Privadas
Y de repente Telecinco celebra su vigésimo noveno aniversario. Veintinueve años en los que la programación televisiva comercial alcanzó el paroxismo. Para aquellos que ahora tengan esa edad: hubo un tiempo con dos canales, otro con tres, después llegaron alguno más y así hasta tener en nuestras plataformas centenares de posibilidades. Algunos, durante algún tiempo, hemos considerado que era un síntoma de desarrollo, una manera de democratizar la oferta audiovisual. Hoy dudamos. Mantenemos que es mejor optar por cien canales que por dos. Pero no lo sabemos sustentar sobre planteamientos de libertades, derechos y deberes. Es una cuestión mercantil. O una ilusión.
Si cuando llegaron las privadas sentimos un cierto escalofrío, después apareció un canal que era de pago, y hoy el fútbol está, en su inmensa mayoría, sujeto a cuotas. Como casi todos los deportes mayoritarios. Como muchas de las series más importantes, lo que viene a configurar un nuevo mapa de la relación de la ciudadanía con el audiovisual. Es decir, casi todo ha cambiado en estas tres décadas. Casi todo, porque el modelo berlusconiano de Telecinco, fundamento de Mediaset, se mantiene en las mismas constantes de alienación, populismo, ocio masticable, desmovilización y desconcierto a favor de mantener lo establecido, es decir conservar y anular cualquier idea de mejora social, laboral que no sea a través de la suerte o la venta de la intimidad. Demoledora estrategia de ventas y de intoxicación social.
Hemos perdido inocencia y expectativas. Ya sabemos que la televisión es un gran instrumento para dejarnos pegados a un sofá, conectados con una irrealidad tendenciosa. Ahora se manifiesta en otras pantallas, en otros horarios menos coercitivos, y los mismos contenidos. Telecinco tiene la misma rima.