Mariona Borrull
CINE

«Club Zero»

Escena de «Club Zero», película de Jessica Hausner que se desarrolla en un instituto de élite en el que la profesora de nutrición profundiza en el ayuno.
Escena de «Club Zero», película de Jessica Hausner que se desarrolla en un instituto de élite en el que la profesora de nutrición profundiza en el ayuno.

Nada hay más cercano a una experiencia mística que el hambre profunda… Ese retortijón que carcome, el aire comprimido que te invade por dentro y que no deja espacio para la duda. Las puertas del ayuno extensivo nos purifican, pero solo las mantenemos abiertas -intransigentes- a golpe de fe. Creer con la cabeza y estómago vacíos: ambos son palestra fértil (la más democrática de todas, quizás) para plantear los límites de la experiencia humana trascendente por necesidad. Es “la Montaña” imperativo-categórica a la que miran los supervivientes de “La sociedad de la nieve”, o la blancura cegadora del post-mundo desértico de “Gerry” de Gus Vant Sant. Abran el mundo al apetito, y que entren las langostas.

Jessica Hausner lleva años imaginando los vasos conductores entre el gusanillo de la neurosis y el colapso global. Desde “Lourdes” hasta la reciente “Little Joe”, sus películas plantean milagros posibles encima de paredes enladrilladas, allí, bien visibles para que nos pelemos las rodillas al trepar. En “Lourdes” una mujer logra por gracia divina levantarse de su silla de ruedas y andar. En “Amour Fou”, el poeta Heinrich trata de vencer a la muerte con la certeza del amor, y en “Little Joe” el norte realizado es esto que llamamos “felicidad”, hoy fabricada entre las paredes de un laboratorio.

¿Pero dónde está la gracia posible de “Club Zero”? En la película, un instituto de élite acoge las clases extraescolares de Miss Novak (Mia Wasikowska), experta en nutrición de rictus germánico que -quizás por mirar de cara al desencanto de una generación preapocalíptica- se convierte enseguida en la favorita de un reducto de alumnado dispuesto a escuchar. Ella les enseñará las virtudes del autocontrol y el ayuno, dibujando un camino de espinas que pasa por comer cada vez menos hasta llegar al “cero”, la inanición absoluta. El cuerpo, devorándose a sí mismo… Qué buena imagen para definir (también) la hostilidad agotada de los pasillos de un instituto. Entre los colores extrañados de la estética de Jessica Hausner (marrón salchicha de perro, verde aguacate podrido) y lo impertérrito de un reparto de muertos vivientes, caras flacas y ojos inquisitivos, cualquier escapatoria sí parece un verdadero milagro.

Quizás por ello, en “Club Zero” no haya gracia sino aire, el vacío. Los malos cuerpos se apelotonan en las salas desde el estreno de la cinta en el Festival de Cannes (en los Premios del Cine Europeo y en Sitges, su compositor Markus Binder sería destacado por la Mejor Música). Puede que nunca superemos el carácter anecdótico de las experiencias cinematográficas “tridimensionales”, porque nunca una película “olerá” o “sabrá” a nada… Sin embargo, tras el vacío ritualístico de “Club Zero”, bilis exquisita, solo podremos paladear la punzante acidez que sigue al vómito.