«En España cambiar de opinión resulta antipatriótico»
Nacido en Madrid en 1976, es hijo del cineasta José Luis García Sánchez y de la cantante Rosa León, debutó en 1996 con el cortometraje «El gilipollas». En 2001 se pasa al largometraje con «Más pena que Gloria» y en 2006 con «Vete de mí» consiguió para su protagonista, Juan Diego, la Concha de Plata y el Goya al Mejor Actor. Acaba de estrenar «Selfie», con la que triunfó en el último Festival de Málaga.
Estructurada como si fuera una sucesión de selfies en los que el protagonista se graba (o es grabado) contando en primera persona y en tiempo real su propia caída a los infiernos, la película muestra el día a día de Bosco, el hijo de un exministro encarcelado por corrupción que, de la noche a la mañana, se ve arrojado al mundo real tras ser abandonado por familia, novia y amigos. Este pijo de manual, egoísta, cretino y obstinado, buscará reconstruir su propio espacio de confort instalado de okupa en un piso de Lavapiés mientras intenta ligar con una activista ciega cuyo amor se disputa con un militante de Podemos, cuya capacidad para vivir instalado en una suerte de realidad paralela resulta tan acusada como la del propio Bosco. El resultado es una radiografía bastante caústica de una sociedad donde la estupidez parece ser el único denominador común a la hora de establecer espacios de encuentro político.
A pesar de que su anterior filme fue premiado en Zinemaldia de 2006 y triunfó en los Goya, ha estado más de una década sin rodar. ¿Dónde se había metido todo este tiempo?
Bueno, qué duda cabe que la crisis económica, y la que ha vivido el propio sector cinematográfico, han terminado por sacar del modelo de financiación el tipo de películas que yo hacía, que eran producciones intermedias. Eso irremediablemente te lanza al low coast pero ese tipo de formatos están condenados a una distribución que te aleja del público. Yo estos años he estado moviendo cinco o seis guiones pero las nuevas leyes del mercado parecen dictar que no puedes tener ambiciones autorales y, al mismo tiempo, pretender ser popular, cuando lo cierto es que de esa combinación han surgido las mejores películas de nuestro cine. Total, que de la noche a la mañana, como tantos otros, me vi fuera del modelo productivo. Pero un día tomé la determinación de salir del bucle de frustración en el que estaba instalado, coger una cámara y ponerme a rodar sin excusas, haciendo la película que yo quería hacer en régimen de cooperativa, que es una fórmula donde yo creo que está el futuro para muchas empresas porque es un modo muy sano de que el trabajador se involucre.
No sé si la propia estructura de la película viene condicionada por sus características de producción, pero ¿por qué optó por rodarla como si fuera una especie de diario personal?
Apelar a una estructura narrativa como esa te hace abaratar los costes de rodaje, pero también es cierto que, desde un punto de vista narrativo, nos permitía colocar la cámara en mitad de la vida, con lo cual toda nuestra peripecia de ficción y la propia figuración que ves en la pantalla es real y eso le confiere a la película un aire de inmediatez, de cercanía, que de otra manera no hubiéramos logrado.
A la hora de buscar esa inmediatez llaman la atención secuencias como esas donde los protagonistas se meten en mítines de PP y de Podemos. ¿Eso estaba en el guion o fue producto de la improvisación y de rodar la película en época de elecciones?
En la película hay más o menos un tercio de material que fuimos rodando espontáneamente y que fue fruto del trabajo con los actores sobre el terreno. Pero justamente esas secuencias que comentas estaban ya previstas y lo más curioso es que ambos partidos nos facilitaron los permisos para rodarlas, yo creo que nos los dieron porque ni se molestaron en leerse el guion que les mandamos (risas).
Lo más curioso es que esa estructura no resta credibilidad a la narración aunque al principio choque ver a una persona a la que la están grabando sin saber quién ni porqué.
Bueno, yo es que enciendo la tele y veo a María Teresa Campos lavándose los dientes y no me pregunto por qué accedo a esta información ni espero que, de repente, irrumpa en la pantalla Paolo Vasile para explicarme qué hay detrás de lo que estoy viendo, simplemente se me ofrece la posibilidad de verlo. Y en Instagram pasa lo mismo, la gente hace una foto a unos espaguetis que se ha preparado y te ofrece la posibilidad de ver lo que come. Con esto quiero decir que vivimos instalados en el mundo del exhibicionismo más frívolo y eso es algo que me tiene confuso pero al mismo tiempo me fascina el hecho de que una persona totalmente alejada de ti opte por hacerte cómplice de su día a día, se cuele en tu vida sin pedirte permiso y te ofrezca en directo tu cotidianidad aunque el tipo en cuestión te parezca un ser horroroso y sus opiniones te generen rechazo, como pasa con Bosco, el protagonista de esta película.
Con todo lo patético que resulta este personaje, usted no se sirve de él únicamente para mostrar su peculiar universo de pijo destronado sino que lo utiliza para confrontarse con otros escenarios sociales, políticos e ideológicos y el resultado es igualmente grotesco.
Es que entre los representantes de la izquierda más dogmática también hay conductas bastante ridículas. Hay muchos que juegan a ser revolucionarios y que tienen preparada la guillotina para cargarse al padre mientras conservan la herencia, como le pasa al personaje de Ramón. Yo creo que en España no hay un gran sentido crítico cuando uno escoge su ideología, la gente suele ser de derechas o de izquierdas casi por tradición familiar, como quien es del Madrid o del Barça y así nos pasa que nuestra manera de militar políticamente consiste en ir a muerte con los nuestros, justificarles hagan lo que hagan e intentar hundir a los otros. Aquí está muy mal visto contradecirse, en España cambiar de opinión es antipatriótico (risas).
Esa ausencia de sentido crítico quizá tenga que ver con la imposibilidad para encontrar espacios de consenso, ¿no?
Basta con ver el parlamento que tenemos, un sitio donde la frase más repetida es “y tú más”. Lo que es imparable en el ser humano es la capacidad de negación, negamos cualquier cosa que nos disturbe, que nos moleste, que nos pueda hacer replantearnos nuestro propio discurso. Esa capacidad para negar sistemáticamente al otro es algo que tienen en común tanto la derecha como la izquierda.
Usted ha llegado a afirmar que se planteó esta historia como una metáfora. ¿En qué sentido?
Bueno, yo creo que “Selfie” es una especie de auto sacramental muy estúpido protagonizado por un imbécil de derechas que compite con un imbécil de izquierdas por el amor de una chica ciega que no sabe ni a dónde va, ni con quién se acuesta y que vendría a representar a España. Esa era la intención alegórica sobre la que fuimos armando el guion, pero no me gusta vender la película así porque parece que sea un producto consciente de sí mismo. Yo lo que quiero es que el espectador se ría viendo la película y después le dé para comentarla en el bar.
«Nuestra realidad resulta tan extrema que no se presta a ser exagerada mediante el humor»
¿No resulta arriesgado apelar a la empatía del espectador a través de un personaje protagonista tan cretino y ridículo como Bosco?
Yo creo que nos llama la atención precisamente por ser un miserable y porque cuando empatizamos con alguien es a partir de sus defectos y a pesar de sus virtudes. Cuanto más íntegra y honrada es una persona más dudas nos genera y más alejada la sentimos de nosotros, por eso con Superman nunca te irías de cañas y con Peter Sellers sí porque su conducta conecta con tus propias inseguridades.
Aparte de ser un miserable, Bosco es alguien que vive en una suerte de universo paralelo. Resulta irónico que se haya servido de alguien así para hacer una radiografía de la realidad social.
El cine es una manera de asomarte a mundos que no conoces y el mundo del pijerío extremo es un universo muy descabellado. Escuchándoles uno tiene la sensación de que este tipo de gente vive aislada en su propio planeta. Mientras trabajaba en el guion de “Selfie” recuerdo haber leído una entrevista con Ana Mato en la que le preguntaban cuál era su momento favorito del día y ella contestaba ‘mi momento favorito es cuando veo cómo visten a mis hijos’. Es una respuesta insuperable (risas).
Es llamativo que, en su acercamiento a ese mundo, rehuya la ridiculización.
Es que en España la parodia es un género con muy poco predicamento porque nuestra realidad resulta tan extrema que no se presta a ser exagerada mediante el humor. Por ejemplo ¿cómo puedes parodiar a alguien como Rajoy que en sí mismo ya es una parodia? Por otra parte la ironía se nos queda corta y el sarcasmo es muy oscuro, con lo cual el único camino es el del esperpento, es decir el de colocar un espejo para mostrar lo que la realidad española da de sí y el resultado es grotesco. Pero eso es Valle Inclán, eso es Goya y eso es Berlanga. Aquí Bergman no nos da ni para un cortometraje: tú en España pones a un señor a pensar y a los diez minutos ya le ha dado una insolación.J. I.