Desmontando «Patria», o como ganar la batalla del relato
El conflicto vasco ya tiene su «best seller». Y se llama “Patria”. Difícilmente ningún otro libro alcanzará la misma cuota de notoriedad: 300.000 ejemplares vendidos, adaptación audiovisual en marcha (para nada más y nada menos que HBO), recomendaciones del mismísimo Mariano Rajoy… Y desde el martes de esta semana, flamante Premio Nacional de Narrativa.
Fernando Aramburu explica profusamente las vivencias sufridas por las personas víctimas de ETA, especialmente los concejales y empresarios de pueblos pequeños o medianos de Euskal Herria. El trágico “Obaba” de Aramburu. Y parece ser que su escritura ha reconfortado a la masa social que aglutina al PP, PSE y UPyD, en tanto que ha dado un relato literario a su sufrimiento.
Sin embargo, “Patria” no solo pretende describir aquello que padecieron estas personas. Al contrario: parece que esté más interesado en ajustar cuentas con su adversario ideológico. El nacionalismo vasco. Por eso, la novela crea el arquetipo de lo que es un independentista vasco. Y este vasco tiene, según Aramburu, cualidades como no leer e incluso reírse de las novelas y rechazar su lectura (personaje de Joxe Mari), es homófobo y no acepta que Gorka sea homosexual (Joxe Mari y Miren), es racista y maltrata psicológicamente a una trabajadora sudamericana (Miren), es malvada, calculadora y de corazón frío (Miren otra vez), le gusta la violencia en sí misma y quiere matar gente en general (los compañeros de comando de Joxe Mari), y no quieren que sus hijos se casen con personas que no hablan euskera (¡Sorpresa! Miren otra vez). Podemos añadir que, en “Patria”, ningún nacionalista viaja fuera de su pequeño pueblo (a excepción de los personajes constitucionalistas que sí lo hacen, como la hija de Bittori y el Txato). Ni tienen aficiones intelectuales y son tirando a mediocres, como Joxian. No hay aristas. No hay matices. La Liga del Mal, junto con Saddam Hussein, Kim Jong-il y los nazis que denunciaban a sus convecinos judíos. Nunca nadie fue tan malo en tan pocas palabras.
¿Acaso algún independentista se reconoce en dicho retrato? ¿En serio alguien se lo cree? Las costuras de la novela se ven tanto que te pegan en la frente. Tenemos, pues, una novela de buenos y malos. Una novela que, por cierto, he leído con interés de inicio a fin. Y que, en todo caso, me alegro que Fernando Aramburu haya escrito. Ahora bien, es la novela de una de las dos trincheras. Y ahora alguien me enmendará: ¡Pero si también habla de las torturas! Hombre, sí, y lo liquida en 5 páginas (de 600). Habla de ello tímidamente y no le da a su escritura, estilísticamente, ningún calor humano. O dicho de otra forma, presenta unos personajes con los que es fácil empatizar (los constitucionalistas) y otros con los que nunca uno quisiera empatizar (los nacionalistas vascos).
La trampa es, de tan evidente, ridícula. Y hacen que uno dude de los motivos que han llevado a un escritor como Fernando Aramburu a caer en tamaña simpleza intelectual. Hay que elegir: o intentas hacer la Gran Novela del Conflicto con cierto equilibrio, o escribes la novela que deseas y con la intención política que deseas. Pero siempre con honestidad. Es precisamente esta cualidad la gran ausente en “Patria”. Porque difícilmente se puede vender que “Patria” sea un libro universal; ese libro revelador que con su sola lectura ya te permite entender lo que ha pasado en Euskadi en los últimos 50 años.
Al contrario: “Patria” es una novela interesante en la que el autor intenta influir a la opinión pública y conseguir la derrota literaria de ETA. Perfecto. Es legítimo. Es tu apuesta. Pero déjala clara.
Y es que el éxito de “Patria” no es ninguna casualidad. Sencillamente, había quien buscaba un relato glorificador del constitucionalismo y demonizador del independentismo. Una novela para ganar la batalla del relato. Hablamos del establishment político (PP-PSE-UPyD), mediático (Prisa, Unidad Editorial), cultural (los conocidos como «intelectuales» agrupados en torno a Basta Ya y el Foro de Ermua). Y encontraron en “Patria” el potencial ganador. Por eso el libro ha disfrutado de una campaña propagandística sin parangón. ¿Es algo negativo en sí mismo? No. Pero hay que constatar las cosas como son. Reconocer que es una estrategia. Y jugar limpio. Por eso, la concesión del Premio Nacional de Narrativa no es más una decisión política destinada a ganar la batalla del relato. Al menos de cara al público del Estado.
“Patria” no puede monopolizar la memoria vasca, la cual yo concibo en forma de puzzle. En la que cada uno aporte su relato, sus vivencias, su sufrimiento. Y en este puzzle, “Patria” es sin duda una pieza muy necesaria. Pero no es El Libro, en mayúsculas, si no una pieza más en el relato plural de lo que ha pasado en Euskal Herria.