Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Mensaje en una botella

(Getty)

Una de las capacidades asociadas a la evolución de nuestra inteligencia es la de fantasear; una capacidad, por otro lado, no exenta de cargas. Gracias a la fantasía podemos planificar, idear y proyectar; también gracias a ella podemos reproducir en la acción y en el cuerpo lo que hemos aprendido sobre cómo estar en la vida. Imaginamos un fin de semana con la familia, para prepararlo lo mejor posible; o recordamos vívidamente, cómo comportarnos en un grupo nuevo. Sin embargo, hay una fina línea entre acceder a dicho aprendizaje, y creernos que ahora estamos en la misma situación que entonces, o que lo que proyectamos vaya a darse exactamente como imaginamos.

Una de las dificultades a la hora de diferenciar la situación presente de la aprendida es la carga emocional que a menudo lleva la fantasía, aunque no nos demos cuenta. Rápidamente, los escenarios imaginados nos colocan en un estado emocional que nos predispone a actuar. Y una vez que la emoción se activa, es difícil negarse a recorrer todo su camino, hasta su resolución. Por ejemplo, si voy a reencontrarme con un viejo compañero con quien tuve mis más y mis menos, y esto me marcó o me hirió, va a ser difícil no sentir parte de aquella incomodidad de nuevo, y no ‘hacer algo’ para atajar esa sensación, para darle alguna salida. Por ejemplo, obsesionarnos con lo que le diríamos si pudiéramos hablar libremente, o quizá fumar más de la cuenta, por no poder marcharnos. Y es que, las emociones y las acciones van ‘en el mismo paquete’, con una etiqueta: «de esta manera afrontamos aquella situación difícil».

El aprendizaje nos ofrece la solución antigua, ya que no ha habido experiencias nuevas al respecto. Es como abrir un antiguo contenedor sellado que esparce su olor en esta nueva estancia, y es imprescindible abrir las ventanas para no intoxicarse. La manera de hacerlo pasa por la consciencia de uno mismo, de una misma, aquí y ahora. Tener la sensibilidad suficiente como para hacer pequeñas averiguaciones sobre lo que nos sorprende de nuestra reacción de hoy, nos indicará que respiramos el aire rancio del pasado.

Después, si podemos no asustarnos por estar sintiendo o haciendo algo diferente a lo habitual, es interesante preguntarse ¿qué me inquieta? ¿qué emoción se calma si hago esto que ‘me pide el cuerpo’? ¿Y a qué escena me recuerda? ¿A qué persona?… En definitiva, es como si leyéramos ese mensaje en la botella que tuvimos que encerrar hace tiempo, y que quizá hoy, más que leerlo al pie de la letra como si fueran unas instrucciones, podamos leerlo como un diario de lo que fue difícil, reconocerlo como nuestra propia historia y pensar en qué queremos diferente hoy para no volver a meter sin más ese mensaje en la botella, sin que nada haya cambiado.

Pensarlo, hablarlo, ventilarlo, y apreciarlo como parte de la propia historia nos libera de la reacción automática que apareció justo después del descorche.