Ofensiva turca contra el enclave kurdo de Afrin, caretas fuera
La campaña conjunta del Ejército turco y facciones rebeldes contra esta región de Kurdistán Oeste ha puesto en evidencia el grado real de apoyo tanto de Rusia como de EEUU a los kurdos. Más allá de las fatídicas consecuencias humanitarias de la invasión, también está en peligro el proyecto democrático e integrador más revolucionario de Oriente Medio, asi como los derechos de la mujer.
En julio de 2012, en plena escalada de la guerra civil en Siria, el Partido de la Unión Democrática (PYD) —afín ideológicamente al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)— se hacía con el control de gran parte de Kurdistán Oeste tras forzar la retirada de las tropas del régimen sirio.
Comenzaba así la revolución de los kurdos en Siria, un proyecto de «democracia radical» que enfrentaba el reto de poner en práctica la tesis del confederalismo democrático de Abdullah Öcalan. Es decir, una autonomía democrática en el marco de una Siria federal donde se descentralice el poder en favor de los consejos civiles locales, se fomente la convivencia entre las diferentes etnias y confesiones, se protejan las lenguas y culturas de las minorías y se empodere el papel de la mujer en la sociedad. Un proyecto, no exento de obstáculos, que a día de hoy sigue desarrollándose con éxito.
Ese mismo julio de 2012, este periódico entrevistaba en Erbil al entonces y hasta hace bien poco co-presidente del PYD, Salih Muslim. Su opinión en relación a los acontecimientos en Rojava entremezclaban optimismo y realismo a partes iguales. «Aposamos por una tercera vía al margen del régimen y oposición. Al-Assad en los últimos años ha ejercido una fuerte represión contra el movimiento kurdo, mientras que los opositores tienen una marcada agenda arabista e islamista», alertaba el líder kurdo. «Tras la Primera Guerra Mundial a los kurdos se nos prometió un Estado y finalmente nos traicionaron. No queremos repetir los errores del pasado y vamos a vigilar mucho con qué actores regionales e internacionales nos aliamos», advertía Muslim.
En agosto de ese mismo año GARA visitaba Afrin —lo haría en tres ocasiones más—, una región montañosa del norte de la provincia de Alepo fronteriza con Turquía, con alrededor de medio millón de habitantes y con el cultivo de olivos como principal motor económico. A pesar de que solo había pasado un mes desde que el PYD había tomado el control de Afrin, así como de los cantones de Kobane y Yazira, la administración autónoma funcionaba a pleno rendimiento. Nada extraño, si tenemos en cuenta que en los últimos años de presidencia de Hafez al-Assad el PKK tenía su retaguardia en Siria, y el movimiento kurdo había gestado unas estructuras que siguieron trabajando en la clandestinidad durante el mandato de Bashar al-Assad.
En las aulas se comenzó a enseñar el kurdo, las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) seguían profesionalizando sus filas y en las calles toda la simbología del régimen había sido retirada en detrimento de imágenes de mártires de las YPG y del PKK. No en vano más de 5.000 guerrilleros de la región de Afrin habían dado su vida por la causa kurda desde el inicio de las hostilidades con Turquía en 1984.
Ya en 2012 los representantes políticos del cantón advertían de la amenaza de una intervención militar de Turquía, que veía con malos ojos el establecimiento de una región autónoma kurda pegada a sus fronteras. Cinco años y medio después, los augurios se han hecho realidad y Afrin está resistiendo el asedio del Ejército turco y de las facciones del Ejército Libre de Siria (ELS) apoyadas por Ankara. En Afrin estamos asistiendo a un episodio de imperialismo nacional-islamista turco liderado por Recep Tayyip Erdogan con la excusa de eliminar a «elementos terroristas kurdos y de ISIS» y «devolver el territorio a sus legítimos dueños árabes».
Un ventilador de propaganda y desinformación que Ankara ha puesto en funcionamiento y que, sin un conocimiento del contexto y una contrastación previa, puede penetrar en el discurso de muchos medios.
Pero la realidad es que Afrin es una región de mayoría kurda desde hace siglos, ISIS nunca ha conseguido poner un pie y los milicianos kurdos no son terroristas, sino mujeres y hombres que nunca han atacado a Turquía y solo han respondido en legítima autodefensa.
Hasta la fecha, Afrin se había podido mantener al margen de la guerra gracias a no tomar parte en el conflicto entre régimen y opositores, y ofrecer una férrea defensa a los embates del ISIS. Esto ha provocado que a lo largo de casi siete años de conflicto, según la ONU, 120.000 desplazados de otras zonas devastadas de Siria se hayan reasentado en la región.
Cuando en 2012 gran parte del norte de la provincia de Alepo y el este de la ciudad cayeron en manos rebeldes, la presencia kurda evitó que los enclaves chiíes y pro régimen de Nubul y Zahra sucumbiesen a los opositores. Del mismo modo, la región acogió a brigadas del ELS que en 2013 huyeron ante la embestida de ISIS.
Unas facciones rebeldes a las que las YPG permitieron utilizar su territorio en 2014 para desplazarse a la zona de Azaz y conseguir expulsar a los yihadistas.
Esta alianza contra el ISIS –Afrin los tuvo a sus puertas solo unos meses– supondría el embrión de las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS), una coalición militar formada por kurdos, árabes musulmanes y cristianos, que desde su formación en 2015 combate al ISIS y ha tomado ciudades tan importantes como Raqqa.
En su obsesión por acabar con la revolución en Kurdistán Oeste, Turquía colaboró con el Frente Al-Nosra e ISIS, dejando a sus combatientes extranjeros –muchos de ellos occidentales– campar a sus anchas por suelo turco y proporcionándoles apoyo logístico para entrar en Siria para luchar contra las YPG.
Cuando Kobane estaba a punto de caer en otoño de 2014 y apenas resistían unos pocos centenares de combatientes kurdos, la coalición internacional liderada por Estados Unidos entró en acción. Una alianza entre kurdos y Washington que ha durado hasta la actualidad, pero que la batalla por Afrin ha puesto en la cuerda floja.
Tras su fracaso de armar a milicias del ELS, EEUU ha visto en las FDS un sólido aliado para luchar contra el ISIS y para controlar una amplia parte del norte del país. Una carrera por hacerse con ciudades como Deir Ezzor en la que han rivalizado con el régimen sirio y su aliado ruso.
Las FDS, con el apoyo de la coalición liderada por EEUU, ha podido expulsar a ISIS de su capital de califato, Raqqa, unir los cantones de Kobane y Yazira, y extender su control a poblaciones del oeste del Éufrates como Manbij.
Ante la posibilidad de que las FDS lideradas por los kurdos pudiesen llegar a Afrin, Turquía lanzó una ofensiva en el noreste de la provincia de Alepo, con el pretexto de expulsar al ISIS. Ahora, ciudades como Jarablus y Al-Bab están gestionadas por Ankara, en lo que se ha convertido en una suerte de provincia turca donde incluso se enseña la lengua de Erdogan en las escuelas.
En un intento por desescalar la tensión con Turquía, EEUU fomentó el reclutamiento de árabes en las FDS –aunque las YPG siguiesen siendo su fuerza principal–, e incluso promovió cambios nominativos como el de Rojava por la Federación del Norte de Siria tras la inclusión de territorios predominantemente árabes como Raqqa.
El reciente anuncio por parte de Washington de crear una guarda fronteriza con 30.000 combatientes de las FDS en los límites con Turquía, y el desarrollo imparable del proyecto de «democracia radical» en el norte del país han empujado Turquía a intervenir sobre Afrin, el cantón más débil y aislado y sin presencia de EEUU.
En septiembre de 2017, las consecuencias del referéndum de independencia de Kurdistán Sur nos daban ya una pista de cómo los actores regionales e internacionales iban a abordar la cuestión kurda. A pesar de tener agendas diferentes en la guerra siria, Turquía e Irán cerraron filas con Bagdad para evitar la secesión kurda. En el plano internacional, Estados Unidos y la Unión Europea miraron hacia otro lado repitiendo hasta la saciedad la necesidad de respetar la integridad territorial de los estados.
Un presagio de lo que podría ocurrir y ha ocurrido en Afrin. Hasta la fecha EEUU no ha movido un dedo por sus aliados en la lucha contra ISIS, aduciendo que Afrin se escapa a su zona de cooperación con las FDS, cuando se trata de las mismas fuerzas.
Por su parte Rusia, en su juego por desestabilizar a la OTAN —de la que Turquía sigue siendo miembro—, ha dado luz verde a la ofensiva turca. Algunas fuentes apuntan a que el día antes del inicio de la «Operación Rama de Olivo», Moscú ofreció a los kurdos la posibilidad de entregar Afrin al Gobierno de Damasco, algo a lo estos que se negaron rotundamente. Tensas al principio del conflicto sirio, la relaciones entre Erdogan y Putin, han ido mejorando paulatinamente, fruto de los multimillonarios acuerdos en materia de armamento y la desconfianza compartida hacia al papel de EEUU en Siria.
Consecuencia del acuerdo con Turquía, Rusia ha retirado las tropas de la zona este de Afrin, lo que permite a los rebeldes apoyados por Turquía atacar desde este flanco.
En esta región —fruto del aprendizaje de no jugárselo todo a una carta— las autoridades de la Federación del Norte de Siria habían llegado a un acuerdo con Moscú para interponer sus fuerzas entre ellos y los rebeldes pro turcos.
Con la coyuntura actual quienes salen ganado son Putin y Assad. Mientras Rusia observa cómo la tensión aumenta en el seno de la OTAN, su aliado el presidente sirio ve como las FDS le hacen el trabajo sucio de diezmar unas filas rebeldes, que mientras combaten en Afrin, no lo hacen en Idleb. Por esto motivo, el régimen sigue permitiendo que efectivos de las FDS procedentes de Hasaka o Kobane lleguen a Afrin. A este embrollo, hay que sumar el cómplice silencio de la Unión Europea. Una UE que vendió su alma al diablo turco con un vergonzoso pacto por los refugiados.
A diferencia del pasado, la traición de rusos y estadounidenses no ha cogido desprevenidos a los kurdos y, por eso, en Afrin las fuerzas locales llevan años preparando búnkeres y organizándose para la resistencia.
A pesar de que Turquía es el segundo Ejército de la OTAN y cuenta con una poderosa aviación, y el aislamiento geográfico de los cantones de Kobane y Yazira, los kurdos plantaran cara y pondrán en práctica una de sus máximas: «la resistencia como forma de vida».