¡Gallumbos fuera!
El fantasma de Shrek sigue muy presente en los pasillos de la casa Dreamworks, un estudio que en su rama de animación todavía se muestra condicionado por el éxito masivo de las aventuras de ese ogro bonachón y sus amigos. Desde aquel boom, dos franquicias han logrado florecer más allá de su alargada sombra: “Kung Fu Panda” y “Cómo entrenar a tu dragón”, productos con su propia (y atractiva) personalidad, pero no con la suficiente como para acercarse al liderato ahora mismo inalcanzable de Pixar.
Es por esto que se agradece que tanto DreamWorks Animation como otras perseguidoras le estén perdiendo el miedo al riesgo. En lo que va de año, esta factoría nos ha dado “El bebé jefazo” y “Capitán Calzoncillos”, dos propuestas que a pesar del convencionalismo que transmiten sus apariencias, se descubren como sendas manifestaciones de animación desacomplejada y sorprendentemente libre en sus formas.
En el caso que ahora nos ocupa, el director David Soren opta por un estilo visual cercano al de “Carlitos y Snoopy: La película de Peanuts” para brindarnos una película de superhéroes donde la principal habilidad sobrehumana no es otra que la imaginación de los protagonistas, dos chiquillos, amigos del alma unidos por su devoción al mundo del cómic. El film bien podría ser una manifestación de género a manos del genial Genndy Tartakovsky, piedra angular de la marca Cartoon Network. Como sucede ahí, el “bajo ingenio” pedorro se abraza con orgullo y se adopta como principal arma de combate. Soren es consciente de que el producto va dirigido a los chavales, de modo que se aviene a jugar con sus reglas. El resultado es un a ratos agotador pero siempre inspirado y sincero canto a la criptonita de la villanía del mundo adulto: esto es, la carcajada incontenible de un mocoso. Material, méritos y, claro, risas de sobra como para seguir explotando este filón.