Arnaitz GORRITI

12 DE MARZO DE 1996: UNA RECOPA DE PURO CARÁCTER

Tampoco es que hablemos del tema tantas veces, pero la verdad es que en cuanto hablas de esa final de Recopa, sientes que vuelves a vivir aquel partido». Juan Pedro Cazorla no saltó a la cancha aquel 12 de marzo de 1996, fecha en la que Taugrés Baskonia conseguía la Recopa de Europa que se le había resistido en las finales de 1994 en Laussana y en 1995 en Estambul. Pero ahí estaba él, junto a su hermano Carlos y otros nombres de un inolvidable plantel, que será homenajeado hoy. «Jugando o desde el banquillo, teníamos que sumar todos porque iba a ser un partido muy duro y muy largo», rememora el mayor de la saga de los Cazorla.

Aquella final en Gasteiz fue la guinda a un año en el que el equipo baskonista dio una lección de cómo sobreponerse a los obstáculos. Pablo Laso y Joe Arlauckas se acababan de ir al Real Madrid, y Kenny Green, jugador referencia de aquel Taugrés Baskonia, se perdía el grueso de la campaña por culpa de una hernia discal. Derrotas ante Zalgiris Kaunas en casa o por 20 puntos ante el Limoges se vieron compensadas por grandes triunfos como un 76-80 en el Pionir, con Velimir Perasovic siendo el primer jugador croata en disputar un partido en suelo serbio, o logrando la revancha sobre el propio Zalgiris en Kaunas: 75-86.

En la semifinal, un Dynamo de Moscú al que se ganó en doble partido: 87-98 en Moscú y 104-93 en Gasteiz, con Nicola y Miguel Ángel Reyes como grandes ejecutores. Y la final se disputaba en Gasteiz. «Aquella era la tercera final, y además se jugaba en casa. Se fueron superando etapas porque todos sabíamos cuál era el objetivo; había que llegar a aquella final y ganar sí o sí», evoca un Jorge Garbajosa que sonríe al recordarse a sí mismo como un mocetón de poco más de 18 años. Un Garbajosa que llegaba de novato, mientras que su entrenador, el llorado Manel Comas, vivía en su interior la contradicción de «no querer pifiarla» en la final del Araba Arena, y las ansias de sumar un título de Recopa que ya se le había resistido una vez con el CAI y dos con el Baskonia.

«La responsabilidad era grande, pero creo que estábamos confiados. El equipo ya tenía un poco de ese espíritu irreductible del Baskonia, de gente muy implicada y que lucha hasta el último instante. Aunque hay una anécdota divertida de la noche anterior al partido. La directiva nos vino de visita al Parador: Joxean Kerejeta, Alfredo Salazar y demás, y les comenté que tenía la ‘relativa seguridad’ de que íbamos a ganar a los Prelevic, Stojakovic, Rentzias, Garret... y cuando estos se volvieron a Gasteiz se comentaban entre ellos algo como ‘Manel ha perdido la cabeza’», recordaba el técnico catalán a este periódico hace diez años.

El partidazo de Ramón Rivas

«Hay unos jugadores que han hecho elevarse al Baskonia hasta lo que es hoy», rememora, por su parte, Pepe Laso. «Uno de ellos es el gran Ramón Rivas. Ese puertorriqueño de Nueva York, nacido en un ambiente menos plácido que este... Ese león que en un partido del invierno gasteiztarra podía echarse a dormir, pero que sabían que pondría en marcha sus 120 kilos en los partidos de verdad», asegura el técnico gasteiztarra.

«A Ramón le tengo un cariño muy especial, me enseñó a competir, a rendir incluso por encima de mis posibilidades reales en momentos dados. Y además me cuidó como a un hermano pequeño», añade por su parte un Jorge Garbajosa que, por aquellos años, aprendía de la garra y las maneras del pívot boricua en el poste bajo.

Rivas sostuvo al Taugrés anotando 21 de sus 31 puntos en la primera mitad de la final contra el Paok. Un Paok de Salónica que se marchaba al descanso con triunfo por 44-50, fruto de los puntos del «Tigre» Prelevic y «Kinis» –nombre griego de Pedja Stojakovic, poco antes de triunfar en los Sacramento Kings– desde el exterior, y Rentzias bajo los aros. «El partido empezó bien pero se torció, porque Nicola y Perasovic no tenían su día. Pero estábamos muy mentalizados, convencidos de nuestras posibilidades, y por eso nos agarramos al partido», recuerda Cazorla. «Manel –Comas– sabía lo que quería y conocía el potencial del equipo. Su fe era contagiosa y fue decisiva», añade un Garbajosa que, junto a Carlos Cazorla y el «Chato» Millera, ayudó en la remontada del Baskonia en el tramo final de la primera mitad.

«Hay que destacar la mano izquierda de Manel Comas», admite el técnico Ibon Navarro, enfervorecido aficionado del Araba Arena aquel 12 de marzo de 1996. «Hauptman y Horvat nos ganaron a triples la final de 1994, y la Benneton de Woolridge, Pittis y Naumoski fue demasiado en la de 1995. Tocaba ganar sí o sí. Primero el equipo aguantó a aquel Paok de Salónica que ves que era un equipazo, y luego Manel puso a Nicola y ‘Peras’ para decidir el partido», evoca.

«Los buenos siempre llegan»

Con 59-67 en el marcador, Comas se sacó una zona 1-3-1, y Nicola retornaba al campo convertido en otro: dos triples y un matazo que volvieron loco al gran Ramón Trecet, «¡Boom! ¡Boom! ¡Boom!», y llevaron a Pepe Laso a decir «los buenos siempre llegan». Se pasó al 74-73, y de ahí a un 81-73 definitivo, gracias a dos robos providenciales de Millera en un Araba Arena en ebullición.

«El apoyo de la gente nos llevó en volandas al título», reconoce Juan Pedro Cazorla, mientras que Garbajosa reflexiona diciendo que «remontamos por pasión, por el impulso del público, por carácter; las fuerzas no iban sobradas. Lo que al principio podía ser un aspecto negativo en cuanto a la presión añadida, el saber gestionar el ambiente nos ayudó mucho a ganar».

«Aquel triunfo fue la esencia del actual Baskonia», rememoran con diez años de diferencia Comas y Pepe Laso. ¿La primera piedra del «Carácter Baskonia?» «El carácter se forja en el día a día, pero se demuestra en las finales», apunta Cazorla, mientras que Garbajosa se queda en que fue «la primera piedra de una gran trayectoria posterior».

 

Ibon Navarro: «este es Un título que nos tiene que recordar de dónde venimos»

«Jamás olvidaré ese día», confiesa Ibon Navarro. «Me había metido horas y horas de autobús litera a Laussana en 1994 y también estuve en Estambul. Aquella final debía ser nuestra sí o sí, en casa teníamos nuestras opciones», añade.

«Me senté con un amigo justo enfrente del banquillo del Paok, y recuerdo que nos quedamos después de que acabara el partido, sentados en nuestros asientos, hasta que vimos a unos operarios del club levantar el logotipo de la final. Mi amigo y yo les pedimos el logotipo y nos lo pusimos por la cintura, como si fuera una falda. Después del partido, estuvimos con el dichoso logotipo enroscado toda la noche», recuerda el gasteiztarra entre risas.

«Recuerdo los bares en los que estuve aquella noche, y lo bien que acabamos con los aficionados griegos. Les teníamos miedo, pero acabamos intercambiando bufandas, y yo me llevé una del Paok, con muy buen rollo y sin problemas, pese al cordón de la Ertzaintza», añade.

«¡Han cambiado tantas cosas en 20 años! El baloncesto es más físico, mas rápido... y nosotros también. Éramos más jóvenes, y celebramos el título del segundo torneo europeo como si hoy ganáramos la Euroliga: una fiesta. Ojalá este aniversario sirva para que la gente recuerde lo que somos y de dónde venimos. Yo, que he tenido la suerte de vivir las Ligas de 2008 y 2010, nunca olvidaré ese día», concluye.A. G.