El típico problema madrileño
Vistalegre 2, febrero de 2017. En medio de lo que desde fuera parecía un cisma en Podemos, pregunté a un amigo valenciano que cubría el congreso qué estaba pasando. «Los que están ganando no saben ganar y los que están perdiendo no saben perder», me resumió. Y cerró con retranca: «Es el típico problema madrileño».
Dos años después Podemos ha vuelto a romperse por Madrid. El proyecto nacido en Vistalegre ha llegado hasta aquí y no parece ser capaz de tirar más. Hay explicaciones sobre estrategia política, también personalismos, relaciones de amistad que se rompen, venganzas, grupos de afinidad… Pero lo que sigue en el fondo son unos ganadores incapaces de integrar la sensibilidad que Íñigo Errejón representa. Y también unos perdedores a los que no les ha importado poner su estrategia, su alianza con Manuela Carmena o su apoyo mediático por encima del proyecto de los otros.
Estirando cada uno de un lado, lo que hasta esta semana conocíamos como “Podemos y las confluencias” se ha acabado rompiendo. Quizás no como organización política, pero sí, al menos como modelo de partido y como articulación de un espacio con ciertas potencialidades. Errejón lo ha conseguido, es cierto: ha demostrado que el pablismo no da más de sí. Pero por el camino ha puesto en jaque el punto de encuentro de la izquierda española que la formación nació para ser y consiguió ser en algún momento.
El fin del sueño de Podemos se ha certificado cuando quedan cuatro meses para revalidar las victorias municipales que aquel espacio, mediante alianzas diversas, consiguió en 2015 en ciudades tan importantes como Barcelona, Valencia, Zaragoza, A Coruña o Cádiz. Quienes se refugiaron en marcas propias, nacidas ad hoc o más históricas, al menos tienen un paraguas. Quienes no lo hicieron tendrán más problemas. Pero todos ellos verán cómo desde el centro y la cúpula de la formación les desbaratan proyectos vitales para parar a los monstruos domésticos en pos de un fracaso en el Estado. El típico problema madrileño.