Raimundo Fitero
DE REOJO

El destino

Hay que ponerse en modo reflexión más allá de los instintos para asimilar sin heridas físicas, mentales o políticas todo lo que está de nuevo aflorando tras el horrible asesinato de Laura Luelmo. El fátum, el sino, el destino, la fatalidad, las puertas de la tragedia como algo irremediable. Un personaje de William Shakespeare aseguraba que el destino es quien reparte las cartas, pero somos nosotros quienes las jugamos. Muchas preguntas sin respuesta para explicar lo inimaginable.

En este caso que estamos viviendo en directo, se cruzan dos destinos, el del supuesto asesino, al que, por sus antecedentes, el que tenga un hermano gemelo con un currículo judicial similar, su extracción social, incluso su etnia, es gitano, se le puede aplicar un destino genético, una herencia, es decir su personalidad está condicionada por una composición de varios factores que le lleva a ser violento, delinquir, matar. ¿Quién nace así, en un entorno y unas circunstancias de estas características, además de unos acontecimientos coyunturales y una carga genética está condenado desde la cuna?   La víctima acudió a una cita con su fatal destino desde la perspectiva de lo bueno, un trabajo que le ayudaría a prosperar en su objetivo de hacerse enseñante. Sucedía a unos cientos de kilómetros de su residencia habitual, pero en un entorno neutro, nadie le advirtió nunca de ese vecino que parece la miraba mal. No hizo nada fuera de lo normal, de la lógica, alquilarse una casa, salir a correr por las inmediaciones. Y se cruzó con el monstruo como ella había escrito en un tuit hace tres años. Esta tragedia no es singular, se trata de una trama conocida, pero no deja de ser escalofriante. 

Lo que dicen ahora algunos políticos es inmoral, sin piedad. Y sigo pensando en el destino con más dudas razonables.