REFERÉNDUMS DE INDEPENDENCIA, 170 AÑOS DE NORMALIDAD
En el último siglo y medio se han celebrado más de un centenar de referéndums, de los cuales han nacido, como resultado, una treintena de nuevos estados. Sin ser el pan de cada día, nadie puede alegar que los plebiscitos son una rareza.
Los ha habido de todos los colores. Reconocidos y no reconocidos, vinculantes y no vinculantes, serios y de pachanga, integradores y excluyentes. Se han convocado para declarar la independencia o para ratificar una secesión ya declarada; para poner fin a una guerra o como receta para que un conflicto no pasase a mayores. Los referéndums sobre la independencia son cualquier cosa menos un ejercicio anormal. Según un recuento en el que ni mucho menos se descartan fallos (y en el que se agradecen enmiendas), en los últimos 170 años ha habido en el planeta tierra 109 referéndums de independencia, un listado que, de momento cierra Escocia y que se inauguró un lejano 1846 en el continente africano.
Concretamente, fueron los antiguos esclavos afroamericanos procedentes de los Estados Unidos de América los que convocaron un pequeño referéndum antes de declarar una independencia que ya funcionaba de facto. Lo idílico de la historia se acaba al explicar que fueron los propios EEUU los que mandaron a Liberia a los negros liberados del yugo de la esclavitud. Es decir, libres sí, pero no en EEUU. La miseria de la condición humana va más allá: los 3.000 américo-liberianos que fundaron el estado africano lo hicieron marginando al 95% de la población que vivía en el territorio antes de su llegada, a la que no reconocieron ningún derecho. Pero que nadie caiga en la tentación de desprestigiar el referéndum por ello, pues era el signo de los tiempos: ese mismo año se promulgaba en España una maravillosa ley electoral que reconocía el derecho a voto a nada más y nada menos que el 0,7% de la población del Estado en aquel momento.
El modelo de referéndum de independencia clásico se inauguró en Noruega un lejano 13 de agosto de 1905, cuando 368.208 hombres apostaron abrumadoramente por la disolución de la unión con Suecia. Estocolmo (que impuso el marco legal) no reconoció el derecho a voto de las mujeres hasta 1913, aunque el movimiento sufragista presentó más de 200.000 firmas a favor de la independencia noruega. Una operación similar a la noruega se realizó el 19 de octubre de 1918 en Islandia, donde decidieron crear un reino soberano, aunque manteniendo al rey danés como jefe de Estado. La independencia completa de esta septentrional isla llegó en 1944, tras un nuevo referéndum celebrado mientras la Alemania nazi ocupaba Dinamarca. Distinta suerte corrieron las Islas Feroe en 1946, cuando Copenhage se negó a aceptar la independencia tras un referéndum en el que los secesionistas ganaron con un escueto 50,73% de los votos. Eso sí, poco después llegó la autonomía para el archipiélago.
La larga tradición de los países escandinavos con soluciones democráticas mediante referéndums sigue vigente hoy en día. Sin ir más lejos, en 2008 Groenlandia decidió mediante un plebiscito ejercer una mayor autonomía y abrir la puerta de par en par a un posible futuro referéndum de independencia. No en vano, Dinamarca es uno de los poquísimos países europeos que recoge el derecho a la autodeterminación en su Constitución.
En procesos de colonización
En los años 60 y 70 los referéndums se vincularon sobre todo a los numerosos procesos de descolonización, aunque a veces de forma algo retorcida. Es el caso del referéndum de 1958 sobre la Constitución francesa, que en 19 colonias africanas tomó el carácter de referéndum de independencia, ya que un No a la Carta Magna de De Gaulle implicaba la independencia. Así ocurrió en Guinea, la única colonia en la que triunfó el No y que en pocos meses después era independiente. En el resto, con una pobre participación, ganó el Sí, aunque Francia no pudo retener durante mucho más tiempo las colonias, que consiguieron poco después su independencia, mayormente sin referéndums. La excepción, conocida, fue Argelia, que obtuvo su independencia en 1962 tras un referéndum fruto de los Acuerdos de Evian, que pusieron fin a la guerra.
Los referéndums ligados a procesos de descolonización siguieron siendo la norma hasta 1980, cuando Quebec irrumpió en escena por primera vez con un referéndum que los soberanistas perdieron por un amplio margen de casi 20 puntos porcentuales. Sin mayores trabas legales, el referéndum se repitió 15 años más tarde, cuando los independentistas rozaron la victoria. En una cita con una participación histórica del 93% del electorado, el Sí consiguió el 49,42% de los votos, mientras que el No se quedó con el restante 50,58% de los votos válidos. Pese a la derrota en las urnas, el ejemplo de Quebec ha servido de inspiración para numerosos movimientos independentistas enmarcados en países del Norte global, que han visto en Canadá un espejo democrático importable. Más aún después de la histórica sentencia que el Tribunal Supremo del país norteamericano dictó el 20 de agosto de 1998. Una sentencia en la que, pese a negar a Quebec el derecho a una independencia unilateral, se señala de forma clara que «un voto mayoritario en Quebec a una pregunta clara a favor de la secesión conferiría una legitimidad democrática a la iniciativa de la secesión que el resto de participantes en la Confederación debería reconocer».
Europa, 19 consultas en 26 años
Los referéndums fueron el pan de cada día en Europa tras la caída de la URSS y la desintegración de Yugoslavia. Sin embargo, meter en un mismo saco todos los países sería un error de bulto. No hay proceso que sea igual a otro, empezando por los dos primeros ejemplos, Eslovenia y Croacia, países vecinos con procesos de independencia divergentes. De la incruenta secesión eslovena a los episodios de limpieza étnica de Croacia, enmarcados ya en la guerra de los Balcanes, hay un mundo. Como tampoco fueron iguales los procesos de las tres repúblicas bálticas (donde el movimiento cívico por la independencia fue masivo ya en los últimos años de la URSS) y en Ucrania, donde el masivo apoyo a la independencia tuvo excepciones como la de Crimea y, en menor medida, Donetsk. Allí se celebraron en 2014 consultas no reconocidas por Kiev, pero que, en casos como el de Crimea, han derivado en independencias de facto.
Al otro lado del antiguo telón de acero, la experiencia más notable de los últimos años en Europa ha sido sin duda el referéndum escocés, realizado previo pacto entre Edimburgo y Londres. Pese a la victoria del No a la independencia (más ajustada de lo previsto en un principio), el caso escocés se ha convertido en el paradigma de la resolución democrática de las demandas soberanistas de las naciones sin Estado. Es decir, en la validación del referéndum como herramienta democrática más allá de los procesos de descolonización. O más fácil todavía, en la reivindicación del referéndum como el instrumento más idóneo para dar cauce al derecho de una nación a decidir su estatus.