Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Ebrios de imágenes

En el Grand Théâtre Lumière, con una capacidad para sentar a más de 2.000 personas, una legión de periodistas aguarda impaciente el final de una película. No por alergia a la proyección (aunque algunos, un poquito sí) sino porque hay que asegurar buen sitio para la siguiente cola; para el siguiente film. Normal, cosas de Cannes.

Después de un par de paradinhas, llegamos por fin al «The End», y a algún valiente (o insensato, no se sabe) se le ocurre silbar. Intolerable blasfemia que es inmediatamente aplacada por otra horda, la de los acólitos. Una vez más, todo normal en Cannes, Tierra Santa de la autoría; campo de batalla entre los malos modales de la cinefilia y la grosería de la barbarie.

Por si no había suficiente agitación en la Croisette, Dios nuestro Señor decidió manifestarse. En alma, no en cuerpo. Se presentó en Sección Oficial a Competición “Le livre d’image”, enésimo evangelio cinematográfico de Jean-Luc Godard. Un collage multidisciplinar en el que literatura, pintura, escultura, música, poesía y, por supuesto, cine, se redujeron a imágenes hipertrofiadas de valor.

Durante hora y media, nada pareció tener sentido. Y perdón si canso, pero: lo normal en Cannes. Los “Freaks” de Tod Browning hablaron con el “Elephant” de Gus Van Sant y “Black Hawk derribado” de Ridley Scott disparó al “Vértigo” de Alfred Hitchcock. Así de vertiginoso.

Y de estimulante... y de desesperante. Esta tempestad neuronal en forma de conceptos visuales desvirtuados por la mano y la malicia del hombre declararon (porque nunca está de más), la muerte del séptimo arte, y ya de paso, la de Europa. Nueva bomba imperdible del mayor terrorista de este loco mundillo, rematada con una delirante rueda de prensa vía FaceTime. Entre la bendición de la genialidad y el engorro de la burla más hiriente. Godard en estado puro. Como tenía que ser.

De vuelta al mundo real, el maestro chino Jia Zhang-Ke siguió elevando el nivel de la competición por la Palma de Oro. “Ash Is Purest White” propuso, en esta selección, otra atípica historia de amor (mejor o peor entendido) en un mundo de pistolas definitivamente mal entendidas. Magnético y a ratos poderosísimo homenaje en particular a su musa, la actriz Zhao Tao (magnífica de principio a fin), y en general a la figura femenina. Única fuerza justa, firme y bondadosa en un mundo corrompido por hombres débiles. Precisa (prácticamente perfecta) en la coreografiada puesta en escena; profunda (y por ello dolorosa) en cada frase y silencio. Una película redonda, importante. Muy grande.

Al final, en la Quincena de los Realizadores, nos quedó tiempo para ver “Pájaros de verano”, potente thriller criminal en el que Ciro Guerra (ahora con Cristina Gallego) siguió conciliando las pulsiones indígenas colombianas con el cine de género. De tan atractiva mezcla surgió una especie de precuela de “Narcos”, llevada por esa magia negra que solo pueden invocar los mejores chamanes. Una fábula manchada de sangre y de alcohol de alta graduación. Ebria de una lógica a ratos onírica, y de la amargura que surge de la pérdida de la