Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «El último lobo»

Canto épico a un animal salvaje, totémico y estepario

De haber sido hecha por un cineasta chino, es posible que “El último lobo” habría sufrido algún tipo de censura o presión, pero al tratarse de una coproducción con Occidente Jean-Jacques Annaud ha podido disponer de plena libertad para adaptar la novela de Jiang Rong “Tótem Lobo”, además de contar con un holgado presupuesto de casi cuarenta millones de dólares. Todo ello se traduce en que no se ahorra la denuncia de la política invasiva de Pekin sobre Mongolia, sin dejar de lado la dimensión épica y espectacular del relato de aventuras.

Nunca antes se habían contemplado con tanta belleza en la gran pantalla las estepas mongolas, habida cuenta de que “El último lobo” es una película de exteriores y su dinámica narrativa se concibe a campo abierto de principio a fin, dejando a nivel de breves apuntes los usos y costumbres en el interior de las yurtas.

Hay una constante invocación del espíritu nómada del pastoreo, desde su arraigo mítico y telúrico expresado a través de la practica religiosa del tengrianismo. Tengri aparece como el dios del cielo, en cuanto prolongación del equilibrio natural del ecosistema en el planeta. Ese absoluto e imprescindible respeto por la tierra madre conecta directamente con la figura totémica y salvaje del lobo estepario, por ser el animal que mejor representa el ciclo de la vida. Caza a las especies dañinas que se comen el pasto, saciando así el hambre que le llevaría a atacar los rebaños de caballos o de ovejas.

La coexistencia natural entre humanos y animales se rompe con la expansión del gobierno chino y la consiguiente llegada del progreso, aunque la Revolución Cultural también acercó a ese mundo en los años 60 el intercambio del aprendizaje, gracias a sensibilidades receptivas como la del estudiante protagonista, dispuesto a enseñar y a la vez empaparse de la primitiva sabiduría esteparia.