Debajo de esa galaxia
Hace mucho tiempo, en un país muy, muy lejano... un joven cineasta californiano cambiaría el cine para siempre. Era 1977 y estaba a punto de estrenarse el primer (o cuarto) episodio de la saga fílmica más exitosa de todos los tiempos. “La guerra de las galaxias” (ahora “Star Wars”) se convertiría en un negocio multimillonario cuya magia se contagiaría de generación en generación.
Y de 1977 saltamos, a la velocidad de la luz, hasta 2018. Entre una fecha y la otra, se estrenaron nueve películas... hasta que llegó la décima. Número redondo que debía celebrarse por todo lo alto y, a ser posible, en el mejor de los escenarios. Dicho y hecho. La 71ª edición del Festival de Cine de Cannes acogió, fuera de competición, la premiere mundial de “Han Solo: Una historia de Star Wars”, spin-off dedicado al mítico contrabandista espacial, encarnado antaño (y hasta no hace mucho) por Harrison Ford, y ahora por un muy verde Alden Ehrenheich.
La producción de dicho proyecto, marcada por el despido fulminante de los directores Philip Lord y Christopher Miller en pleno rodaje, llegó a ver la luz con demasiados desperfectos en su estructura. Ron Howard tomó a última hora las riendas del Halcón Milenario, y por mucho que lo intentó, no consiguió que este despegara.
Visualmente desastrosa (tanto que nos preguntamos si no había algún problema con la copia proyectada), personajes desdibujados hasta la triste sombra y tramas argumentales que, más allá de llamar desesperadamente a la nostalgia, se vieron incapaces de captar ni que fuera un mínimo de carisma. Un desastre, vaya. Por mala elección de las piezas, por mediocridad a la hora de ponerlas en juego... he aquí la primera entrega de Star Wars de la era Disney no digna del legado que se le ha dado.
Después de este batacazo, remontamos en la Competición. Primero con “En guerre”, drama social sobre luchas sindicales en el que Stéphane Brizé siguió buscando la justicia social en la dictadura de las leyes (injustas, claro) de mercado. Con Vincent Lindon (y su ego) a su lado, nos sometió con un olvidable pero correcto ejercicio de broncas filmadas. Por la simple (y muy reivindicable) voluntad de usar el cine como fuerza equiparadora.
Al final, llegó la mejor película de la jornada; quizás del festival. Después de triunfar con la escalofriante “It Follows”, David Robert Mitchell volvió a la Croisette con “Under the Silver Lake”, alocadísimo thriller detectivesco pop-noir con Andrew Garfiled como protagonista, un joven en busca del –desaparecido– amor de su vida.
Una vez más, el director de Michigan se sirvió del cine de género para tomar el pulso a nuestros tiempos. En esta ocasión, el resultado fue una aventura urbana imposible, alimentada, intoxicada y legitimada por el artificio cinematográfico. Esto es, banda sonora, movimientos de cámara, iluminación, transición entre situaciones y escenarios... todo flagrantemente utilizado con la voluntad de encontrar la trascendencia en la intrascendencia. Por amor a la mentira fílmica... y por risa incontenible ante la galaxia pop que colorea nuestra existencia.