Raimundo Fitero
DE REOJO

Buenas

Las series son buenas o malas. O regulares. O de sobremesa. O culebrones. O históricas. Ciertamente en algunas series se nota mucho talento. Se utilizan técnicas cinematográficas, pero en su sentido de comercialización. De “Juego de tronos” se habla más cuando se está rodando que cuando se emite. Es un negocio universal. Las ciudades donde se ruedan algunas escenas se convierten en focos turísticos masivos. Los municipios, diputaciones y autonomías se pelean por conseguir que la producción acaben en sus castillos y aldeas medievales. Es una manera de promoción.

Pero vayamos al turrón. Las series, sus contenidos, sus formas, sus promociones. Las series importantes se emiten simultáneamente en medio mundo. Con versiones dobladas o subtituladas. Es un placer verlas subtituladas porque se ve la creación artística completa. Hace tiempo que no insisto: el doblaje es una alteración del producto, un ataque de lesa creatividad. Hoy está plenamente aceptado porque es una manera de comercializar el producto. Con el franquismo se impuso el doblaje por españolidad. Ha sido un motivo del atraso general en el conocimiento de idiomas. Ver series o películas en versión original ayuda a aprender idiomas. Es decir, inglés. Yo diría que las series, nuevas o casi, que me parecen más interesantes se ofrecen en los canales de las plataformas de pago vinculadas a los operadores de telefonía. Son duras, divertidas, con un lenguaje soez en ocasiones, de un realismo sucio o de un inteligente humor, con un empoderamiento importante de personajes protagonistas de mujeres reconocibles. Parece un avance importante. En abierto, en las generalistas, optan por otros productos mucho más asequibles con producciones más ligeras y repartos de consumo interno. Para hacer caja. Y no son buenas. Son pasables. O mediocres.