Miradas
LA dimensión estética y emocional del paisaje de montaña es difícil de explicar pero como todas las miradas dirigidas a un objetivo, esta mirada ha de ser aprendida y quizás un previo conocimiento es importante para la interiorización a un nivel más íntimo de aquello que contemplamos. Cuenta Paula Wright que en 1833, estando el Beagle, al mando del capitán Fitzroy, fondeado en la costa Argentina de Bahía Blanca, Charles Darwin partió con la idea de ascender a las cuatro pequeñas cumbres de la sierra de la Ventana. Darwin solo subió la primera y se volvió decepcionado ante un “paisaje insignificante” donde siempre era lo mismo: cuarzo, pizarra y conglomerado. Un año más tarde, en Tierra del Fuego, Darwin realizó, junto con otros, el ascenso del monte Tarn en donde después de una marcha entre espesos bosques el paisaje se va transformando en “una escena de desolación como la muerte, más allá de toda descripción”. En su biografía explica lo que ve desde la cumbre de forma más bien clínica antes de centrarse en la descripción del mundo vegetal. Quizás, como dice Paula, el acto de subir una montaña parece romper el encantamiento. “La visión distante de una montaña atrayendo hacia arriba tu mirada te invita a imaginar la curvatura, los bordes de lo desconocido, pero cuando la cumbre real intersecta con la fantaseada, sin más altos picos que atraigan tu mirada, las topografías del pasado, incluso el valle a tus pies, desvían tu mirada hacia abajo”.