Arturo Puente
Periodista
JO PUNTUA

La era metropolitana

Aunque trabajo académico y teórico no falta, la izquierda europea ha dado a la perspectiva geográfica y territorial menos importancia de la que se merece. La cuestión colonial e imperial aparece en el marxismo ya desde Marx, pero en los últimos compases del XX las izquierdas, incapaces de abarcar todos los flancos, han relegado análisis necesarios sobre desde qué alianzas internacionales, articulaciones territoriales o polos geográficos son más factibles los objetivos de las clases trabajadoras.

La actual tensión entre la globalización y las soberanías nacionales vuelve a poner en primer plano esto. El fin de la bipolaridad mundial ha desembocado en una distribución del poder entre macroestados, como EEUU, China, Rusia o la UE, y el resto, conformando un mundo dividido entre una cúpula de polos gigantes y un pelotón de pequeños Estados que deben elegir entre el alineamiento, la convergencia entre sí o la intemperie.

Así se explica el auge del autoritarismo, como fórmula de cohesionar internamente los bloques y prepararse para la pelea multilateral. También, que diferentes sociedades, sobre todo europeas, hayan respondido con ademanes autárquicos, a menudo traducidos en fenómenos derechizantes, cuando no protofascistas.

Por eso las ciudades, que en siglo XXI deben entenderse como regiones metropolitanas, vuelven a tomar un protagonismo desconocido desde el inicio de la modernidad. La ciudad contra el Estado centralista y avasallador y, a la vez, como unidades de rescate de soberanías concretas ante la convergencia global. La llamada «Europa de los pueblos» no tiene contenido si esos pueblos no son capaces de desplegar su capacidad económica y política por sí mismos.

Las izquierdas van a tener que articular un discurso entre la respuesta meramente estatalista y las falsas promesas de la globalización. Y el eje de ello solo podrán ser las unidades metropolitanas, la única institucionalidad con poder suficiente para superar el impulso autoritario del macroestado y, a la vez, plantar cara a los fenómenos reaccionarios que quisieran un mundo más aislado que ya no volverá.