Pelotas
Tiene que ser divertido pasarse una tarde en una de esas piscinas rellenas de pelotas. Un entretenimiento que parece ser obligatorio en fiestas de cumpleaños de temporada lectiva. Así me siento yo escribiendo estas líneas metido en una piscina de pelotas de fútbol, con mucho ruido, gritos, redes sociales, opiniones apriorísticas, viendo una Rusia que retrata muy bien en televisión, con unos campos excelentes, un orden casi nórdico, un spot turístico de amplio espectro. Cada vez me cuesta más entender los miles de seguidores de los equipos concurrentes para utilizar sus vacaciones yendo a un campeonato de estas características. Y algo obvio: crece el número de mujeres en las gradas, pero lo predominante es ver grupos de varones ebrios, o parecido. Si hacemos unas cuentas rápidas, los seguidores de los equipos americanos, asiáticos o incluso europeos, deben pertenecer a las clases medias con capacidad para estar ese mes en un país lejano, y pagar viajes, estancia y entradas a los campos. Un dinero.
Los resultados de cada selección sirven para que se desbarre en los medios de cada lugar en loas o ataques. Quizás el punto más extremo de las reacciones más duras lo encontremos en Argentina. En esta ocasión apeada por una Francia multicultural, racialmente más africana que eslava. Portugal también está en su casa. Esto quiere decir que los dos jugadores que más cobran, que más influencias publicitarias movilizan, Messi y Cristiano Ronaldo, han desaparecido de las pantallas. Ya están de vacaciones. Y eso significa que, en algunos lugares, la importancia del Mundial ha caído de manera estrepitosa. Sin equipo de bandera compitiendo, la afición se dedica a otros menesteres. Quizás a irse a las piscinas de agua templada en el hemisferio norte. O a las reuniones familiares en el sur. ¿Tiempo y resultado?