Aporofobia
Una fundación con vocación lingüística que sostiene un banco de origen vasco, ha decidido que la palabra del año es aporofobia. Está admitida por la RAE y es, conceptualmente, inapelable. Se trata del miedo o rechazo que sienten ciertas personas contra la pobreza y los pobres. Es un signo de los tiempos, un banco, que es la máxima expresión práctica de la aporofobia, otorga a este neologismo el valor y la importancia que se merece en términos sociales y políticos. Las contradicciones y los posturnos, otro vocablo recién incorporado a nuestro léxico cotidiano y que refleja esa costumbre tan arraigada de hacer ver lo que no se es y que tanto se usa en los ámbitos de poder, sobre todo en el político de partido bisagra o visillo.
No son los árabes, ni lo musulmanes los que provocan miedo, sino aquellos que además son pobres, emigrantes forzados por la miseria y las guerras, los que no encuentran acomodo en una sociedad que anda entre banderazos y golazos. Los petrodólares, los multimillonarios eslavos, los nuevos ricos chinos van comprando haciendas y vidas, edificios, equipos de fútbol y son recibidos con los brazos bien abiertos. Ni una, ni media discriminación. Servilismo ante el Capital. Pero sus súbditos, los que son maltratados por la Historia, llegan en pateras, en balsas neumáticas, y son agredidos de palabra, obra y omisión. Eso, se quiera o no, es una manifestación de aporofobia. Lo mismo que mirar despreciativamente a esos seres humanos que pueblan portales y cajeros, durmiendo entre cartones.
Si no recuerdo mal, el año pasado fue elegida la palabra posverdad. Otra elección precisa. Y veo a M. Rajoy dando una rueda de prensa y me dan ganas de hacerle un monumento. O dos, como a Carmencita, la nonagenaria hija del dictador Franco que ha fallecido y se aprovecha para hacer franquismo necrológico.