Raimundo Fitero
DE REOJO

Doloroso

Hay temas que raspan. La pederastia, los abusos a menores cocidos a fuego lento en el silencio obligado y la vulnerabilidad extrema. Cada caso es único, irremediable en sus consecuencias y suficiente como para provocar un torrente de dolorosas sensaciones que no sabemos si nos afecta más al cuerpo, al alma o a ese lugar con tramitación libre que se llama conciencia, psique, memoria, moral o ética dependiendo de la verticalidad con la que te penetre la noticia o el acontecimiento. Incluso del vínculo de cercanía y hasta de parentesco.

Parece que existe una tendencia a la confesión, a la denuncia con retardo, a una suerte de salida del armario de los abusados. Se van conociendo casos sucedidos en sacristías, lugares de ocio infantil, clubes deportivos, escuelas, gimnasios, y el más habitual, el ámbito familiar. En casi todos son abusos a niños varones. Algunos son deportistas de élite. En el territorio que huele a incienso y sotanas con brillo sospechoso es bastante habitual y existe literatura y rumorología abundante y hasta sentencias judiciales y un simulacro de acto de contrición papal. El día que se abran las puertas de los armarios donde se esconden los abusos a niñas, el asunto tomará dimensiones bíblicas. Y así, en medio de esta lluvia fina de casos, se cruza de nuevo la niña Nadia. Vaya nombre eligieron sus tutores. Por si era poca su sobreexposición mediática por esa supuesta enfermedad rara que ha hecho millonarios estafadores a sus padres, ahora se han encontrado fotografías que levantan sospechas sobre otras delincuencias con ella de protagonista. Y entra en otro terreno más peligroso. De ser cierto por lo que ejemplariza sobre la abyección y si es una sospecha vaga porque otra vez los medios han engordado un trámite policial y judicial para hacer espectáculo.