Nuestro amigo Tayyip, el presidente
Al igual que con «nuestro amigo el rey», –como nombró en su denuncia Gilles Perrault a Hassan II y como podría señalar hoy a su hijo y actual monarca marroquí, Mohamed VI– la Unión Europea sigue cultivando amistades que protejan bien sus intereses. Mantener a Rabat como «favorito» entre sus contactos supone para los estados europeos ignorar la represión política y, sobre todo, las reclamaciones del pueblo saharaui. Incluso la «modélica Suecia» ha cedido para que Ikea pueda abrir su negocio, sugiriendo así los saharauis que, como uno de sus muebles, si pueden, se monten la independencia ellos mismos.
Lo mismo ha hecho con el amigo egipcio Abdelfatah. Tras unos momentos de duda, Europa, con Francia a la cabeza, se acerca al nuevo faraón como lo hizo con Mubarak y se olvida de la revolución que ensalzó. No son solo los intereses económicos. En la otra orilla del Mediterráneo, Europa quiere amigos que cierren la puerta a las oleadas de refugiados. Y ahora, para eso, tienen que mantener al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, contento.
Así que, con más de 2,7 millones de refugiados ya en suelo turco, y pidiendo a Ankara que acoja a las nuevas oleadas, pero no les permita pasar a Europa, Angela Merkel, no iba ayer a acordarse de la masacre de Kurdistán, el mismo día que aparecían en Cizre 30 cuerpos quemados víctimas de una matanza que los kurdos venían denunciado hace quince días, en los que decenas de civiles eran bombardeados con artillería mientras intentaban protegerse en un sótano.