen. Hay un protagonista extremadamente desafortunado, una especie de «oveja negra», que al final del cuento consigue de alguna manera solucionar sus problemas. Aunque no siempre se muestra la cara más amable: pensemos en la cerillera o en el soldadito, ambos mueren pero lo hacen casi felices, y tampoco sabemos si el expatito y ahora majestuoso cisne está realmente satisfecho.

La película de Disney acaba de lujo para Ariel, que se casa con el príncipe después de haberse convertido en un ser humano, en una chica. Por contra, el cuento no concluía exactamente así, sino de manera mucho más triste, casi opuesta: la sirenita, tras haber hecho de todo para su enamorado, no solamente no se casa con el hijo del rey, sino que se suicida para evitar cualquier venganza cuando el joven se une a otra persona, lo que algunas personas considerarían ‘un acto de amor extremo’.

ALADDÍN (1992)

Aquí hay unas cuantas diferencias con el cuento original, aparecido en “Las mil y una noches”. Para empezar, Aladdín es un chaval que vive en Catai, es decir, en la antigua China, y no tiene aspecto de árabe. Es un joven tan malo que ha roto el corazón a su padre, preocupado por las pésimas actitudes del hijo, hasta provocar su muerte. Su antagonista es un mago que se presenta como un «lejano tío africano» y que en realidad es un brujo en busca del «jardín de las maravillas», un lugar repleto de objetos mágicos. Al final es Aladdín quien se aprovecha de este lugar: coge la lámpara, la frota y conoce al genio que cumple sus deseos, que no son tres, sino infinitos. En el cuento, en el jardín encuentra también un anillo, un poco menos mágico pero muy útil para acercarse a la princesa y conquistarla, cuando ella estaría ya prometida con otra persona (algo que no está en el filme).

La película terminaría aquí, con Jafar el mago derrotado y las bodas entre Aladdín y Jasmin, ella también árabe y no china. Mientras tanto, la historia en “Las mil y una noches” sigue con el secuestro del hombre que tenía que casarse con la princesa y el intento de venganza del brujo, el robo de la lámpara y la intervención decisiva del genio del anillo que ayuda a Aladdín a recuperar todo lo que había ganado.

El genio, además, no es tan amable en el cuento como en la película. En resumen, son dos historias totalmente distintas. Probablemente aquí los de Disney buscaron un guion menos laberíntico y quisieron convertir al protagonista en un joven no tan díscolo y sin escrúpulos como el original.

EL JOROBADO DE NOTRE DAME (1986)

“Notre Dame de Paris”, obra maestra de Victor Hugo y primer verdadero éxito del genial escritor francés, no es exactamente un cuento infantil. Tampoco está casi del todo centrado en la figura del jorobado Quasimodo. Este es solo uno de los protagonistas de la novela, cuya verdadera referencia es la catedral gótica, sus gárgolas y sus alrededores, donde se toca casi con la mano la «corte de los milagros», esa fauna humana perfecta para el imaginario de Hugo, lo grotesco, y lo que Umberto Eco llamaría en uno de sus ensayos «tendencia a amontonar». Gitanos contra autoridades, colores frente a monotonía, libertad contra la ley obtusa.

En “Notre Dame de Paris”, Quasimodo muere y no acaba siendo el héroe de la historia. En la novela, el jorobado es un verdadero monstruo, probablemente más feo aún que el chavalote del dibujo animado. O, mejor dicho, un desafortunado titán a la manera de antihéroes de otros trabajos de Victor Hugo, más cercano al Jean Valjean de “Los miserables”: es un ser humano cuyas deformidades físicas son el reflejo del contexto de esa iglesia enorme y espeluznante que parece tener vida propia.

El final mismo de la novela es trágico y opuesto al de la película, con la muerte tanto de Quasimodo como de la gitana Esmeralda, y la imagen de sus dos esqueletos abrazados (uno normal y el otro jorobado) muy conmovedora, muy de Victor Hugo: esta sí, poética como un cuento infantil. No hay ni bodas ni felicidad como en “El jorobado de Notre Dame”.