Agustín GOIKOETXEA
BILBO
Elkarrizketa
JOSEBA SEGURA ETXEZARRAGA
OBISPO AUXILIAR DE BILBO

«No hay dos realidades sino un amplio abanico de sensibilidades que conviven»

En menos de un año, este referente en la Iglesia de Bizkaia ha pasado de párroco de Otxarkoaga a vicario general y, a partir del 6 de abril, será ordenado obispo. Formado en Sicología y Teología, experto en Economía Social, Joseba Segura (Bilbo, 1958) se siente abrumado por la expectación que ha generado su designación, una «sorpresa prevista» en la diócesis tras su ansiado retorno por muchos de Ecuador.

Dijo al conocer su nombramiento que le «pilla un poco por sorpresa» pero lo cierto es que tiene gran predicamento en el seno de la Iglesia de Bizkaia. ¿No peca de modestia?

No es modestia. Nunca hubiera pensado hasta hace poco que esto pudiera sucederme. Llevo 34 años de cura pero que alguien me considerara para obispo, ni lo contemplaba, ni nunca me ha parecido algo deseable.

La Iglesia de Bizkaia parece que poco ha tenido que ver en su elección. ¿Se puede acabar con los «obispos impuestos»?

La Iglesia elige a los obispos contrastando a los candidatos en un proceso largo de consultas, aunque reservado. La decisión final la adopta Roma de forma ordinaria. Este procedimiento ha permitido a lo largo de los siglos mantener la unidad substancial de una organización global y muy diversa, evitando que tendencias localistas resulten en procesos disgregadores y, eventualmente, en rupturas.

La secularización de la sociedad es evidente, ¿hay posibilidad de revertir esa tendencia?

La secularización es, en gran parte, un fenómeno europeo. Creemos que, a nivel global, tiene más fuerza de la que realmente posee. Esta es una nueva manifestación del «eurocentrismo» clásico que algunos creen superado, pero que está aún bastante arraigado. La situación es muy distinta en el resto de continentes. Hablando de Europa, llegará un momento en el que haya un resurgir de la espiritualidad porque, hoy como ayer, «no solo de pan vive el hombre». Pero no es fácil saber el carácter de ese proceso, ni cómo se va a situar nuestra Iglesia en los nuevos tiempos. La cultura de cristiandad entre nosotros es historia. Lo que voy a ver y vivir en el tiempo que me queda, va a ser algo muy distinto.

El reloj biológico juega en contra de una Iglesia envejecida, ¿cómo rejuvenecerla?

A la Iglesia le cuesta conectar con los jóvenes, pero no es un problema exclusivo. Son muy pocos los jóvenes participando en instituciones o asociaciones de cualquier tipo, ni tan siquiera deportivas. Escucharles, conectar con ellos es uno de nuestros retos más importantes, porque la mayor fortaleza de la Iglesia ha sido y seguirá siendo siempre su capital humano.

Tras doce años en varios proyectos en Ecuador, ¿cómo encontró a la Iglesia de Bizkaia?

La situación no ha cambiado tanto. Algunas debilidades se han hecho más claras, pero mantenemos dos características muy vivas: la solidez de nuestras apuestas y compromisos en el ámbito de la acción social, y la participación activa en puestos de responsabilidad de un laicado con buena formación que aporta mucho a nuestro trabajo cotidiano. Ciertamente, la dificultad de transmitir la experiencia de la fe es hoy mayor.

Las dos realidades en el seno de la Iglesia de Bizkaia están ahí, ¿no lo negará?

No creo que haya dos realidades sino un amplio abanico de sensibilidades que conviven, a veces en armonía y otras con mayor tensión. Es la grandeza de la Iglesia, en la que siempre han cabido y siguen cabiendo muchas personas distintas, compartiendo lo esencial de nuestra fe y respetando nuestras diferencias, convencidos de que esa diversidad es una riqueza.

¿Está llamado a ser quien restañe las heridas que se fueron abriendo en 1995 con la llegada de Ricardo Blázquez y que se hicieron más profundas con Mario Iceta?

Esas lecturas se están haciendo, pero yo no siento que describan lo que realmente sucede. Y, en todo caso, no tengo para nada pretensiones de ese tipo, ni proyectos que sean particularmente míos. Lo que tengo es, hoy por hoy, susto. Día a día, escuchando a la gente, intentaré aprender lo que significa ser obispo auxiliar del obispo de Bilbao que es Mario Iceta.

Usted habló de afrontar ese reto con «un poco de creatividad». ¿Cree que las ideas que defiende la Iglesia en algunas cuestiones la hacen atractiva?

Hay convicciones profundas que forman parte de lo que somos y debemos sostener, aunque no sean las más populares. Hay otras muchas cosas en las que podemos buscar acercamientos a grupos e instituciones con sensibilidades distintas. El objetivo sería promover en cada caso el bien posible en defensa de la dignidad humana. Algunas de nuestras formas y lenguajes no llegan a la gente. Ahí es donde es importante tirar de la creatividad.

La Iglesia vasca ha ido perdiendo protagonismo. ¿Puede jugar algún papel en el camino hacia la convivencia en el país?

Sí puede hacerlo. Esa es su vocación y responsabilidad. Va a ser un papel más humilde, más de colaboración con otras instituciones y realidades sociales que tienen ahora mayor protagonismo. Eso sí, los retos de la convivencia no son los de hace 20 años. Ahora surgen otros nuevos, como el de la inmigración, que va a tener un protagonismo creciente en el debate social. Ahí, la Iglesia debe defender principios humanistas y actuar con coherencia. Haciendo eso, creo que podrá realizar algunos aportes significativos.

¿Puede coadyuvar a que el sufrimiento de las y los presos y sus familias quede atrás? ¿De qué manera?

La existencia y actuación de ETA ha generado muchísimo sufrimiento entre nosotros durante décadas. Las víctimas saben mejor que nadie lo que aquí se ha vivido y por eso, hay que escuchar con atención lo que tienen que decir. Los presos son otra de las consecuencias de esa historia de violencia inhumana.

No me corresponde a mi valorar qué política penitenciaria se debe aplicar. Sabemos que el marco legal permite articular diferentes medidas. El contexto político y la sensibilidad social también son importantes. De hecho, se han percibido en los últimos tiempos algunos movimientos y, en lo que se refiere a enfermos graves y por razones humanitarias, tal vez cabrían nuevas medidas.

«Creo que estamos aprendiendo a actuar bien» respecto a los abusos

Los casos de abusos a menores salpican a la Iglesia católica y, además, se les acusa de encubrirlos. ¿Están actuando bien?

Creo que estamos aprendiendo a actuar bien. No hay ya espacio ni justificación posible para hacerlo de otro modo. Tenemos una grave responsabilidad, seguramente mayor que la de cualquier institución, porque muchas familias han confiado en nosotros. Además, en este punto la gente espera con razón que seamos escrupulosamente coherentes con los valores que defendemos. Esa, creo, que es la razón por la que los medios insisten en las noticias negativas sobre la Iglesia, a riesgo de dar la impresión de que el problema es mayor en nuestras organizaciones que en otros lugares, cuando no es así.

La actitud del Colegio Gaztelueta tras el juicio contra un ex docente ha levantado ampollas. ¿Le parece aceptable?

No he podido seguir con detalle lo que ha sucedido y por eso, no me atrevo a valorar la actuación del colegio. Pero sí puedo decir lo que creo que debe hacerse cuando una institución de la Iglesia recibe alguna denuncia de posibles abusos: primero, escuchar con atención y respeto el testimonio de la víctima; segundo, poner toda nuestra información en conocimiento de la autoridad judicial para que se investigue y, en su caso, se instruya la causa y se dicte sentencia; y tercero, informar a la opinión pública de lo que se haya podido conocer acerca del caso.

Salesianos de Deustu ha tardado 30 años en reconocer que sabía de abusos a alumnos. Su petición de perdón no satisface a las víctimas. ¿Cómo afrontar esa desconfianza?

Sabemos lo que debemos hacer ahora, cuando llegan a nuestro conocimiento casos recientes o nuevos. Respecto a hechos que han sucedido hace 20 o 30 años, lo único que cabe es reconocer que se actuó mal y hacer todo lo necesario, cambiando nuestra mentalidad y procedimientos, para que aquellos errores no puedan repetirse nunca más. Se lo debemos a la gente que ha confiado en nosotros y que, por eso, tiene derecho a pedirnos una escrupulosa coherencia en este tema. A.G.