Patxi IRURZUN
IRUÑEA

Cicatriz, la vida a toda velocidad

Autores de «Inadaptados», uno de los emblemáticos del rock vasco, Cicatriz encarnan la crónica de una década, los ochenta, y de una juventud que pasó por ella como un ciclón, arrasando con todo y a menudo consigo mismos: heroína, botes de humo, punk-rock...

En aquella época, a inicios de los ochenta, las estaciones de autobuses o de trenes, eran además de punto de paso, o precisamente por ello, también punto de encuentro, donde la peña se citaba para intercambiar discos, fanzines… Originales, traídos de Londres, Barcelona, o copias en casete, copias de copias de copias, en ocasiones. Era la época de las cintas TDK, de los primeros casetes con doble pletina, de los conciertos anunciados en carteles pegados en paredes, mediante el boca a boca o en el Plaka Klik o el “Bat, bi, hiru!” de “Egin”. La época de las primeras crestas y chupas de cuero, radios libres, okupaziones… La época, también, triste y gris, de la heroína y los «botes de humo, botes de humo…».

Juan Carlos Azkoitia ha publicado “Eternas cicatrices”, un libro que recoge la biografía del grupo gasteiztarra Cicatriz, y que de paso son también unas magníficas páginas arrancadas a la historia desmemoriada y caótica de aquella época, vivida a demasiada velocidad como para perder el tiempo dejando constancia de ella. El libro es fruto del trabajo de más de veinte años: entrevistas a protagonistas que compartieron camerinos y peripecias con Cicatriz (El Drogas, Evaristo, Iosu Zabala, Fermin Muguruza, Marino Goñi…), búsqueda en hemerotecas, vaivenes en los precios de las imprentas… Un libro forjado al estilo fanzinero de la época, autoeditado y repartido entre quienes han contribuido a él con sus testimonios en «quedadas cicatriceras», como las ha llamado Azkoitia, en bares, gasolineras, locales de ensayo…

Quedada cicatricera

«En la de hoy, en el Mesón de la Navarrería de Iruñea—a la que GARA asiste como testigo de excepción— el autor de “Eternas cicatrices” se ha citado con el que fuera uno de los dos vocalistas de Tijuana in blue, Jimmi Errea, y con Ricardo Alkaiza “Leño”, amigo íntimo de Natxo Etxebarrieta, el recordado cantante de Cicatriz.

La tarde contribuye al encuentro convirtiéndose en una máquina del tiempo que parece trasladarnos a los ochenta. Llueve despacio desde un cielo gris y la batería del móvil se ha agotado, dejando la cita y la entrevista al albur de la improvisación. Por el hueco de la puerta del Mesón, desde el que se ve el balcón de Eguzki Irratia, esperamos ver aparecer (y reconocer) a Juan Carlos Azkoitia. Pero el primero en llegar es Jimmi, con el porte pinturero y glam que su lenguaje corporal no ha perdido, a pesar de estar retirado de los escenarios y del circo del rocanrol desde hace años. Jimmi, además de cantante de Tijuana in blue, estuvo en mil salsas más (Katakrak, Eguzki Irratia…) y fue periodista en aquellos suplementos de “Egin” —“Plaka Klik”» primero y “Bat, bi hiru!...” después— que los jóvenes de entonces corríamos cada viernes a buscar a los kioskos o leíamos en los bares como si fueran –lo eran— biblias ateas del punk-rock. Un pedazo con patas de historia, Jimmi, de lo que hoy ya podemos llamar rock radikal vasco (de hecho, estuvo presente en el momento en que alguien juntó estas tres palabras por primera vez) sin miedo a cortarnos con el filo de esa etiqueta.

Memorias

A la vez que nosotros para recibir a Jimmi se acerca Ricardo Alkaiza “Leño”, que en realidad ya estaba en el bar, pero al que no habíamos reconocido. “Leño”, fue otro de los protagonistas a la sombra, o al otro lado de los focos, de aquel movimiento musical, juvenil y contestatario que fue el RRV, y en el caso de Cicatriz, alguien que estuvo a su lado en momentos cruciales y trágicos del grupo, por ejemplo, acompañando a Natxo en sus últimos momentos de vida. En Eternas cicatrices se recogen algunos de sus testimonios, así como dos de las entrevistas que realizó al cantante de Cicatriz en Eguzki Irratia, alguna de ellas en un tono de intimidad que revelaba detalles tan curiosos —y con tantas posibilidades literarias— como que el primer beso a una chica de Natxo Etxeberrieta, sobrino de Txabi Etxebarrieta, el primer muerto de ETA, se lo dio a la hija de un guardia civil.

Juan Carlos Azkoitia no tarda en llegar. En su mochila trae los ejemplares dedicados de “Eternas cicatrices”. El libro pesa, son 454 páginas con testimonios, memorias, fotos, entrevistas, y lo ha llevado a sus espaldas los últimos veinte años. Cicatriz es también su cicatriz, parte de su vida, y se nota: apenas ha terminado de repartir abrazos, comienza a contar de manera torrencial cómo el libro comenzó a gestarse a partir de las grabaciones que hizo a Natxo poco antes de que este muriera. La primera parte de Eternas cicatrices recoge estas memorias personales de Etxebarrieta, que Juan Carlos Azkoitia ha filtrado y ordenado cronológicamente, pues reconoce que en las grabaciones el cantante de Cicatriz, fiel a su personalidad espontánea y dicharachera, mezclaba épocas, anécdotas, recuerdos… Están ahí los orígenes del grupo, en el centro de desintoxicación del siquiátrico de Las Nieves de Gasteiz; los primeros y salvajes conciertos, que acaban en tumultuarias trifulcas o enfrentamientos con la policía; los incondicionales seguidores del grupo, como la banda Badaya, que vivían en el filo de la ley y acompañaban al grupo allá a donde fuera; la llegada de la heroína, las primeras muertes, que en el caso de Cicatriz acabarían siendo todas, las de todos los miembros del grupo, de la formación clásica —Pepino, Pedrito, Pakito y Natxo— que firmó Inadaptados, el que se reconoce de una manera generalizada y unánime como uno de los grandes discos del rock vasco…

Fermin Muguruza habla acertadamente en otra parte del libro, la que recoge los testimonios de las personas que vivieron de cerca la historia del grupo, de realismo sucio musical, al referirse a las canciones de Cicatriz. En ellas se reflejan historias callejeras, el retrato fiel de una juventud devastada por el genocidio silencioso y lento de las drogas (estremece ver el recuento de muertos al final de cada intervención en esta parte del libro).

Probablemente sean estas páginas las más interesantes del libro, más incluso que las propias memorias de Natxo, pues dan una visión poliédrica de la historia de Cicatriz, desde diferentes perspectivas: la familiar, con intervenciones como la de Tati, la madre de Natxo (el quinto Cicatriz, como la llama “Leño”); la musical, por ejemplo la aportación de Iosu Zabala, inspirado productor de Inadaptados; la del superviviente, Goar Iñurrieta; o la de quienes, como Marino Goñi, mantuvieron desde su papel de editores discográficos una relación más tirante, con más altos y bajos; pasando por innumerables compañeros de escenario y carretera como Kutxa Ultimatum, Juanjo Eguizábal (autor, además de de la famosa escultura del Caminante de Gasteiz, de himnos de Cicatriz como las letras de “Escupe”, “Cuidado burócratas” o “Enemigo público”; o de la portada de “Inadaptados”), Paco Galán de Eskorbuto, Gari de Hertzainak, Loles Vázquez de las Vulpes, Mahoma, Jul y Txerra de RIP…

Es difícil, en realidad, reconstruir el relato de Cicatriz y de la mayoría de los grupos del rock radical vasco. Jimmi, por ejemplo, reconoce que con Tijuana in blue, sería prácticamente imposible una biografía al uso, siguiendo un patrón cronológico. La época fue convulsa, nimbada por las drogas, el alcohol, el humo de los gases lacrimógenos y la vida a toda velocidad. Nada propicia para hacer memoria de una manera ordenada. La propia biografía oral corre el riesgo en ocasiones de caer en el cuore del rock vasco o en una visión melancólica y abuelocebolletada. Tal vez, en definitiva, la mejor manera de contar el rock radikal vasco no sea esta sino sea la ficción. Sorprende, por ejemplo, que no exista todavía una gran novela o película sobre el tema, y en el caso de Cicatriz, desde luego el guion no puede ser más atractivo y salvaje: la formación del grupo en un siquiátrico, la detención de su cantante en el aeropuerto de Barajas al regresar de Amsterdam para trapichear speed, el ingreso en Carabanchel, el accidente de moto a los pocos meses del salir de la cárcel, la indemnización millonaria, el disco grabado en Londres con parte de ella, los conciertos con Natxo sosteniéndose sobre las muletas… Puro rocanrol.

El libro se completa con las letras de todas las canciones del grupo (que en ocasiones escamotearon en los discos), un listado de conciertos, efemérides, fotos, carteles y entradas de conciertos…

La historia de Cicatriz es, en definitiva, también la historia triste y luminosa a la vez, de una época, el retrato agridulce de una juventud, la de Euskal Herria en los ochenta, inconformista y autodestructiva, que desde luego no recorrió de puntillas ni mirando para otro lado la época, difícil, convulsa, cambiante que le tocó vivir. Jimmi, “Leño”, Juan Carlos Azkoitia, son supervivientes de la misma y sus recuerdos “Eternas cicatrices”.