A puñaladas con la vida
Este Festival de Cannes terminó como empezó: de forma accidentada, atropellada, patosa y, por qué no decirlo, sospechosa. En la última jornada competitiva, se agolparon cuatro últimos candidatos a la Palma de Oro... mientras la organización hacía todo lo posible para esconder a la prensa la película de clausura: “El hombre que mató a Don Quijote”, de Terry Gilliam. Con un único pase para la crítica en una sala minúscula, la parrilla invitó a dar fundamento a las primeras opiniones que han conseguido esquivar embargos. Unanimidad que, de momento, no puede ser desmentida: se dice, se comenta... que la aventura quijotesca del ex Monty Python es un desastre. De modo que a esperar al estreno comercial.
Por suerte, no tuvimos que demorar más la proyección de “Un couteau dans le coeur”, la cual sirvió para confirmar aquella revelación de 2013 llamada Yann Gonzalez. El autor de “Les rencontres d’après minuit” subió el nivel con esta su segunda película. Una juguetona y estimulante mezcla de slasher y drama romántico en la que un asesino andaba suelto, matando a actores de películas pornográficas gays. Ejercicio de estilo que fue más allá de las formas... elevando a las formas a la enésima potencia. Como lo hubiera hecho un Wes Craven emborrachado de giallo. Así, sueños y cine formaron parte de la misma realidad, y el celuloide se convirtió, también, en prueba fundamental del crimen. Una pequeña-gran delicia, vaya; una divertida reflexión sobre el acoso del cine a la vida, y viceversa.
Por su parte, y en las antípodas, el kazajo Sergei Dvortsevoy huyó de cualquier artificio embelesador. “Ayka” (así se titula su nuevo trabajo) nos ahogó en la crudísima realidad de una inmigrante de su país en tierras de Vladimir Putin. En más de hora y media de angustiante lucha por la supervivencia en la jungla urbana y nevada de Moscú, la cámara apenas se apartó medio metro de ella, convirtiéndola en ineludible foco de gravedad para dibujar así un escenario sin duda gravísimo: el de personas a punto de convertirse en meros trozos de carne.
Aunque para carnaza, la de Nadine Labaki en “Capharnaüm”, una de las peores cintas este año a concurso. La directora libanesa manipuló de forma indecente el destino de unos chavales obligados a malvivir en las calles de la urbe del título. Periplo tremendista (pornográfico en su regodeo en la miseria humana) que culminó con la bochornosa e intolerable imagen de la propia Labaki en pantalla, presentada esta como única salvación posible para todos los desgraciados del mundo. Un horror, una indignidad que, para colmo de males, huele (más bien apesta) a premios.
Hablando de... y a falta de la aparición sobre la bocina de Nuri Bilge Ceylan, solo queda esperar la entrega de galardones. Cate Blanchett y el resto del jurado tienen mucho donde acertar y poco donde tropezar. Ahora mismo, brillan con luz propia Alice Rohrwacher, Jafa Panahi, Hirokazu Koreeda, Lee Chang-dong, Jia Zhang-ke, Pawel Pawlikowski, David Robert Mitchell y, por supuesto, Jean-Luc Godard. Espectacular lista de candidatos para una edición espectacular.