Anjel Ordoñez
Periodista
JO PUNTUA

Cabacas

Una justicia que tarda más de seis años en pronunciarse, tiene mucho de injusticia. Creo yo. Está previsto que hoy dé comienzo el juicio que deberá determinar las responsabilidades por la muerte de Iñigo Cabacas tras recibir el impacto de una pelota de goma disparada por agentes de la Ertzaintza en abril de 2012 en Bilbo. Seis ertzainas se sentarán en el banquillo de los acusados, a pesar de que la Fiscalía no pide penas para ninguno de ellos, por considerar que no existió delito en la letal carga policial que acabó con la vida del joven hincha del Athletic.

Han tenido que pasar seis años, en los que la familia ha sentido la solidaridad de la sociedad vasca, volcada en la reclamación de verdad, justicia y reparación, pero también ha tenido que afrontar los denodados esfuerzos por cerrar en falso un evidente caso de brutalidad policial con el peor de los resultados, la muerte de Iñigo. De hecho, la satisfacción por la celebración de este juicio siempre quedará empañada por la certeza de que en el banquillo no se sentarán todos los responsables de lo ocurrido y la convicción de que el sistema ha logrado apartar del caso a quienes, desde sus puestos de mando, dirigieron la fatal acción policial.

Por supuesto, quienes desde hoy son juzgados tienen el derecho a la presunción de inocencia. Es fundamental en cualquier sistema de derecho. Pero no lo es menos la obligación de los poderes públicos de investigar y juzgar con la máxima diligencia posible y el mayor de los celos imaginable cualquier conducta delictiva de aquellos a quienes la sociedad ha confiado la responsabilidad de ejercer la violencia de una forma «legal». Sobre todo, si esa conducta ha acabado con la vida de un ciudadano.

La impunidad es siempre despreciable, pero lo es en mayor grado cuando en ella están implicados los poderes públicos. En el caso Cabacas, el juez dictará su sentencia y ojalá sirva de alivio para la familia. Pero sea cual sea, para la sociedad vasca el proceso judicial seguido tras la muerte de Iñigo es una prueba más de que no todos somos iguales ante la justicia.