Mariona Borrull

«El cielo rojo»

Escena de «El cielo rojo», en la que aparecen Leon (Thomas Schubert), en el papel de un incipiente escritor, y Nadja (Paula Beer), intentando aprovechar el verano.
Escena de «El cielo rojo», en la que aparecen Leon (Thomas Schubert), en el papel de un incipiente escritor, y Nadja (Paula Beer), intentando aprovechar el verano.

Leon (Thomas Schubert) ha escrito una novela, un relativo éxito de ventas que le ha dado algo de dinero y lo ha llevado de gira. Piensa, «ya soy un escritor, tengo que trabajar». Aprovechará un largo retiro a la torre de su buen amigo de la universidad, Felix (Langston Uibel), para dedicarlo a producir su siguiente gran obra. Pero Leon anda adormecido, se distrae fácilmente y todo lo que escribe es desechable. Además, en la casa del amigo ya se hospeda una mujer, Nadja (Paula Beer), encargada temporal del puesto de helados que vive un verano de desconexión y sexualidad casual con el vigilante de la playa, Devid (Enno Trebs). Por si fuera poco, Felix, el que tenía que ser el aliado en su cruzada literaria, también ha empezado a relajarse.

Leon podría dejarse llevar, ondear tranquilo a merced de la sensualidad que lo envuelve; pero tiene demasiado miedo. Angst… Ante el vértigo se remueve, cierra todas las puertas y espera que su propio trabajo lo salve. Pero cuando la parálisis ha pasado, solo queda la vergüenza. Quizás de los cadáveres ennegrecidos del verano que fue sí pueda escribir una buena novela, una fotografía emocional mortuoria. Redimible solo porque será contada. Ahora les toca a ustedes escoger si leen la nueva película de Christian Petzold como radiografía desangelada de una obra o como súplica desesperada a vivir, y luego todo lo demás.

‘El cielo rojo’ conforma la última parte de la ‘antología de la literatura’ junto con las anteriores ‘Ondina’ (2020), basada en un cuento de Ingeborg Bachmann, y ‘Transit’ (2018), sobre una novela de Anna Seghers. Para su conclusión, esta vez Petzold ha rechazado la adaptación literal, porque «Hitchcock decía que solo es posible adaptar libros malos, porque lo único que puedes aprovechar de ellos es la trama. Por contra, puedes elegir no adaptar, sino filmar un recuerdo, un sentimiento. Filmar la experiencia de la lectura».

En su lugar, el cineasta alemán multiplica las fuentes literarias y las incorpora en el relato, regando las tardes de textos de Heinrich Heine, Uwe Johnson y la propia novela de Leon por esqueleto y único puente posible entre el escritor asustadizo y el grupo de bon vivants. Es cuando Nadja recita en voz alta que Leon se percata de su propia soberbia (imbécil). Nadja lee a Heine: «No se trata de la representación del amor, sino del terremoto de la representación misma».

Como Leon, pueden asociar la superficialidad del verano, este dejarse llevar a través del sentir de los días, a la intrascendencia. En definitiva, las tardes al sol piden poco de quien las vive. Pero abandonarse al sentir del tiempo, ir al vaivén del «terremoto de la representación misma», un sismo que puede romper quien creías que eras y aquello que querías, es un acto de coraje que no todo el mundo está dispuesto a asumir.