Verdes y liberales salen al rescate de una UE cercada por los ultras
El incremento de la participación, que ha premiado sobre todo a formaciones «menores» como los Verdes y los Liberales, ha aliviado la presión sobre la UE de una extrema derecha que parece tocar techo en el oeste, que no en el este de Europa. Pero la crisis sigue ahí, como evidencia la pérdida de la mayoría absoluta en la Cámara por parte de «populares» y «socialistas»
El incremento de la participación –que con poco más de un 50% tampoco es como para tirar cohetes– ha hecho posible frenar el avance de la amalgama de formaciones estatales que se engloban bajo el término de extrema derecha.
Y lo ha hecho certificando una progresión de voto, y por lo tanto de peso en el Parlamento de Estrasburgo, de liberales y, sobre todo, de los ecologistas verdes. El repunte de ambos grupos certifica así una clara mayoría pro-UE en la Cámara, pero a costa de la derecha homologada del PPE y de los social-liberales (S&D), que, aunque se mantienen como los dos mayores grupos parlamentarios del hemiciclo no estarán ya en condiciones de imponer el reparto bilateral de cargos y de prebendas que ha caraterizado la política europea desde 1979.
Esa mayoría ampliada pro-UE es un jarro de agua fría para las expectativas que se había marcado –o que las encuestas habían augurado a– la extrema derecha. No obstante, la reválida de la victoria de la lista de Marine Le Pen en las europeas, esta vez sobre el presidente Emmanuel Macron, y sobre todo el triunfo sin paliativos de la Lega de Mateo Salvini en Italia, sin olvidar el primer puesto del Partido del Brexit de Neil Farage, apuntan a que estas fuerzas son un elemento a tener muy en cuenta en la Europa del siglo XXI.
Más aún cuando esa sensación de que las formaciones de corte neofascista de Europa Occidental habrían tocado techo no se ve reflejada en la Europa Central y Oriental, donde partidos de gobierno no menos xenófobos o islamófobos y que ponen el acento en el integrismo cristiano han salido reforzados y no se han visto castigados por el incremento de la participación. Es el caso del ultracatólico y gubernamental PiS en Polonia, que pese a –o por– un incremento en la participación de más de 20 puntos (del 23% al 45%), venció con claridad y con un 46% de votos frente a la Coalición Europea. Más rotundo fue el triunfo del panmagiar Fidesz, del primer ministro húngaro, Viktor Orban, quien con una participación del 43% (14 puntos por encima), arrasó con más de un 52% de los votos, humillando a la oposición tanto a siniestra y centro como a extrema diestra.
Tanto Orban con los camisas pardas de Jobbik como el líder del PiS, Jaroslaw Kaczynski, cuentan en sus respectivos países con la oposición de formaciones de carácter abiertamente neofascista (en Polonia se llaman la Confederación) a los que mantienen a raya.
Este último aspecto evidencia la complejidad de poner etiquetas en un escenario como el que domina la escena europea, sobre todo la oriental, más si generalizamos a la hora de englobar bajo un mismo término fenómenos que, sin ser excluyentes e incluso siendo concomitantes en muchos aspectos, responden a dinámicas propias, incluso desde el ámbito geográfico.
Esa diversidad afecta a la posibilidad de esa amalgama de extremas-derechas-extremas de trasladar su innegable fuerza a un frente común, tal y como pretende Salvini y como sueñan el estratega estadounidense Steve Bannon y los suyos.
El caso de Polonia es paradigmático, y el PiS ya ha advertido de que nunca colaborará con el RN de Le Pen, del que denuncia sus privilegiadas relaciones con la Rusia de Vladimir Putin.
Salvini y Le Pen, cuyo grupo parlamentario en Estrasburgo, el ENL, ha subido de 37 a 58 escaños, tendrá difícil encontrar apoyos en el grupo ECR, que además del PiS polaco engloba a los tories británicos, más allá de la alemana AfD, que en la cumbre ultra de Milán una semana antes de los comicios se comprometió a sumar sus fuerzas al frente común. Tampoco lo tendrá fácil este grupo embrión para rascar en el seno del grupo EFDD, donde está alineado el italiano M5S y que sumará al Partido del Brexit de Farage, este último más fuera que dentro de la UE si se consuma finalmente la atascada salida británica de la Unión.
Será decisiva la decisión que finalmente tome el húngaro Orban, cuyo partido sigue oficialmente en el seno del PPE aunque está temporalmente suspendido por sus conflictos con Bruselas.
En espera de lo que decida Orban– los posfranquistas de Vox, con tres eurodiputados, están atentos a la posición que finalmente adopten el Fidesz húngaro y el PiS polaco para integrarse o no en un grupo–, lo que está claro es que el anunciado tsunami reaccionario en la UE, si obviamos el Estado francés, y sobre todo Italia, se ha quedado en una fuerte marejada matizada por los relativamente parcos resultados de las extremas derechas en Holanda, Austria, Dinamarca, Suecia e incluso en Alemania, donde la AfD logró un 11% y consolidó su primacía en los lander del este (otra vez el este), pero quedó por debajo de sus resultados en las legislativas del año 2017.
Se equivocaría, sin embargo, el establishment europeo si hiciera una lección excesivamente optimista de estos resultados. Porque el desgaste y descrédito de las dos formaciones políticas que han dominado la escena en la UE en los últimos cuarenta años es evidente. Y no solo en la pérdida en términos absolutos de escaños tanto del PPE como de los social-liberales.
Un repaso de los resultados en las principales plazas europeas evidencia que la crisis de estos partidos, con excepciones, es profunda.
Es el caso de Alemania, donde el pírrico triunfo de la CDU-CSU de Angela Merkel (28% de los votos) abre un gran interrogante sobre si la canciller podrá finalmente completar su cuarta y última legislatura.
Y es que la estrategia de escoramiento a la derecha de la coalición, decidida por Annegret Kramp-Karrenbauer(AKK), quien sucedió en diciembre a Merkel al frente del partido, se ha revelado incapaz para recuperar a una parte de los electores que huyeron a la AfD y, a la vez, y a la vista del éxito cosechado por los Verdes, ha comprometido el discurso centrista que tantos buenos réditos electorales dio a Merkel.
La debacle del SPD, que además de perder su feudo de Bremen no supera el 16% de votos en las generales, pone asimismo en el disparadero a la Gran Coalición (GroKo)
Los sectores más a la izquierda de la histórica socialdemocracia alemana, liderados por el responsable de las Juventudes del partido, Kevin Kühnert, no han esperado ni horas para exigir que el SPD imponga reformas sociales al Gobierno o cierre la puerta y se vaya de la coalición cuando faltan más de dos eternos años para que en setiembre de 2021 expire la actual legislatura.
Un tiempo que a la CDU de Merkel se le puede hacer también eterno a la vista de sus resultados y los de sus socios.
Tampoco puede andar muy tranquilo Macron quien, pese a implicarse directamente en la campaña, ha quedado por detrás del RN de Le Pen.
Su Gobierno y su lista (Renaissance) podrán aducir que han quedado a menos de un punto (22,41% frente a 23,31%) de Le Pen, que el resto de formaciones han quedado totalmente noqueados, desde los Republicanos, que con un 8,48% han logrado los peores resultados de su historia, hasta los socialistas y la France Insoumise, que a punto han estado de no superar el corte del 5%.
En fin, Macron podrá refugiarse en los buenos resultados que el grupo liberal en el que se inscribe (ALDE) ha cosechado en las elecciones del domingo, pasando de 69 a 107 escaños.
Todo eso será verdad pero es menos verdad que el hecho de que el presidente francés pierde las elecciones y queda incluso por debajo del 24% que logró en la primera vuelta de las presidenciales de 2017.
Asimismo, la debacle de los tories (quinta fuerza con un 9%) y, en menor medida pero también de los laboristas británicos (tercera con no más de un 15%), evidencia, con el matiz de que la participación no superó el 36%, el impacto de la crisis del Brexit en los grandes partidos. Una crisis que ha premiado junto a Farage a su némesis de los europeístas liberal-demócratas, que logran el segundo puesto (20% de los votos).
El triunfo arrollador de Mateo Salvini y de su Lega en Italia certifica la grave crisis política, y económica, en que está sumida la tercera potencia de la UE.
Paradójicamente, y en el espacio de un año desde las generales de 2018, la Lega, que gana de norte a sur y de este a oeste, logra el 34% de los votos que entonces tenia su socio de coalición de gobierno, el Movimiento Cinco Estrellas (M5S). Y este se queda en un 17%, la misma proporción que tuvo Salvini hace un año.
Los votantes a la izquierda de ese movimiento han castigado la alianza con la ultraderecha y han premiado el giro a la izquierda del PD de la mano de su nuevo líder, Nicola Zingaretti, quien logra hacer resurgir a la formación y la lleva al sorpasso al MS5 con un 22,7% de votos.
Las dinámicas internas tienen que ver en los distintos resultados estatales. En el caso de Italia, los Verdes, sin apenas tradición política, han logrado apenas un 2,29% de votos
No es el caso de Alemania, Estado francés, Irlanda y otros países, donde los Verdes cosechan unos resultados históricos y se erigen, con permiso de las extrema derechas, en la única alternativa a las formaciones en el poder. Alternativa o muleta tanto en los Parlamentos estatales como en Estrasburgo.
Muchos enterraron más de una vez a los ecologistas cuando que en los ochenta-noventa y desde su feudo de Alemania, optaron por una vía pragmática limando sus aspectos más ideológicos. Y todo apunta a que erraron. Porque, en plena alarma mundial ante las evidencias ya incontestables del cambio climático, todo apunta a que los verdes se han convertido en una suerte de refugio del voto europeísta, progresista y urbano, a la vez que no menos alarmado por el desembarco ultra. Todo ello en un escenario en el que a la izquerda, con escasísimas y por