En un lúcido ensayo titulado “La banalidad”, llamaba la atención sobre las consecuencias de la civilización audiovisual en las formas de entender el mundo y de estar en él, en el modo de percibir la realidad. La 3ª Gran Transformación en la historia humana, la Revolución Cibernética, se fundamenta en un tipo de tecnología que consigue hacer omnipresente y omnipotente la sociedad del espectáculo, de la apariencia. Algo que con tanta claridad vislumbró Debort G. y que no es sino la realidad construida para mutar y asesinar la vida, convertirla en un espectáculo, donde el sujeto es condenado a la condición de mero espectador de su existencia. Donde las personas, y los pueblos estamos sujetados a las pantallas, a las imágenes, y, a través de ellas, contemplamos y nos movilizamos solo ante aquello que se nos muestra como aplastante actualidad, y que desaparecerá en cuanto quienes controlan las multinacionales mediáticas decidan cambiarnos el guión y la interpretación de los hechos.

La actual cruzada anticatalanista, es un ejemplo más de cómo el Gobierno español ha tratado de utilizar un acontecimiento para encubrir una dictadura disfrazada de democracia, para exacerbar el sentimiento españolista edificado como identidad frentista con las naciones históricas que reivindican su independencia. Pero, también, para ocultar su implicación en el negocio de las guerras que se nos muestran como un espectáculo de consecuencias devastadoras y genocidas, y para camuflar el carácter mafioso y corrupto del actual gobierno neofranquista. La sociedad del espectáculo consigue normalizar la represión y el terror, hacer que nos acostumbremos, e incluso justifiquemos, la barbarie, la brutalidad y violencia policial que se ha cobrado casi mil víctimas y, hasta la devaluación y suspensión de derechos y libertades. Su espectáculo se desmorona y sobran motivos para una huelga general indefinida en el Estado, hasta derrocar al Gobierno, tal y como hoy protagoniza Catalunya.