Es 6 de julio y aquí está el pamplonica de turno dispuesto a dar la murga. Y lo que os queda: nueve días de ilusionismo capaces de establecer una milagrosa rutina juerguil cuya resaca dura 356 días –tú te lo pierdes, Puigdemont–. Nueve días en los que, religiosamente, los expatriados volvemos en masa a esta, hoy más que nunca, patria chica. Pero las odas a los sanfermines en estas páginas son cosa de Alberto Pradilla, cuyos restos se echarán de menos estos días en la vieja Iruñea. Que no se preocupe, otros despojos se arrastrarán a partir de hoy por los suelos de la redacción de Iruñea.

A las puertas del txupinazo, sin embargo, si permiten la licencia, uno no puede evitar acordarse de aquellos que le han metido el veneno de los sanfermines en la sangre. Cada uno tiene sus nombres propios, en mi caso son Nekane y Patxiko, a los que rendiré íntimo homenaje cada vez que vea un incombustible gorro de Gora Euskadi a prueba de bombas o un pañuelo verde destacando sobre la marea rojiblanca.

Personas que nos inyectaron el vicio de una fiesta por fortuna desmedida y contradictoria. Lo dice uno que con cinco años quería ser torero –por tu culpa, Nekane–, a los 15 se declaraba antitaurino y a los 25 acudió por primera vez al Sol intrigado y entregado. Con vosotros aprendimos que la mejor banda sonora de una vida es una txaranga y que no hay mayor manjar que unas magras con tomate a deshora.

Personas, en definitiva, a las que no se despide ni se entierra, sino que se siembra en cada esquina, cada bar y cada jarrón de Iruñea cuyo agua nos vamos a beber estos días en su honor. Va por vosotros.