Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
PEDRO AGUILERA
DIRECTOR DE CINE

«Recibimos tal saturación de imágenes que nos pasamos el día deseando»

Nacido en Donostia en 1978, ha vivido a caballo entre Barcelona y Madrid. Empezó trabajando como asistente de cineastas tan radicales como los mexicanos Carlos Reygadas o Amat Escalante. En 2007 dirigió su opera prima «La influencia» y en 2010 «Naufragio». Acaba de estrenar «Demonios tus ojos», un film sobre los límites del deseo que viene de triunfar en festivales como los de Róterdam o Málaga.

En su tercer largometraje como realizador, el donostiarra explora la naturaleza del medio audiovisual como vehículo de deseo en una sociedad donde los individuos estamos cada vez más expuestos a quedar convertidos en simples objetos.

«Demonios tus ojos» se sostiene sobre una paradoja que, en nuestros días, se ha visto notablemente potenciada por las nuevas tecnologías, como es aquella de confundir lo real con su representación.

Efectivamente, el protagonista de la película pese a ser un director de cine y, como tal, un conocedor de las dinámicas de representación del audiovisual, es alguien que cae en la misma trampa que todos caemos y es pensar que un vídeo erótico que ha visto de su hermana, colgado en internet, realmente representa a su hermana. Desde que se creó la fotografía, hace doscientos años, nunca como ahora ha habido tanta distancia entre la representación de un objeto y el objeto representado y, sin embargo, seguimos confiriendo a cualquier imagen que vemos un valor indiscutible como testimonio de la realidad. Eso es algo que conlleva un riesgo de manipulación sobre nuestros deseos.

El deseo ligado a aquello que vemos, o que creemos ver, ¿sería el gran tema de su película?

En cierto modo sí. En “El silencio de los corderos” decían que uno desea aquello que ve y, actualmente, recibimos tal saturación de imágenes que nos pasamos el día deseando. Cuando yo era adolescente, si caía en tus manos una revista erótica, aquello constituía algo único, pero ahora hay tanta facilidad para acceder a ese tipo de contenidos que el deseo deja paso a la frustración. Y cuando hablo de deseo no me refiero solo a nuestras pulsiones más íntimas, también se produce esto en el ámbito de lo social. Por ejemplo, nos someten a tal bombardeo de imágenes de los refugiados que, instintivamente, se produce en nosotros de ayudar a esa gente y ahí está la manipulación, porque luego te frustras al comprobar que no puedes hacer nada para echarles una mano.

Esa frustración de la que habla, ¿vendría dada entonces por la necesidad de querer participar de una realidad que estamos condenados a ver desde fuera?

Claro, nuestra película lo que narra es la frustración de alguien que intenta completar, en vano, una imagen que ha visto de su hermana y, como no puede hacerlo a través del audiovisual, entonces intenta completarla pasando a la acción y ahí es donde empiezan los problemas. Todos pensamos que las imágenes representan la realidad y no solo no la representan sino que nos pueden llevar a engaño y, lo que es peor, nos pueden llevar a destruirnos a nosotros mismos. Porque cuando uno empieza a experimentar con los límites del deseo en el mundo real alentado por aquello que percibe, o que cree percibir, puede cruzar fronteras muy peligrosas. La vista se ha convertido en el único sentido que define nuestra relación con el mundo, nuestros otros sentidos se han atrofiado y hay que tener cuidado con lo que uno observa, porque puede cambiar tu manera de ver las cosas.

¿Y eso no nos resta valor como sujetos? ¿No nos condena a ser simples objetos a ojos de los demás?

Estamos tan expuestos a ser filmados, grabados y a convertirnos en objetos de representación que eso al final nos lleva a la autocensura, a mostrarnos no como somos sino de acuerdo a la imagen que los demás tienen de nosotros. Lo único que mostramos es nuestra cara más amable para conseguir más “me gustas”. El audiovisual ha perdido esa capacidad que tenía antaño para sorprendernos, para emocionarnos. Vuelvo al tema de los refugiados, ver imágenes de su sufrimiento nos produce el mismo efecto que ver una obra de ficción, como mucho son imágenes que pueden activar nuestra conciencia pero, por otro lado, cada vez hay más frentes que demandan nuestra sensibilización: que si los delfines, que si Fukushima, que si manifestarte contra la comida basura... Resulta imposible estar a todo.

Si el audiovisual ha perdido parte de su poder, ¿con su cine qué tipo de comunicación espera establecer con el público?

Cuando ruedo una película procuro ser honesto con el tema que abordo y radical a la hora de llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Mi intención es que el espectador reaccione y no tanto provocarle, porque el cine no es tanto una provocación como una sensación. Todos tenemos una necesidad de sentir y, sin embargo, cada vez estamos más aletargados. Precisamos de experiencias fuertes y una película te las puede generar.

Esta es la tercera película que dirige, si bien sus dos primeros largometrajes apenas tuvieron recorrido comercial. ¿Dónde encuentra la motivación para seguir haciendo cine cuando sus trabajos son condenados prácticamente a la marginalidad?

Bueno, cuando al final del camino ves que hay gente que te escucha y que opina sobre lo que has hecho, te das cuenta que el esfuerzo ha merecido la pena. Este es un curro más duro de lo que la gente se imagina, levantar un proyecto es un trabajo de años que implica a muchas personas y que comporta mucho dinero y mucho desgaste. Además, en ese proceso estás expuesto a perder el control sobre lo que estás haciendo. Cuando ruedas una película es más fácil que las cosas salgan mal que bien, por lo tanto culminar el camino y conseguir estrenar, aunque sea con pocas copias y en pocas salas ya es un triunfo.

¿Pero no le genera frustración la poca visibilidad que se le ha venido dando a su cine?

A ver, yo entiendo que los productores y los distribuidores se hayan vuelto más conservadores porque, en estos años de crisis, se han dado muchas leches pero, al mismo tiempo, creo que deberían apostar también por otro tipo de cine. A mí por ejemplo, me gustaría mucho rodar en Euskadi y hacerlo en euskara habida cuenta de que yo nací en Donostia, pasé mi infancia allí y me gustaría hacer una película que me llevase a reencontrarme con mis raíces, pero nunca me han ofrecido nada desde allí, y lo estoy deseando. Realmente nunca me ofrecen nada desde ningún sitio, todos mis proyectos los he levantado a pulso yo solo. Lo curioso es que luego mis películas, cuando están terminadas, gustan, pero nadie apuesta por ellas cuando están en fase de pre-producción. Y eso sí que me frustra un poco.

De hecho usted pertenece a una generación de realizadores, como Albert Serra u Oliver Laxe, que, copando la cuota de cine estatal en los festivales más prestigiosos, apenas tienen apoyo para sus producciones.

Pero es que para eso lo primero que tiene que cambiar es la percepción sobre nuestro trabajo, hay que dar a conocer a la gente que está haciendo un tipo de cine distinto, pero en vez de eso se nos proscribe y es absurdo porque una película como “Mimosas”, de Laxe, si alguien como mi madre tuviera oportunidad de verla, estoy seguro de que le encantaría. El público está cada vez más preparado para ver cosas distintas, basta con atender al éxito de determinadas series de tramas más complejas que las de nuestras propuestas. Lo que no puede ser es que, cada año, en los Goya esté representado el mismo tipo de películas. No somos cineastas raros ni problemáticos, yo cuando dirijo no creo problemas, al revés, aporto soluciones.

¿Le molesta entonces que le cataloguen como outsider?

Es que parece como si hubiera un tipo de cine industrial y luego estuviéramos nosotros y eso no es así. Nuestro cine también puede ser rentable y yo, personalmente, me considero industria. Con esta película, he dado trabajo a treinta persona y he formado a gente que no tenía experiencia y que igual después de su participación en “Demonios tus ojos” lo siguiente que hagan sea con Álex De la Iglesia, por ejemplo. ¿Sabes el verdadero riesgo? Que a fuerza de sentirte relegado te vas encerrando en el caparazón y te vas radicalizando cada vez más. Y si Albert Serra tiene que rodar en Francia y Oliver Laxe en Marruecos, igual yo también tendría que pensar en irme fuera.