Itziar Ziga
Escritora y feminista
JO PUNTUA

El narco está triste

Arranco el año consagrada a una maratón de “Narcos”, y alucino con que persista ni un poquito de admiración hacia esa recua de machos tan ridículos como tiránicos. Convencidos de encarnar una grandeza que fue vileza, de tenerlo todo siempre bajo control por delante de sus adversarios, cuando todos se desorbitaron igual de la realidad al acumular más millones de la coca de los que sabían contar. Pasados de vuelta de su prepotencia masculina y añorando en el fondo que alguien les respetase cuando habían hecho que todo su país les temiese. Creyéndose superiores a las mujeres mientras se obsesionaban con quién la tenía más larga, reforzando violentamente el patriarcado con el que España se expandió como la peste.

Las virulentas oligarquías postcoloniales reforzaron su despojo a multitudes en los países latinoamericanos donde irrumpieron desde dentro los nuevos caciques de la coca y un fuego cruzado ultraviolento y desconocido hasta entonces abismó al pueblo. Los narcos, el ejército, la policía, los paramilitares… ¡coño, solo faltaban hordas zombies! Hace más de veinte años, un activista gay colombiano me describió este mapa de los horrores y pensé: cómo podéis vivir así. Pero lo tenía delante: decidido, encantador, listísimo, entregado a conocer y conectar nuestras luchas, volcado hasta la médula en ese venirse arriba de su pueblo. Nunca más he concebido la imposibilidad de los otros.

Las cosas en Colombia tenían que mejorar, y mejoraron. El narco detonó el mismo cataclismo de violencias contra el pueblo en México, pero cada vez van a más. Mi amiga Sayak Valencia anunciaba hace nueve años en su iluminado libro “Capitalismo Gore”: «temimos que se colombianizara México, ahora lo que nos da miedo es que el infierno se mexicanice». Por algo fueron las feministas mexicanas quienes hablaron por primera vez de feminicidio, no hay Ciudad Juárez que pueda con ellas. He tenido vibrantes conversaciones con chicas mexicanas en las que no hay reparo ni drama al mostrarnos nuestras heridas patriarcales, ni miedo a que estalle la risa. ¿Qué chistes contarían los narcos? Ninguno, el chiste eran ellos.