Anjel Ordóñez
Periodista
JO PUNTUA

La historia, en vivo

Este sábado, Euskal Herria vivirá un importante capítulo de su historia reciente con el desarme de ETA. Tras la declaración del cese definitivo de la actividad armada, la organización da un paso más en favor de la normalización política del país. La entrega de los arsenales tendrá como protagonista principal a la sociedad civil y a los observadores internacionales, y no a las policías de uno u otro color. Aunque esto último, por desgracia, todavía está por confirmar porque la amenaza de intervención de las fuerzas de seguridad sigue planeando, siempre lo ha hecho y siempre lo hará, sobre la actuación de los «artesanos de la paz».

El Estado español no juega limpio en este asunto. Nunca lo ha hecho. Pero, en realidad y siendo sinceros, ¿quién espera que lo haga? ¿Quién, sea cual sea su toma de posición en el conflicto que, ahora con el desarme y antes sin él, enfrenta a Euskal Herria con los poderes fácticos españoles y franceses? La sociedad vasca está más que familiarizada con la ingeniería de guerra sucia que durante décadas han perfeccionado los sumideros de los aparatos político y policial de los estados vecinos. Algo que, además, sus máximos responsables tienen a gala. Solo había que escuchar la semana pasada a José Luis Corcuera en su resuelta exégesis sobre el sacrificado proceder de Galindo, Vera y Barrionuevo, condenados a regañadientes por su responsabilidad en la guerra sucia y sin apenas haber pisado la cárcel. Pero condenados al fin y al cabo. Los resortes del Gobierno de Rajoy y sus consultoras político-mediáticas no han tardado en reaccionar ante el histórico anuncio de ETA. El PP ha convocado una concentración «alternativa» para el mismo día 8 de abril, con el objeto de reivindicar una «rendición» en toda regla.

En todo caso, a pesar de las injerencias y amenazas latentes a falta de muy pocos días, resulta innegable la relevancia de la cita del sábado. Porque aunque en lo cercano puede confundir el ambiente viciado por los mistificados intereses de Madrid y París, y el ruido de los tambores mediáticos, el ámbito internacional acepta y reconoce la magnitud de este capítulo en los anales de la Historia de Euskal Herria.