Mertxe Aizpurua
Periodista
IKUSMIRA

Abrazos prolongados

Abrazarse largamente, en un gesto prolongado, se ha convertido en el saludo cariñoso de moda entre la juventud. Costumbre juvenil que muchos no tan jóvenes se han propuesto imitar y que, dicho sea de paso, aunque me agrada observar, me incomoda recibir. Sobre todo, porque no acabo de captar el tiempo estándar de duración. Y no hay cosa peor que no saber cuándo termina un saludo. Por si sirve de algo, dejaré constancia de que me gustaban más las modalidades anteriores: aquel abrazo con palmaditas en la espalda o esa variante tan curiosa que todavía se estila y que lleva consigo un pequeño masaje incorporado que acaricia el costillar. Este es mucho mejor, porque en cuanto sientes la caricia como si tu espalda fuera un lomo de gato ya sabes que el gesto toca a su fin.

El lenguaje corporal tiene su diccionario; también el simbólico. Y quizá, ya que hoy vamos de abrazos, uno de los más simbólicos del último año lo fue tanto que, sin mediar encuentro entre cuerpos, ha llevado a uno de sus protagonistas a descomponerse en caída libre. Fue el cuadro «El abrazo» de Genovés que sirvió de fondo a aquel acuerdo entre Albert Rivera (C´s) y Pedro Sánchez (PSOE). Ahí se inició todo; se empieza por aproximarse a postulados ideológicos supuestamente contrarios, se retuerce el valor de lo simbólico, se homologa todo hasta que la política signifique todo y nada al mismo tiempo, y el PSOE termina posibilitando un gobierno del PP como si abrazando al aire se enlazara a sí mismo. Hay abrazos que no se sabe dónde ni cuándo terminan.