Análisis y perspectivas
Pasado un mes de cita electoral del 24 de mayo llega la hora de ir cerrando los balances cuantitativos y centrarse en el análisis de lo que estos resultados pueden suponer en la política vasca. Vivimos en un momento muy dinámico en el que el cambio de ciclo político en Euskal Herria y la multicrisis en el Estado hacen que los cambios se sucedan con una velocidad inusitada. En ese contexto cualquier hipótesis de futuro es arriesgada pero trataré de analizar cómo ha quedado el mapa político en cuanto a resultados y posibles estrategias de sus principales actores. Empezaré por valorar lo que se llamó bloque constitucionalista, el PP y el PSE. Sus resultados en la CAV son una catástrofe sin paliativos. El balance les sitúa casi en la irrelevancia, en un resultado con tintes de cambio de Era en zonas como Araba o la Margen Izquierda. El PP parece resignarse a no tener un papel en la política vasca, mientras el PSE se niega a la imprescindible catarsis y se entrega al PNV en busca de sustento para el aparato del partido. El alineamiento del PPSOE con las tesis más represivas y su discurso centrado en la época de conflicto armado han profundizado su caída. Además, y no es una cuestión menor, tienen un electorado profundamente envejecido.
Ciudadanos no ha aparecido en Euskal Herria, lo que redobla la dimensión de la derrota del nacionalismo español. La debacle del constitucionalismo se extiende a Nafarroa de la mano de UPN y PSN. La victoria del Cambio en Nafarroa fue inicialmente minusvalorada fuera del herrialde, en comparación con la atención prestada a Gipuzkoa. Pero lo sucedido en Nafarroa es mucho más importante desde una perspectiva de país. El Régimen ha sido derrotado en las urnas y el bloque del cambio deberá consolidar ahora el desmantelamiento de ese sistema; con prudencia y sin prisas, consciente de lo ajustado del resultado y de la pluralidad de las fuerzas que componen la nueva mayoría. Sin olvidar que el Régimen, aun desplazado del poder institucional, mantiene una amplia batería de recursos que utilizará para el contraataque.
Otra de las grandes novedades ha sido la aparición de Podemos. Sus resultados han sido excelentes, aunque lejos de algunas expectativas demoscópicas desproporcionadas. La debilidad de sus estructuras vascas ha sido compensada por el atractivo de la formación a nivel estatal. Se espera que ese tirón funcione aún con más intensidad en las próximas elecciones generales. A partir de ahí comienzan las dudas. Con una estructura militante y una representación institucional tan heterogénea como su base electoral es difícil saber si su práctica política va a ejercer una acción cohesionadora o si por el contrario va a activar las contradicciones de manera centrífuga.
Si no estallan esas pugnas internas, Podemos tiene en Euskal Herria un espacio natural entre el electorado que tiene su referencia en el ámbito estatal y busca una izquierda honesta, política y éticamente. Creo que subirán en las generales (dependiendo fundamentalmente de su tendencia global en el Estado) y podrían mantenerse en los niveles actuales en unas autonómicas. No hay obstáculo programático o ideológico que impida una acción coincidente con la izquierda soberanista en calles e instituciones, que ya se está materializando en algunos lugares. El único freno son las reticencias que esta colaboración provoca a nivel estatal y en una parte minoritaria de sus cuadros vascos.
El PNV obtiene un buen resultado gracias al salto dado en Gipuzkoa, que compensa las ligerísimas bajadas en Bizkaia y Araba. Pero el gran incremento de su poder institucional no se corresponde con un incremento proporcional de su voto. El PNV mantiene una distancia con EH Bildu de unos 100.000 votos. Ambas fuerzas están prácticamente empatadas en Araba, Nafarroa, Gipuzkoa y la mitad oriental de Bizkaia y en Iparralde domina este duelo la izquierda soberanista. Pero el hecho de que en el área metropolitana de Bilbo el PNV duplique o triplique a EH Bildu decanta la balanza a favor de la formación jeltzale. Su oferta en esta zona es un nacionalismo suave, casi despolitizado, sin euskara, con mucho de provincianismo y un toque chauvinista, que vende buena gestión para vivir mejor… que en España. Su icono, Azkuna. El PNV es una fuerza sólida pero está lejos de ser el bloque imbatible de los 80 o el que construyó Ibarretxe.
Su estrategia pasa por consolidar su poder institucional, y alimentar su red clientelar y en un muy segundo plano tratar de conseguir alguna concesión del Estado en el ámbito del autogobierno, siempre que para lograrlo no se ponga en peligro el primer objetivo. Su pacto con el PSOE responde a esos dos objetivos. El PNV desea que el PSOE logre el gobierno en Madrid y a partir de ahí lograr un acuerdo de reforma estatutaria a cambio de su apoyo. Pero este es un esquema agotado. El nuevo mapa cuatripartito que se atisba en Madrid va a hacer que los votos del PNV en el Congreso dejen de ser determinantes en la política española, quizás de forma definitiva. El nuevo Gobierno deberá plantearse una reformulación del marco autonómico, pero no por la necesidad de los votos del PNV, sino para hacer frente al reto catalán. En ese escenario la posición vasca sería mucho más fuerte si pusiéramos sobre la mesa la demanda colectiva de un nuevo estatus basado en el derecho a decidir. No hay que olvidar que la posición de Podemos puede aportar a esta reivindicación un grado de transversalidad y consenso inédito. Lamentablemente, y mientras la presión popular no le obligue a lo contrario, el PNV está instalado en la lógica partidista.
En 2011 Bildu recibió en las municipales 313.231 votos mientras que en 2015 EH Bildu ha obtenido 308.829. Aunque la comparación empeora si se tienen en cuenta los resultados de las forales o sí se incluyen como votos propios los que obtuvo Aralar en 2011 (32.665), la izquierda soberanista tenía con estos resultados mimbres para construir una cesta de autocomplacencia. Cualquier otro partido lo habría hecho. La desaparición del componente emocional de 2011, el estancamiento del proceso de resolución, el final del «efecto nuevo», la aparición de Podemos o el brutal acoso mediático son factores reales, no excusas, que han incidido en el resultado. Podíamos habernos aferrado a ellos y esgrimir además la consolidación como segunda fuerza, los buenos resultados en Araba o la dimensión histórica de la derrota del Régimen en Nafarroa. Todos estos elementos deben ser incluidos en el balance y obligan a hacerlo más equilibrado. Pero el resultado global hay que aceptarlo como negativo. Hemos perdido votos y responsabilidad institucional porque no hemos sido capaces de crear una práctica y un discurso atractivos que compensaran los factores en contra que, por cierto, ya conocíamos. A ello hay que sumar los errores propios en la gestión institucional y política.
Evitando la tentación de pensar que todo se ha hecho mal, hay que iniciar un escrutinio honesto y autocrítico de nuestra práctica política para detectar errores y aciertos y relanzar una oferta con vocación ganadora. Este proceso, que comenzó la misma noche electoral, es el que nos va a llevar a recuperar la iniciativa. Tiene que haber cambios y tenemos que decidirlos entre todos y todas. Porque EH Bildu no ha nacido para ser segunda fuerza política. EH Bildu ha nacido para ganar, para construir una mayoría político institucional que, en relación permanente con los movimientos sociales, coadyuve en la construcción del cambio social y la soberanía. Estos resultados han sido demasiado malos como para obviar la necesidad de implementar un cambio profundo y lo suficientemente buenos como para poder afrontar este proceso sin dramatismo y desde una base social enormemente sólida.