Kursaal, un cuarto de siglo con la cultura y la economía como motores
Los aniversarios son un buen motivo para echar la vista atrás. También son el momento idóneo para valorar en qué medida se ha cumplido aquello que un día llegó en forma de sueño, así como los retos que todavía están pendientes sobre la mesa. Pasado y futuro de una infraestructura vertebrada sobre dos ejes de actividad: cultura y economía.
Dos rocas varadas. Así es como visualizó Rafael Moneo (Tutera, 1937) el edificio que reunía el auditorium y el palacio de congresos de Donostia. «El solar del Kursaal es todavía hoy un accidente geográfico», afirmaba el arquitecto en la memoria del concurso. De ahí su leve inclinación hacia el océano. Y avanzaba la clave de su proyecto: se trataba de no continuar el ensanche de Gros, que habría ocultado la presencia del río Urumea. En lugar de ello, el Kursaal debía aparecer como «dos gigantescas rocas que quedaron varadas en la desembocadura del Urumea».
El edificio fue construido utilizando materiales como el acero y el vidrio acanalado -formando una doble piel-. Tiene una apariencia densa y opaca durante el día y se vuelve traslúcida por la noche. Gracias a su sistema de luces LED, la fachada exhibe diversas instalaciones artísticas y refleja vistosos juegos de luces de colores en la oscuridad. Cuenta con un espacio interior luminoso en el que destacan las llamativas ventanas del vestíbulo que quedan abiertas al mar. Los cubos -se los conoce así- están conectados bajo tierra. Acogen una gran sala de cámara, otra más pequeña, salas polivalentes y salas de exposiciones. Entre las dos piezas se forma una gran terraza transitable con vistas hacia el Cantábrico, tanto a la playa de la Zurriola como a la desembocadura del Urumea.
Kursaal alberga eventos culturales -conciertos, espectáculos de danza, muestras de arte...- y congresos. Es, además, escenario de los principales eventos culturales de la capital guipuzcoana: la Quincena Musical Donostiarra, Jazzaldia y Zinemaldia.
POLÉMICA
El proyecto de arquitectura de Moneo no estuvo exento de polémica. Parte de los donostiarras mostró su disconformidad. No estaban de acuerdo con su arquitectura moderna que rompía con el estilo del Ensanche Romántico, con la tradición parisina de la ciudad. A la piedra arenisca típica de los edificios y a sus formas clásicas y ornamentadas se contraponía un proyecto arquitectónico de líneas rectas y formas geométricas construido en vidrio.
Tanto es así que se constituyó una plataforma ciudadana en contra del proyecto de Moneo. Sus integrantes aventuraban que el Kursaal sería un agujero económico y afirmaban que Gipuzkoa no contaba con actividad cultural y congresual suficiente para mantener esa infraestructura.
En el camino tampoco faltaron las dificultades financieras. El coste oficial final fue de 60 millones de euros, 10.000 millones de pesetas. El prolongado proceso de construcción del edificio generó zozobra en más de una ocasión, aunque finalmente llegó a buen puerto. Fallado el concurso en abril de 1990, las obras no comenzaron hasta cinco años después. Su construcción se prolongó durante cuatro años y durante ese tiempo se vivieron varias interrupciones y momentos críticos, como el desplome de parte de los forjados y escaleras el 20 de abril de 1998.
Hoy en día, integrado en el paisaje cotidiano de los donostiarras, constituye una de las imágenes más representativas de la ciudad. El edificio, inaugurado el 23 de agosto de 1999, por lo tanto, fue merecedor del premio Mies van der Rohe. En 2001, el galardón reconoció al Kursaal como el mejor edificio europeo levantado en la Unión Europea en los dos años previos.
El arquitecto se mostró orgulloso de que el galardón estuviese destinado «a la obra acabada más que al autor». El jurado del premio, presidido por Vittorio Magnago Lampugnani, destacó en el acta «la maestría en la resolución del Kursaal en relación con su emplazamiento único y la manera extraordinaria con que responde a su condición urbana y al paisaje que la rodea».
CONVERSACIÓN CON EL PASADO
Esa era precisamente la intención de Moneo a la hora de proyectar el edificio. Según él, el edificio «celebra lo muy respetuosa que ha sido siempre esta ciudad con su geografía. El Kursaal quiere integrarse en la naturaleza». Quiso que las dos rocas varadas no formaran parte de la ciudad, sino del paisaje. Están en conexión con Urgull, con Ulia, con la Zurriola, con el río y el mar.
«Estoy convencido de que la arquitectura puede servirse de los instrumentos de la modernidad, sin abandonar el respeto y la conversación con el pasado». Esta frase de Moneo refleja su filosofía de trabajo.
Ha elegido ser fiel a lo que aprendió en sus inicios. Optó por que su estudio no creciera demasiado y así conservar unos métodos de trabajo. Considera que, quien quiera dedicarse al oficio, debe impregnarse de lo que significan y lo que son las urbes, y estar siempre abierto a los cambios.
Las dos rocas no tienen antecedentes en sus trabajos anteriores ni influencia significativa en su obra posterior. Precisamente porque cree que las obras pueden ser personales sin que tengan un “estilo” personal y que cada proyecto no es más que la respuesta a cada situación y lugar concreto. Moneo quiso ser pintor -una disciplina siempre presente en su vida-, y eligió finalmente los estudios de Arquitectura aconsejado por su padre. Terminó calculando estructuras y proyectando edificios. Su oficio le permite dibujar. Papel y lápiz con los que realizar los bocetos que re-cogen lo que proyecta la mente. Además, la arquitectura lo lleva a conectar con la filosofía, por la que se siente atraído desde joven.
El tudelano tiene en su haber diversos premios internacionales, entre ellos el Premio Pritzker de Arquitectura (1996) -es el único arquitecto vasco-, además del Premio Unión Internacional de Arquitectos (1996), y el Premio Príncipe de Viana del Gobierno de Nafarroa (1993), entre otros.
SÁENZ DE OIZA Y UTZON, SUS MAESTROS
Moneo trabajó como estudiante con el arquitecto navarro Francisco Javier Sáenz de Oiza en Madrid y, más tarde, con Jørn Utzon en Dinamarca. Dio sus primeros pasos junto a ellos y no tiene duda a la hora de considerarlos sus maestros. Ha desarrollado una intensa labor docente en escuelas de Barcelona, Nueva York y Lausanne. También ha sido profesor en Princeton y Harvard. Fue precisamente en la Universidad de Harvard, en Boston, en la que impartió clases durante más de tres décadas, donde ideó el edificio del Kursaal.
El arquitecto ha firmado obras como la Plaza de los Fueros de Iruñea (1970-1975), el Archivo Real y General de Navarra (1995-2003) y el Museo Universidad de Navarra (2008-2014). La capital guipuzcoana cuenta también con otro edificio suyo, la iglesia Iesu. Es un templo que se caracteriza por su austeridad y minimalismo. «El Kursaal ha sido una obra definitiva en mi carrera y estimo mucho la obra del Urumea», afirmó en 2011 en una entrevista publicada en GARA, con ocasión de la inauguración del templo.
Fuera del herrialde, ha construido el Museo de Arte Romano en Mérida (1980-1986), la estación de ferrocarril de Atocha en Madrid (1984-1992), el Edificio Diagonal en Barcelona, la terminal del aeropuerto de San Pablo de Sevilla (1987-1991), la Fundación Joan y Pilar Miró (1987-1993), el Museo de Arte y Arquitectura de Estocolmo (1991) o la catedral de Los Ángeles (2000).
Su estudio está ubicado en la capital española, a donde acude diariamente a sus 87 años de edad. También realiza visitas a las diversas obras en marcha. Dicen que las personas que tienen una gran curiosidad permanecen jóvenes. Moneo podría ser ejemplo de ello. «No dejo de aprender, todo me interesa, todo lo pregunto», ha reconocido en alguna ocasión. Otra de sus pasiones es hacer vino. En su tiempo libre ejerce de viticultor en Olmedo (Valladolid).
«Ahora se va de vacaciones y no queremos molestarlo en su descanso», nos decían desde su estudio a principios de julio al solicitar una entrevista con el arquitecto.
GRAN KURSAAL
En 1916, cuando se convocó un concurso internacional que tenía como objetivo el diseño de un nuevo casino para la ciudad de Donostia en el Ensanche de la Zurriola, el francés M. Auguste Bluysen resultó vencedor. Sobre los arenales de la desembocadura del Urumea, en terrenos ganados al mar, se construyó en 1922, en plena Belle Époque, un gran Kursaal marítimo que sería el segundo casino de una ciudad recreativa y balnearia. En alemán, “Kur” hace referencia al tratamiento balneoterapeútico y “saal” a la sala. Era la sala de curación en los balnearios europeos del siglo XIX. Más tarde, este término se aplicó a salas similares que había en los casinos; con el tiempo se extendió su uso como equivalente a casino.
Los promotores de la construcción tuvieron que construir entre otras obras un puente para unir el Kursaal con el centro de la ciudad. El nuevo puente, oficialmente Puente de la Zurriola, es conocido popularmente como Puente del Kursaal. El Gran Kursaal incorporaba un casino de juego, un restaurante, salas de cine y diversas salas complementarias, así como un teatro con capacidad para 859 espectadores.
Pero su historia fue corta. Dos años después de ser inaugurado por la reina María Cristina, la prohibición del juego impuesta por la dictadura de Primo de Rivera interrumpió su actividad y lo dirigió hacia un futuro incierto. Terminó siendo sede provisional de diversas actividades, como obras de teatro y cine, exposiciones o actos políticos a los que acudían las autoridades de la época.
DERRIBO
Sus propietarios -era de titularidad privada- querían aprovechar su destacada ubicación para sacarle rendimiento. Se convocó un concurso público y se aprobó un primer proyecto en 1965 pero, debido a su dificultad de construcción, fue desechado finalmente. En 1972, la sociedad propietaria acordó su derribo, en medio de la polémica, dado que era uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. La realidad es que estaba en quiebra, en concurso de acreedores. El solar pasó a ser de propiedad municipal y fue bautizado como “solar K”. Tras la corrección de ciertos aspectos del proyecto de 1972, que no gustaban a los responsables municipales, la construcción del edificio comenzó en 1975. Sin embargo, las obras se paralizaron tras la construcción del muro perimetral y de su cimentación. El tiempo fue pasando y no fue hasta 1989 cuando se convocó una consulta técnica a la que se invitaron seis profesionales de renombre internacional: Peña Ganchegui, Mario Botta, Arata Izozaki, Norman Foster, Juan Navarro Baldeweg y Rafael Moneo. Fue elegida la propuesta de este último.
El jurado valoró «su rotundidad y expresividad y su imagen claramente diferenciadora de las de los edificios que lo rodean sin entrar en conflicto con ellos en cuanto a volumen o altura». También se tuvo en cuenta la disposición de los dos prismas que albergan las salas, al orientar cada una de ellas hacia las referencias geográficas más significativas del entorno, que configura la ensenada de la Zurriola, el mar y Urgull en el caso del auditorio principal; y del mar y Ulia en el caso de la sala menor. El jurado apreció también que prime su fachada al mar, así como que resuelva «de manera clara y acertada» la organización funcional de los diferentes usos propuestos, liberando una porción importante del solar destinada a espacio peatonal de uso público.
Después de redactar el proyecto entre 1991 y 1994, en 1995 se dio la aprobación definitiva para el inicio de las obras, que comenzaron en 1996 y que no finalizaron hasta 1999.
CONMEMORACIÓN
Con motivo de este 25º aniversario, el Kursaal ha ofrecido visitas guiadas en julio y continuarán en agosto. De esta manera, ciudadanos y visitantes tienen la oportunidad de conocer el interior del edificio en el marco de las actividades conmemorativas. Porque cumplir un cuarto de siglo es motivo de celebración, los próximos meses habrá dos citas importantes: por un lado, dos sesiones de conciertos gratuitos el 14 y 15 de septiembre y, por otro, una gala el 8 de noviembre que contará con música clásica, pop-rock y danza.
Pero las efemérides no son solo motivo de celebración, sino también de balance. Esta majestuosa infraestructura ha generado las siguientes cifras hasta la fecha: 6.700 eventos celebrados con más de 10 millones de asistentes -3 millones corresponden a congresos, 7,1 millones restantes a actividades culturales-. Se estima un impacto económico de 1.559 millones de euros en el PIB. Los responsables políticos han remarcado el hecho de que «Kursaal ha aportado a la economía guipuzcoana en sus 25 años de vida 25 veces la inversión inicial».
Entre los datos aportados destacan los 3.686 congresos, convenciones, jornadas y ferias llevados a cabo. Un 28% de estos congresos tiene carácter internacional. En cuanto a la tipología, el 42% corresponde al sector sanitario y científico-tecnológico. En el apartado cultural, ha acogido 3.014 espectáculos, con un grado de ocupación del 78%.
«ASPIRAR A MÁS»
Iker Goikoetxea, director-gerente de Kursaal, no oculta su satisfacción. Le preguntamos si considera haber cumplido los retos fijados en aquel entonces. «Soy de difícil conformar», advierte. «Hemos cumplido las expectativas pero tenemos que aspirar a más si se puede», afirma.
«En el plano cultural hemos logrado ofrecer propuestas culturales muy interesantes que han tenido una respuesta fantástica por parte de la ciudadanía. Ahí están las cifras de Kursaal Eszena, la antigua Fundación Kursaal. Entiendo que se ha acertado en lo propuesto. Siempre se ha pretendido que fuese una plaza de todos, no solo para colectivos específicos. Nos hemos preocupado y ocupado por que la oferta sea diversa. En lo que respecta a lo económico, también hemos albergado desde un congreso científico de seis premios Nobel a reuniones de otro orden. Yo creo que hemos logrado que la ciudadanía se sienta cercana a lo que ocurre aquí», dice.
«Contamos con un equipo fantástico con el que hemos ido navegando las aguas -hemos tenido de todo- razonablemente bien. Sin olvidar el contexto que rodea el edificio, ya que se ubica en un país, territorio y una ciudad que tiene unos ecosistemas económico-sociales que ayudan muchísimo. Tanto en la parte cultural, con ciudadanos que demandan cultura y están dispuestos a pagar por ello, como en la parte de congresos, ya que tenemos grandes científicos, grandes médicos, que tienen el coraje de proponer en su asociación traer un congreso aquí. Esto, evidentemente, nos ayuda». Nos retrotraemos a 2008, año en que Goikoetxea asumió el cargo relevando a José Miguel Ayerza cuando este fue nombrado director general de Adegi (Asociación de Empresas de Gipuzkoa). «Para mí, personalmente, supuso un cambio en mi trayectoria profesional, ya que significaba trabajar para una sociedad pública. Yo venía de una multinacional japonesa. Tuve que adaptarme a unas dinámicas distintas con respecto, por ejemplo, a la exposición pública. También era un edificio muy simbólico en lo personal, como ciudadano. Tuve que adaptarme a liderar un proyecto querido y con mucha relevancia entre los cuidadanos», cuenta. Lo recuerda como un momento «especial, ilusionante, con absoluta emoción y ganas de hacer las cosas lo mejor posible».
¿En qué liga juega Donostia -a través del Kursaal- internacionalmente en el ámbito de los congresos? «En relación a la dimensión de la ciudad y del territorio siempre hemos estado posicionados muy arriba en los rankings de congresos. Madrid y Barcelona juegan en otra liga, pero nos estamos tuteando unos años con Bilbao, otros con Granada, Valencia o Sevilla. Y todas son ciudades sensiblemente más grandes. En Europa pueden ser Florencia y Edimburgo».
PALACIO MIRAMAR
En 2020, el Kursaal asumió la gerencia del Palacio Miramar. «En nómina estamos 25 personas (21 en el Kursaal y 4 en Miramar). Los eventos van y vienen y las personas directamente contratadas son líderes de otros equipos que van engrosando el personal en función de la actividad que tenemos. De media tenemos unas 70 personas trabajando. Unos días 50, otros días 30», detalla el responsable de la infraestructura.
Entre 2011 y 2015 Goikoetxea fue consejero de la Asociación Internacional de Palacios de Congresos y de 2020 a 2024 -acaba de salir- ha sido presidente de la asociación estatal. Esto le aporta una visión general de continentes y contenidos de otros auditorios y palacios de congresos. ¿Qué tiene el Kursaal de especial, al margen de algo tan obvio como el edificio de Moneo? «Más allá del edificio, que es muy utilizable por mérito de Moneo, ya que lo hizo muy compartimentado, si algo nos diferencia es nuestro contexto de territorio y ciudad. Cuando compites por traer un congreso el palacio tiene que ser apto. Nada más. Evidentemente ayuda el tipo de ciudad en el que estás, qué calidad de vida se respira, qué tipo de servicios ofreces, qué cultura hay en la calle... Son factores intangibles que al final suman. Debes cumplir una serie de exigencias, como tener un aeropuerto internacional en la misma ciudad. Una vez superado eso, en el momento de la visita de inspección solemos competir muy bien, al margen del palacio de congresos en sí, porque el destino en su conjunto es muy cualitativo. Alguien que viene de muy lejos ve que aquí va a desarrollar bien su congreso», cuenta el director-gerente del Kursaal.
«Ambición de crecimiento sí, pero no a cualquier precio». Fue una de las ideas que remarcó en la presentación de las actividades conmemorativas y de balance de gestión. «Es un mandato intrínseco a cualquier actividad económica y a cualquier empresa. Una empresa tiene diferentes partes, cada una de ellas con sus particularidades y sus intereses. De ahí la dificultad. Cuando lo consigues, el mérito es equilibrar todas esas fuerzas de forma que avancemos con equilibrio. Evidentemente tienes que intentar, de acuerdo al mandato de los accionistas, tener unos resultados que no pidan financiación pública adicional y lo estamos consiguiendo. También debes intentar crecer porque, cuanto más lo haces, más impactas en el entorno económico. Y tienes que tener a los trabajadores satisfechos para que den lo mejor de sí y tu servicio sea el mejor posible. Tus colaboradores, proveedores… deben que estar bien alineados estratégicamente y contentos con su desarrollo. Y los ciudadanos tienen que sentirse satisfechos cuando vienen a un concierto o a un congreso. Hay diferentes fuerzas que entiendo que en el buen desarrollo de una empresa, en este caso el Kursaal, es necesario que estén equilibradas. Pero no por eso nos quedamos en el conformismo. Manteniendo ese equilibro hay que intentar seguir creciendo. Los equilibrios no son estables, son móviles, y hay que tratar de crecer procurando mantener los platos danzando», dice.
Es momento de poner el foco a las luces y sombras. «No destacaría ningún error, aunque seguramente alguno habrá. Entre los retos por cumplir está el de una mayor internacionalidad en el ámbito de las reuniones. También el de la sostenibilidad y la digitalización», explica Goikoetxea. Cree adecuada la integración de la actividad cultural y la económica en una misma infraestructura. «Para la dimensión que tiene Donostia es una buena sinergia. En ciudades más grandes tienen un auditorio, y aparte un recinto ferial. Apuestan por recintos especializados. En cambio, en una ciudad como Donostia tiene todo el sentido -desde un punto de vista racional de infraestructuras- que haya una infraestructura polivalente. En España y Europa son habituales los centros que aúnan un auditorio y un palacio de congresos, pero en EEUU y en Asia, no. Son centros feriales grandes que empiezan a tener actividad cultural diferente a la nuestra, más masiva», cuenta.
FINANCIACIÓN
La actividad cultural del Kursaal cuenta con programación propia, a través de Kursaal Eszena, y también acoge eventos culturales de empresas promotoras privadas que alquilan el recinto. La actividad de Kursaal Eszena se financia con dinero público aportado por la Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Donostia. «Tienen una partida asignada de 300.000 euros anuales cada uno», indica.
Le preguntamos por los precios de la oferta cultural, no siempre asequible para todos los bolsillos. «Ha habido un proceso inflacionista general y en el ámbito cultural, también. Invito a comparar el mismo concierto que tiene lugar aquí con el que se hace en Madrid o Barcelona. ¿Qué precio tienen? La propuesta de Kursaal Eszena es ofertar cultura de calidad a un precio asequible. Y se logra gracias a la aportación tanto pública como privada -de la mano de una serie de empresas-. Son precios controlados y sensiblemente inferiores a Madrid y Barcelona para el mismo concierto», concluye Goikoetxea.
Goikoetxea se congratula de que «no pedimos dinero para gasto ordinario nunca, tampoco en pandemia. Con los ingresos pagamos todos nuestros gastos, mantenemos el edificio y generamos un ahorro. En pandemia tiramos de él y logramos sostener la situación. Lo subrayo porque en este ámbito público hay veces que no se es tan autoexigente a la hora de optimizar los recursos y no utilizar más de los utilizados para la propia inversión. El Kursaal es un referente y un modelo, me atrevo a decir, a nivel internacional. Hay un equipamiento público que no demanda más dinero durante su actividad y está contribuyendo netamente a la ciudadanía, en última instancia», afirma.
Y hace referencia con gesto de satisfacción al resultado de la última -es bienal- encuesta realizada. «El 82% de los guipuzcoanos encuestados dice haber asistido a un evento aquí. Es un dato bonito e interesante. La ciudadanía ha hecho propio el edificio y participa», señala. El 88% de los encuestados valora positivamente la actividad del recinto, reconociendo su gran impacto económico y social en el territorio. Los guipuzcoanos han otorgado una calificación promedio de 8,86 sobre 10.
Ola de contemporaneidad
Iñaki Uriarte Arquitecto
Rafael Moneo ha escuchado el entorno desde el este, el monte Ulia, donde percibe que la geografía está sugiriendo unas pautas de comportamiento. El Urumea se entrega en la mar y, como todos los ríos navegables del Golfo de Bizkaia, genera una playa a su derecha, la Zurriola. La ciudad se asoma y recorre el litoral cóncavo y finaliza allí, al pie del monte Igeldo, donde otro grande de la arquitectura vasca, Luis Peña Ganchegui, traza y monumentaliza un espacio rincón residual. Y Eduardo Chillida lo simboliza y eterniza.
El propósito es difícil. Su función de auditorio requiere altura, el edificio pertenece a su potente naturaleza, por lo que surge el concepto de unos envolventes prismas inclinados de vidrio traslúcido que apuntan precisamente a las dos cumbres orográficas referenciales, Ulia y Urgull.
Su arquitectura no es indiferente a las preexistencias de su entorno inmediato, el frente construido de la Zurriola, pero se diferencia. Se concibe como una rotunda y radical abstracción formal figurativa con innovaciones constructivas, técnicas y estéticas, ausente de ornamentación, atenta y complaciente con el contexto. Moneo incluso reconoce como origen de su concepción espacial “las cajas vacías“ de Jorge Oteiza en cuanto que despoja a los sólidos de su materia, los vacía para apoderarse de su espacio.
En el intervalo entre el proyecto elegido, su construcción y la realidad surge la discrepancia. Hay una evidente cierta, incluso contundente, respuesta social que no se atreve con la contemporaneidad. Una desconfianza formal. Se crea un cierto desánimo, pero también en parte institucional y profesional sin un respaldo adecuado, culto, acorde a la singularidad del proyecto y un lenguaje formal propio del siglo XXl. Desde hace 25 años es un hito urbano, el epicentro de las múltiples miradas desde toda la geografía de Donostia.
Pero hubo una excepción de confianza. El 16 de junio de 1995, en el salón de actos del Colegio de Arquitectos de Bizkaia, Moneo detalló desahogadamente el proyecto con una mayoritaria complacencia. «Es la primera ocasión que tengo la oportunidad de explicar públicamente mi proyecto», confesó.
Una vez inaugurado, persistían rescoldos de disconformidad. Pero algunos quisimos saludar su presencia con este breve artículo publicado en GARA. “En el límite de la relación entre la tierra con la mar, allí donde desde la eternidad cada ola acaba su existencia, se produce un nuevo encuentro: el elogio del lugar”, decíamos.
La dialéctica entre los dos cubos frente a la mar es un sublime episodio del patrimonio y el paisaje urbano contemporáneo de Donostia.