La perversidad no tiene idioma
El que tiene boca se equivoca; y en campaña nuestros políticos hablan mucho... Pero seamos indulgentes. Aceptemos que en el calor de un mitin, en el toma y daca de un debate o en la perplejidad de estar en la cola de la pescadería por primera vez y con un manojo de propaganda en la mano como un ramo de flores, cualquiera podría torcer una palabra y hasta prometer por error lo del contrario.
Lo que no tiene un pase es lo que los aparatos de los partidos preparan con premeditación para soltar en campaña. Proyectos, argumentarios y soportes esmerados no permiten error ni confusión. Son lo que hacen. Por ello es tan irresponsable el vídeo del PSE sobre el euskera en la Administración.
Hacía tiempo que no veíamos una apelación semejante a los bajos instintos y a la frustración con el idioma como argumento de exclusión. Salvo con UPN y el PP. Solo se puede atribuir al cinismo que Idoia Mendia afirme en el vídeo falsario que «la igualdad de oportunidades también debe ser algo muy vasco». Y tanto, pues el único idioma obligatorio en todos los puestos de las diferentes administraciones es el castellano –sin matices y por Constitución–; y el euskera solo en algunos ámbitos. Que el PSE alegue discriminación contra los castellanoparlantes monolingües es como que el lobo hable del miedo de las ovejas. Hasta Patxi López llegó a lehendakari casi sin saber decir egun on. No fue por oposición, sino gracias al PP y la ilegalización de una parte de la sociedad. Pero ese es otro tema. Al grano.
Hacer apología del monolingüismo a estas alturas –casualmente la misma semana en que desde la universidad nos alientan a construir «una sociedad trilingüe»–, además de una demostración supina de paletismo, desprecio y desinterés absoluto por la cultura originaria que convive contigo, viene a ser una reedición de aquella vieja teoría de «las dos comunidades» (abertzales e inmigrantes), alimentada a finales de los 70 y los 80 por los ideólogos del partido de Benegas y Jáuregui, y la de «las maletas» de Aznar a finales de los 90. No deja de ser una forma de resistencia política ante ese «insaciable nacionalismo» que... hoy apela al conocimiento del idioma para entenderse entre conciudadanos y mañana pedirá el carnet de conducir para llevar un autobús escolar.
Sorprende, además, que la desfachatez provenga de una candidata políglota que convierte el mérito en «obstáculo» y, en lugar de estimular la amplitud del universo cultural, invita a empequeñecerlo, incluso desde el miedo y el rencor. Pero la perversidad no tiene idioma. Ni maletas.