El instante
Si un equipo de psiquiatras hiciera un experimento para entender como funciona el cerebro humano ante el error, estoy seguro de que descubriría la existencia de un instante fatídico que todos hemos experimentado, un momento en el que aún no has acabado la acción errónea y ya comienzas a saber que te estás equivocando aunque no puedes ponerle remedio. Es aquella fracción de segundo en el que notas que algo se te cae de las manos mientras entiendes que los dedos ya no pueden cogerlo o aquel en el que ves el inicio de un gesto en la cara de tu interlocutor dándote cuenta que esa palabra no volverá a meterse en tu boca.
Este viernes la Mesa del Congreso ha vivido ese instante, justo antes de cometer un error garrafal de la suspensión de los presos independentistas y después de poder remediarlo. La inercia no dejaba opción a un desenlace diferente y, sin embargo, cualquiera era capaz de entender que quitar el derecho a la participación política a unos diputados votados hace un mes por un millón y medio de electores, sin ni siquiera someterlo al pleno, sitúa las cosas en un punto que no toca ni de refilón con la separación de poderes.
He de reconocer que suelo pecar de cándido. Ni en el autoritarismo más desacomplejado hubiera esperado ver a unos diputados silenciando las palabras de otros mediante pataleos y golpes en los escaños. Y menos si estos llevaran 18 meses en prisión sin juicio y fueran a ser suspendidos en unos días. Debe de haber pocas formas más claras que esos golpes ensordecedores para explicar al mundo la razón por la que se les encarceló y ahora se les suspende.
Pero todo eso fue anterior al instante de la inflexión sicológica que este viernes se vivió en el Congreso. La Mesa suspendió y de pronto, como si se hubiera encendido la luz, todo el mundo vio el fatalismo evidente. A partir de aquí, todo va rodado. Sánchez será investido aprovechando las suspensiones y Podemos, que tan enfadado se fingió este viernes, dará apoyo al Gobierno que salga de ahí. Una vez asumes el fatalismo en el instante preciso, todo, siempre, es susceptible de empeorar a mejor.