Irati Jiménez
Escritora
JO PUNTUA

Qué pereza

Pocas cosas me irritan tanto como el esnobismo cultural. Me estomagan los cansalmas que siempre ponen un «pero» para ser relevantes, que van por ahí con la vinagrera, pinchando el globo ajeno con su triste distancia emocional; ideólogos del antisentimentalismo que desprecian la belleza, la ilusión o la risa con su rictus de importancia, su «eso lo hace cualquiera», su terrorífico aburrimiento y esa turbia seriedad de notaría. Lo bueno es que nos recuerdan que la batalla para no ser gilipollas tenemos que librarla cada día. Lo malo, que esas depresiones de alcanfor con ínfulas de vanguardia intoxican el ambiente, frenan la creatividad y pasan factura. Y es que hasta el esnob más atontado tiene la capacidad de hacerle sentir a alguien que no entiende, que no vale.

Qué pereza más grande el esnob de andar por casa, que siempre mezcla dos ingredientes igual de irritantes: holgazanería intelectual y cobardía emocional. Lo primero es escandaloso porque creo que un esnob debería tener una serie de opiniones propias. Elaboradas para distinguirse del rebaño y admirarnos con su superioridad, vale, pero propias. Sin embargo, la mayoría repiten cuñadismos ambientales que ni siquiera van actualizando. A estas alturas mencionar a Antonioni, Ripstein o Pasolini tendría que ser restar puntos de filmoteca y no sumarlos. Qué fraude basar tu distinción en «copiapegar» el elitismo de moda, sin atreverte a cuestionar ni las comas.

Porque esa es la otra parte, la peor. La falta de personalidad, fuerza de carácter o valor del elitismo cultural de salón. Si la idea es demostrar superioridad pediría un poco de valor para sostener una opinión divergente, incluso cierta audacia repelente para despreciar a la gente. Tristemente, el poco o mucho valor que acompaña al elitista en sus primeros años de idiocia, desaparece cuando la tontería de querer ser diferentes a cualquier precio se nos alarga más allá de la adolescencia, el único momento de la vida en el que nos asiste cierto derecho a ser honestamente imbéciles y hasta insufriblemente tiernos.