Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

El mundial, el VAR y Messi

Del recién acabado Mundial de Rusia de fútbol –que no sé quién ha ganado cuando escribo estas líneas–, me detuve en una novedad y en un deliquio: el VAR y Messi.

Al segundo le achacan sus compatriotas que no juega en la Selección (argentina) como lo hace divinamente en su club, el Barcelona. Es viejo este dicterio. Pareciera que se encontrara en la albiceleste con una presión extra que le obligara a demostrar que es el mejor del mundo en cada partido, y, además, tener que demostrarlo sacando las castañas del fuego cuando vienen mal dadas al combinado austral: una eucaristía. Messi, el Sumo Sacerdote, lo intenta, pero su taumaturgia no hace milagros. Y sigue siendo el mejor jugador del mundo, pero...

Pero ocurre que, a mi juicio, Messi no es argentino. Futbolísticamente hablando, por supuesto. Desde pibe mamó y se formó como futbolista en los tentaderos blaugranas de La Masía. Apenas supo nada del balompié argentino, orillero, de canchas y barras, de aromas y patotas. Aun así, Messi quiere sentir su país, se emociona, pero nunca será leyenda para su propia gente, un público dado al mito, que espera que convierta el agua en vino y que patee como le ven en el FC Barcelona, algo imposible. Y, claro, lo crujen. Messi tiene un problema que se llama Maradona, esto es, Dios. Messi, si acaso, su profeta.

Viendo el Brasil-Costa Rica en la fase de grupos, intuí que el (polémico) VAR, el videoarbitraje, ha venido para quedarse. Concretamente en la jugada en que un payaso como Neymar, que asemeja a un globetrotter haciendo indiscutibles virguerías con la bola, pero también lo propio de clowns: payasadas en forma de aspavientos y simulaciones sin más objeto que engañar al árbitro con un penalti inexistente y, de paso, al público riguroso, que encima –aparte de no ser amonestado– se reía como un lerdo, después de eso, digo, concluí que ¡viva el VAR! Al que no pudo regatear este hebefrénico inmaduro que peina una escarola en la cabeza.

Esperemos –vana espera, lo sé– que, amantes del fair play como aspiramos a ser, los protagonistas se lo piensen dos veces antes de simular piscinazos y seudoalevosas entradas.