Irati Jimenez
Escritora
JO PUNTUA

¡Fiesta! ¡Fiesta!

Antes de que Iruñea pierda el oremus al grito de «gora San Fermin!» conviene señalar una obviedad de la que se habla poco: la fiesta tiene muchos enemigos. No me refiero a la gente a la que no le gusta salir y que a veces se queja, con razón, de las molestias derivadas de que a otros sí les guste. Me refiero a los que se molestan de que otros salgan, a los que se apostan en las esquinas de lo festivo para disparar contra la alegría de los demás.

No lo dicen así, claro. No son unos aguafiestas, no dicen «fiesta no». Dicen «fiesta sí…» o «fiesta, vale…» para añadir luego esa palabra que invalida todo lo anterior: «pero». ¿Pero qué? Normalmente «sí, pero otro modelo de fiesta» o alguna variante de «sí, pero no así». Así de desordenada, entiendo, así de excesiva. Nada de malo contra la fiesta, pero mejor otra fiesta o menos fiesta.

El primer argumento tiene réplica fácil: el que quiera otro modelo de fiesta que la ejerza, en lugar de pedirles alternativas a los que disfrutan de las que hay. El carril de la vida es como una autopista. Si es estrecho, todos tenemos que ir a la misma velocidad. Si es ancho, cada uno por su lado, el conservador a la velocidad que le guste, el libertino a la suya y todos felices. Todos excepto el puritano, porque ahí llegamos al segundo argumento, el de la moral. Por supuesto, a los puritanos no le gusta que les llamen así y negarán que lo son, como lo niegan los racistas o los machistas, pero no hay otra manera de definir a quien exige públicamente moderación en la vida ajena. A quien le molesta que otro, en algún lugar, en el ámbito de su vida personal, esté siendo feliz.

La fiesta es excesiva por naturaleza y es triste pedirle moderación y mirarla de reojo, con la desconfianza de los mártires. Nos iría mejor si aprendiéramos a confiar en ella, a abrazar lo feliz sin las medidas de la moral ajena ni el miedo a la alegría. Nos han dicho que es menos sabia que el dolor pero es mentira. Son los oligarcas de la tristeza los que han querido que renunciemos a la felicidad para poder arrebatarnos las condiciones que necesitamos para vivirla plenamente.