Amaia Ereñaga
Periodista
IKUSMIRA

La Corona y nuestras miserables vidas

La reina Mary alecciona a su nieta, Isabel II de Inglaterra: «La monarquía es una misión sagrada para dar gracia y dignificar a la Tierra. Para darle a la gente corriente un ideal por el que luchar, un ejemplo de nobleza y deber que les guíe en sus miserables vidas. La monarquía es la llamada de Dios». Toma. Miserables vidas dice, con la que tenían montada en casa. En otra escena, su hijo, el pedante duque de Windsor: «Somos mitad personas. Arrancados de las páginas de alguna extraña mitología, hay dos partes en nuestro interior, la humana y la Corona, comprometidas en una temible guerra civil que arruina nuestras relaciones».

Lo sé, son frases escritas por el guionista Peter Morgan, el artífice de “The Crown”, la espectacular serie de Netflix sobre Isabel II a la que, como medio mundo, estoy enganchada. Puede que no dijesen esas frases... pero algo así pensarían. ¿Si no, cómo explican sus miembros el mantenimiento de una institución tan rancia y absolutista? ¿Cómo reconocen ser unos chupópteros por derecho de nacimiento? De si la serie retrata fielmente o no la historia de Gran Bretaña o de si sirve para dar más popularidad a la monarquía al humanizarla, se podría hablar largo y tendido. Aquí no tengo sitio. A mí, antimonárquica por derecho de nacimiento –Eibar marca mucho–, el discurso navideño de abuenasbienperoamalasnoossalgaisdemadrequeosdamospalpelo de Felipe VI me ha llevado a “The Crown”: «Fuimos dioses, reyes absolutos, ahora solo somos títeres», reflexiona Isabel II. E hijo, alguno, de un rey reinstaurado por un dictador.