Raimundo Fitero
DE REOJO

Potable

Los números varían, las alarmas crecen, los mensajes son confusos, pero vemos el agua destruyendo ciudades y vemos territorios inmensos destruidos por su falta absoluta. Unos quinientos millones de personas viven en este planeta sin acceso al agua potable de ningún tipo. Se deben añadir aquellos otros millones que por guerra o desastres naturales también están circunstancialmente exentos de ese bien. Nosotros la despilfarramos. Creemos que nunca nos faltará. Y puede faltar, como ya nos faltó no hace tanto tiempo.

Vemos las imágenes terribles de la devastación de Harvey, que ha causado en diferentes estados de los USA más de cuarenta muertos, con calles convertidas en riachuelos, la gente desplazándose en barcas, y nos cuesta creer que eso suceda en un país donde su actual presidente es negacionista del cambio climático y que con la mayor desfachatez del mundo no se le ocurre otra cosa que donar un millón de dólares de su patrimonio personal para ayudar a paliar los efectos que van a ser multimillonarios.

Junto a esas visiones de Texas por ejemplo, algunas de granizadas puntuales en lugares cercanos y una alerta mediática, supongo que inducida por datos oficiales de los pantanos y embalses de la península ibérica que anuncian malos tiempos de no llegar un otoño lluvioso que vuelva a sus cauces las previsiones. Porque nuestros hábitos de consumo no cambian. El uso del agua no es racional. En las autopistas es más caro en ocasiones un litro de agua que uno de gasolina. Y por esas mismas autopistas circulan diariamente miles de camiones trasladando agua embotellada potable de un lugar a otro. Misterios de la movilidad de las marcas y del agua como negocio. Algo pasa con el agua que se está convirtiendo en un bien de lujo. Y es imprescindible para la supervivencia de la especie.